viernes, 28 de marzo de 2014

Cuidar la lengua



La fobia que le tiene una persona a la celebración de Halloween se denomina chamainofobia; la aversión al viernes 13 se llama parascevedecatriafobia. En Cuba se cuentan 46 formas reconocidas para llamar al pene. Está bien decir “actora” –por espantoso que suene-, siempre que se refiera a una mujer que participa en un hecho y no a una integrante de un reparto de una obra dramática. También se puede decir “obispa”, pero no en el ámbito católico, desde luego. Los porte s﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽e luego. Los porteram obra drmnte en un hecho y no a una  al pene. estños no son bonaerenses y los bonaerenses no son porteños. La palabra “reconocer” se lee igual al derecho y al revés. Oía es una palabra de tres vocales y de tres sílabas. A un originario de Nuevo Hampshire se le dice neohampshireño, a uno de Nueva Jersey neojerseíta. La pedofilia no es delito –en cuestiones idiomáticas-, pero la pederastia sí.
Estas y otras tantas curiosidades y lindezas léxicas es posible encontrar en Compendio ilustrado y azaroso de todo lo que siempre quiso saber sobre la lengua castellana, un libro que existe desde hace un par de años en España y que ahora llega a Chile. Este compendio se nutre del trabajo de la Fundación del Español Urgente -o Fundéu-, una institución hispana nacida de la labor combinada de una agencia de noticias, la RAE y de un banco, y que se ha posicionado como un referente cada vez más válido para dirimir incógnitas del idioma castellano. El trabajo de la Fundéu se distingue por emplear internet y la prensa (de ahí la urgencia, se entiende) como fuentes principales para recoger deslices, e impulsar el correcto uso del idioma sobre todo en los medios de comunicación, una de las plazas más vilipendiadas en cuestiones de lengua, y además divulgar la corrección idiomática a través de plataformas como las redes sociales.
Tal como lo sugiere el título, este libro carece de los criterios de ordenación de un diccionario, así como de severidad académica. En este mismo sentido, este no es ciento por un libro de consulta de tomo y lomo, sino más bien un anecdotario que intenta dar cuenta de la versatilidad de la lengua explicando términos recién acuñados que aún no llegan al diccionario como mileurista, bloguero y copago, amén de hacerse cargo de dudas recurrentes como el uso de mayúsculas, comas, puntos o tildes, lo que se condimenta con  píldoras simpáticas como esta: “Tomás García pidió públicamente perdón, después muchísimo más íntimamente”, una oración con todas sus palabras tildadas, o “aristocráticos” palabra donde todas sus letras se repiten.
Eso sí, la distancia con España se nota, en especial en la parcela futbolera de estos pagos; según este Compendio los hinchas de Colo-Colo se llaman “caciques” y los de Unión Española se denominarían “pepes”. También hay expresiones que difícilmente peguen en el habla cotidiana, por muy correctas que sean, ¿se le podrá pedir al ciudadano de a pie que diga “programa de telerrealidad” en vez de reality show, o simplemente reality?, ¿qué escriba “zum” en vez de zoom?, ¿qué diga Catalina en vez de Kate Middleton?, ¿o bien que nuestro empresariado siútico y aspiracional diga, simplemente, “director de cuentas” en vez de account manager?
Esperanzas aparte, el libro entretiene más allá de su declarado afán lectivo, también la porción ilustrada del volumen, que logra explicar, por ejemplo, cómo se forman las palabras nuevas en nuestro idioma. Al cierre otra píldora, dedicada a los que chaquetean al diccionario de la RAE por añejo: éste ya define el matrimonio como unión entre personas del mismo sexo. ¿Y Chile? Bien, gracias.


Compendio ilustrado y azaroso de todo lo que siempre quiso saber sobre la lengua castellana
Fundación del español urgente
Debate, Barcelona, 2012, 181 págs.

