En el prólogo de El subrayador, libro que recopila
crónicas menudas del narrador argentino Pedro Mairal, el escritor chileno
Alejandro Zambra utiliza la palabra “bonhomía”, tras leer este volumen es
difícil no concordar, aunque sin usar un vocablo algo tan caído a la filantropía.
Incluso se puede recurrir a la expresión de los relatores deportivos al
referirse a goleadores que están
afilados, que no perdonan frente al arquero rival: “estado de gracia”. Algo así
pasa con este compilado de textos revueltos, sus fallos son mínimos, su
escritura es bien poética, constructora de imágenes, cuidadosa de no perder
detalles brillantes ni señas de la épica de todos los días.
Mairal se pasea, sin honduras ni
pesadeces, por un montón de temas: el acumular libros que no se leerán jamás,
el talento divino de Lionel Messi, la persistencia de Maradona, la muerte del
Flaco Spinetta, el desorden en el que se puede encontrar uno al vivir solo.
Pero Mairal suma otra estrella en este libro, pues despliega sus textos también
con giros llamativos, como sucede en aquellos momentos en que el autor delinea
un documental, una instalación de arte, una obra de teatro. Es posible leer El subrayador y a su autor de más de una manera, como un poeta
que, insuflado por el espectáculo impagable de lo cotidiano, toma papel y lápiz
y transmuta en palabras sus impresiones, o como un acuarelista que no quiere
dejar escapar la ola crespa para su marina. O bien, como un terapeuta que se
esfuerza por rescatar el núcleo de las cosas del entorno, para paliar el miedo
o lo incomprensible que es a veces la existencia.
Otro rasgo de la escritura de Mairal
es la soltura con la que fluye, libertad que, a la vez, es resistencia a la
clasificación. El autor salta de un tema a otro y aún así aparece coherente “La
literatura tiene que ver con la soledad (se crea en soledad, se lee en soledad)
pero es una apuesta, una apertura a los demás”, “La distancia entre las
generaciones es insalvable. Creés que hablás con cara a cara con tu hijo, pero
te separan treinta años, estás a tres décadas de él,
aunque lo estés mirando
a los ojos. Los años pueden ser como kilómetros. La risa puede ser simultánea,
pero él se ríe en su infancia y vos en
tu adultez”. En un punto de la lectura, y a propósito de la falta de solemnidad
de la propuesta de Mairal, se puede encontrar una coincidencia con Chile,
cuando Mairal se refiere al dativo ético y ejemplifica: “el nene no me come”,
algo que la que ya le hizo hincapié Álvaro Salas sobre la Quinta Vergara hace
unos años.
La imaginería poética de Pedro Mairal
se nota cuando, por ejemplo, habla de la claustrofobia en el metro y crea un
monstruo que se alimenta de las angustias de los pasajeros, o el destino
extravagante de media docena de huevos. A la libertad y versatilidad de su
pluma, Mairal conserva y hace sano usufructo de su capacidad de asombro. Como pasa
con los buenos escritores, en el autor nada es superfluo, sino que todo esconde
un trasfondo o un montón de preguntas que vale la pena hacerse. En El subrayador se descifra una artesanía,
una sensibilidad, no tal vez una profundidad, pero sí una escritura suelta que
conforma un libro desprovisto de toda seriedad solemne, que pareciera estar
puntuado por el ánimo, primando lo ameno por sobre lo juicioso. ¿Cómo es posible,
si no, describir con razonable gracia a un montón de perros ladrando a las
siete de la mañana?
Pedro
Mairal
El subrayador
Libros
del Laurel, Santiago, 2014, 156 págs.
*Reseña publicada: http://bit.ly/MairalLUN
0 comentarios:
Publicar un comentario