Hasta
ahora, las apariciones del médico Beltrán Mena en el escenario libresco
nacional eran acotadas y fructíferas, como sucedió con su celebrada novela Tubab, de 2009, y tres años después,
cuando Mena fue investido como comisario de la caterva chilena que asistió a la
Feria del Libro de Guadalajara. Muchos años antes fundó el periódico poético Noreste. Hoy Mena vuelve a asomarse a la
superficie con su libro El rey de las
bolitas, un conjunto de textos –acompañados de fotografías tomadas por el
autor- desperdigados en distintos medios de comunicación, a saber El Mercurio, la revista Caras y el desaparecido Noreste, entre otros.
Por estos días, el libro de Mena
debe convivir con otros libros, como los de Roberto Merino y el argentino Pedro
Mairal. En esta convivencia libresca, Mena aporta una diferencia, mientras
Merino y Mairal garrapatean impresiones y efluvios en una libretita, con un Bic
a medio consumir, Mena desenrolla los cinceles, le saca brillo al martillo y
dispone el mármol de Carrara. En otras palabras, mientras Merino y Mairal son
sencillos en sus referentes y fuentes temáticas, Mena opta por lo grande, lo
absoluto, los magnos temas que han rondado a la humanidad desde siglos, o tal
vez milenios. De esta manera, en las páginas de El rey de las bolitas se despliegan reflexiones de lo magno, sobre
ríos, la vida, la muerte, el entusiasmo, Dios, el cuerpo, los héroes, los
números.
A partir de lo antedicho, bien se
puede decir que en este libro pervive el espíritu poético del esfuerzo que se
realizaba en Noreste, el rescate y la
reflexión sobre “las noticias que siempre serán noticia”. Un brío poético que
tiene como objetivo plantear nuevamente las grandes preguntas, rascar más allá
de la superficie de lo cotidiano, resignificar lo de todos los días, querellarse
de los flagelos actuales (tecnológicos, mayormente), subirse a un zodiac que
navegue en los ríos profundos, pispar la metafísica alojada en un par de perros
juguetones. Éste hálito permea en la escritura de estas columnas, compuestas
con una prosa con franca intención de pintar cuadros vitales, el identikit del
alma, “El carácter es el destino. El carácter es el contorno de nuestra isla,
pero sólo pueden verlo los que navegan a nuestro alrededor, nunca nosotros, que
nos limitamos a caminar por sus playas, encaramarnos a sus rocas, atrapas peces
desde su orilla”.
Tal empresa tiene algunos bemoles.
En este caso, el más patente es el brote poco controlado de arbitrariedades:
“Desplazarse será siempre un acto ridículo”, “Todo héroe es un hipótesis”, “El
problema de la existencia de Dios es un asunto de la adolescencia”. La
solemnidad de este libro también queda a la vista por la inclusión de un humor
algo descafeinado, pero también tiene momentos de altura, como las páginas que
dedica a Blaise Cendrars, curiosamente la única columna del libro que data del
siglo pasado.
Quitando y poniendo, El rey de las bolitas es un conjunto de
prosas poéticas, una reunión de textos que interpelan un presente, un mundo, y
todo lo que contiene. Mena es un rey, o al menos en sus escritos se comporta
como un monarca generoso y sabio que ilumina los derroteros del destino,
apuntando a los despistados lectores, a través de un lenguaje jamás vano, lo
bueno y verdadero de todas las cosas. Un rey candoroso y poético que desnuda
los males del mundo moderno a los incautos presas de celulares y computadores.
Un rey que escribe para enseñar a todos sus súbditos despistados sobre cómo, de
una vez por todas, sobrevivir a nuestra locura.
Beltrán
Mena
El rey de las bolitas
Libros
del Laurel, Santiago, 2014, 198 págs.
*Reseña publicada: http://bit.ly/BolitasLUN