Son días en los
cuales los hijos de nuestros políticos hacen noticia. Desde las debatibles mise en scènes de los retoños de
Michelle Bachelet y Carolina Tohá sobre la pista de baile en la inauguración de
las ramadas dieciocheras –y antes esa imperecedera postal de la anticueca que
brindó Ricardo Lagos Weber-, hasta el obscena impunidad de Martín Larraín
Hurtado. “De la cuna presidencial sale cualquier cosa, salvo estrellas
inapagables”, apunta el poeta, narrador y columnista Leonardo Sanhueza en las
primeras páginas de la crónica El hijo
del presidente. Pero a fines del siglo XIX Chile tuvo la fortuna de contar
con Pedro Balmaceda Toro, hijo de José Manuel Balmaceda, una estrella que sí
brilló, aunque la intensidad de su fulgor fue tal que se gastó temprano, dado
su cuerpo contrahecho.
El breve volumen se centra en la
relación intensa que sostuvieron dos talentos literarios e intelectuales de
esos años, Pedro Balmaceda y el poeta nicaragüense Rubén Darío, quien
desembarcó en Chile con 19 años y con una mano por delante y otra por detrás.
Gracias a una recomendación, Darío obtuvo un trabajo como reportero en el
diario La Época, que le permitió
repeler un poco la miseria. El libro tiene como eje central la relación entre
Darío y Balmaceda, una unión casi celestial, en el fin del mundo, entre dos potenciales
pesos pesados de las letras castellanas. El primero de ellos se concretó a todo
dar, mientras que el segundo no pudo llegar lejos, porque su salud truncó ese
destino soñado.
Como podría esperarse, Sanhueza opta
por describir a Balmaceda desde la literatura. Un ejemplo de esto es cuando
describe al protagonista de la crónica parangonándolo con Ireneo Funes, el
memorioso personaje de Borges, montando un juego literario de prodigioso
parecido con la realidad, “Y, si leer es elegir, a Pedro le correspondió
justamente ese destino: ser el lector absoluto, que se mueve a sus anchas por
los amplios pasillos de la biblioteca, con un fervor literario que lo llevaba a
ser un adelantado”. Almas afines, desde que Pedro y Darío se conocieron
sellaron una amistad que se convirtió también en una colaboración mutua, lo que
en el caso de Darío redundó en la publicación de dos libros, Abrojos y Azul…, este último libro una bisagra en la literatura
latinoamericana. Mientras la estrella de Darío iba en alza, la quebrantada
salud de Balmaceda le daba la percepción de tener los días contados. En ese
poco tiempo, Pedro logró alzarse como una voz intelectual y como el primer
periodista cultural de entonces.
Los caminos se separan finalmente
cuando Balmaceda empieza a vislumbrar la finitud de sus días en la tierra,
mientras que Darío deviene en un dandy incurable. Un último encuentro aligeró
la distancia por un momento, pero el fin de la amistad era inevitable. Con un
lenguaje colorido a la manera de la época, Sanhueza a la vez desenrolla la
historia de una camaradería y galvaniza la biografía de un personaje eclipsado
por el olvido de los siglos: tal vez el mejor hijo de presidente que jamás haya
tenido Chile. Al menos el que mejor escribió.
Leonardo
Sanhueza
El hijo del presidente
Pehuén,
Santiago, 2014, 62 págs.