*Reseña publicada: http://bit.ly/FundeuLUN

viernes, 14 de marzo de 2014

Hablemos en plata



Hablar de clases sociales y de dinero suele ser algo peliagudo, pero si a esa mezcla agregamos la literatura, puede surgir algo bien interesante. Ése es el carácter predominante en el ensayo Valiente clase media. Dinero, letras y cursilería, obra del escritor mexicano Álvaro Enrigue, uno de los narradores hispanoamericanos más encumbrados de la actualidad.
El libro se divide en cinco partes, en las cuales Enrigue relaciona procesos económicos y obras de las letras latinoamericanas, acudiendo a heterogéneos momentos del pasado libresco del continente como el modernismo de Rubén Darío y Manuel Gutiérrez Nájera, Manuel Antonio Carreño y su archiconocido Manual de buenas maneras para enfrentar la inminente independencia, los cronistas jesuitas del siglo XVIII afincados en Roma, entre ellos el Abate Molina, y el proyecto poético de Sor Juana Inés de la Cruz, que alternaba con sus labores de contabilidad en un convento, momentos que son analizados desde una óptica monetaria y siútica.
Utilizando la literatura como insumo principal, Enrigue relata los cruces entre literatura y procesos económicos en la construcción de un espacio y una cosmovisión: el continente moderno latinoamericano. No es extraño entonces que el autor recurra a críticos literarios como el uruguayo Ángel Rama. A medida que el volumen avanza se ilustra la tensión que surgió del ascenso de las clases medias y su sempiterna aspiración arribista y cursi de ser lo que no se es mediante las apariencias, configurando la “estética del pobre con aspiraciones”. Detengámonos un momento al hablar de lo que se entiende por clase media, algo harto escurridizo, puesto que la forma más socorrida de definirla es mediante encuestas e indicadores macroeconómicos, donde la cantidad de dinero que gana un ciudadano marca en qué parcela socioeconómica se halla. Un criterio que, a pesar de ser pragmático, es insuficiente y difuso como para definir al dedillo un estrato social bien heterogéneo, y que engloba un montón de identidades, imaginarios y sensibilidades y que salen a la luz a través de manifestaciones culturales como la literatura, lo que se ejemplifica en este libro.
A la hora de los retratos, Álvaro Enrigue no es nada complaciente, puesto que no tiene ningún problema en dibujar a un poeta consular de Latinoamérica como Rubén Darío como un trepador, un zángano cuya máxima aspiración de vida era, mediante la notoriedad que alcanzara su poesía, no trabajarle nunca un día a nadie y dedicarse a flojear y escribir los versos más afectados que el idioma castellano pueda tolerar. Enrigue tampoco se complica en hablar del Manual de Carreño y describirlo como una obra ultraconservadora a la que faltan tablas para el puente, “hay mucho de ridículo en invocar a Dios y sus consecuencias con el objeto de ilustrar la manera correcta de comer la sopa”; o describir la obra de los cronistas jesuitas expulsados de América como una campaña de marketing, que pretendía pasarle gato por liebre a los europeos, pintando un continente tan maravilloso como un paraíso en la tierra, pero que nunca fue.
La incomodidad a la que hace referencia la contratapa es el entrecruzamiento entre el dinero, la modernidad, las clases sociales y la literatura. Álvaro Enrigue conforma un original conjunto de “gestos de clase”, que supera la rigidez de la academia, y los expone con perspicacia y audacia, y con la agudeza suficiente para abrir el espacio a nuevas lecturas y reflexiones de nuestra tradición literaria continental.


l﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽Álvaro Enrigue
Valiente clase media. Dinero, letras y cursilería.
Anagrama, Barcelona, 2013, 191 págs.

*Reseña publicada: http://bit.ly/EnrigueLUN

viernes, 7 de marzo de 2014

Arriba los editores



No muchos libros se publican en Chile sobre la labor editorial o sobre la historia de la edición en Chile. Como un obelisco sobresale esa biblia que es Historia del libro en Chile, de Bernardo Subercaseaux. En tiempos más cercanos otra publicación se refirió al libro nacional: Editado en Chile, de Paula Espinoza, con fotografías de Alfredo Méndez, que cuenta la historia, en texto e imágenes, de libros consulares que se hayan jalonado la historia editorial chilena del último siglo.
            En esta ocasión, Felipe Reyes (1977), un chileno “que se ha desempeñado en cada uno de los eslabones de la cadena del libro”, ha escrito Nascimento: El editor de los chilenos, un libro que repasa la vida de uno de los personajes principales en la historia del libro chileno, Carlos George Nascimento, un portugués, natural de las islas Azores, que en algún momento de su vida se vio enfrentado a la disyuntiva de dedicarse a cazar ballenas o buscar fortuna lejos del hogar. Carlos optó por lo segundo y recaló en 1905, tras un largo periplo, en Chile.
            Felipe Reyes, que buscando literatura chilena antigua, se topó constantemente con un nombre: Nascimento. Su curiosidad lo llevó a indagar sobre el pater familias del libro nacional, y a confeccionar una historia tan admirable como completa, puesto que este volumen funciona al mismo tiempo como una biografía del portugués, así como una revista a casos de éxito de la literatura chilena del siglo XX. Indisputablemente, Carlos George Nascimento fue un actor clave en la cultura chilena del siglo pasado, impulsando una manera de conducir editoriales y publicar libros que es irrepetible en el Chile actual.
            Carlos George Nascimento encarna la idea romántica del editor, el editor de mesa que dialoga con sus autores, departe con ellos, organiza plácidas tertulias en su librería, se instala en un momento con su propia imprenta y no duda nunca en ejercer el mecenazgo y con proverbial olfato, aún cuando el propio editor sabía que los libros de ese autor no se venderían como pan caliente. Así Nascimento se la jugó por desconocidos que acabarían siendo premios Nobel como Neruda y Mistral, a instancias de Eduardo Barrios. Un sentido de la importancia que hoy pareciera, en alguna medida, pervivir en algunas editoriales independientes.
Con todo, el título del libro, amén de tener cierto tono de propaganda cervecera, es también algo injusto. No hay que olvidar que la época en que Nascimento editaba, fue llamada la “edad de oro” del libro en Chile, en el que nuestro país se daba el lujo de crear libros y exportarlos a toda Hispanoamérica; ello fue así no porque toda esa gloria dorada recayera en una sola persona, sino en varias, como el intelectual peruano Luis Alberto Sánchez o los hermanos Soria, entonces ¿Por qué Nascimento sería EL editor de los chilenos?, ¿por qué no también Soria o Luis Alberto Sánchez? Lo que sí es más exacto y menos sobregirado es que Nascimento fue el editor de la literatura chilena.
            Amén de que el título del libro está un poco pasado de rosca, ello no desmerece en nada la contundente investigación que ha hecho Felipe Reyes, un aporte genuino, generoso y acucioso para comprender a uno de los maestros editoriales del país.

Felipe Reyes
Nascimento: El editor de los chilenos
Minimocomun ediciones, Santiago, 2014, 299 págs.