Hace
un par de años, la periodista argentina Leila Guerriero emprendió un viaje al
profundo interior argentino, guiada por un colorido recorte de prensa que
retrataba a los participantes del Festival Nacional de Malambo, que se lleva a
cabo anualmente en el pueblo de Laborde, de esta manera: “Los campeones caminan
por las calles de Laborde con el respeto que despertaban los héroes deportivos
de la antigua Grecia”. La exuberante nota bastó para excitar el olfato de
Guerriero, quien decidió apersonarse en el concurso, aprehender todo lo que
fuera posible y luego, transformarlo en libro.
Una
historia sencilla es el resultado de ese reporteo en terreno, donde la
reportera tomó en cuenta más de un tema para dar sustancia a su relato. De esta
forma Guerriero no sólo se fija en el certamen folclórico, sino que decide
describir con pelos y señales la vida y las circunstancias de una decena de
participantes, todos sacrificados, todos pertenecientes a una clase social
esforzada y humilde. Es en este punto en que la historia del libro deja de ser
sencilla, puesto que la periodista abandona el malambo (tema que, en realidad,
genera bien poco interés) y transforma su crónica en un inventario de
situaciones de pobreza, de asesinatos en villas miseria, de gente que no tiene para
comer porque prefiere comprarse un mueble y un equipo de música, como le
sucedió a Rodolfo González Alcántara, bailarín de malambo y héroe de la
crónica. La radiografía social se condimenta con la pluma empalagosa de la
autora: “Él era el campo, era la tierra seca, era el horizonte tenso de la
pampa, era el olor de los caballos, era el sonido del cielo del verano, era el
zumbido de la soledad, era la furia, era la enfermedad y era la soledad. Era el
cuchillo y era el tajo. Era el caníbal. Era una condena. Al terminar golpeó la
madera con la fuerza de un monstruo y se quedó allí, mirando a través del aire
hojaldrado de la noche”.
Contraviniendo
la esperable distancia que el periodismo exige a quienes reportan una historia,
Leila Guerriero se transforma en un personaje más del libro, intercalando
tribulaciones y preguntas llorosas que no vienen mucho a cuento: “¿Nos interesa
leer historias de gente como Rodolfo? ¿Gente que cree que la familia es algo
bueno, que la bondad y Dios existen? ¿Nos interesa la pobreza cuando no es miseria
extrema, cuando no rima con violencia, cuando está exenta de la brutalidad con
que nos gusta verla –leerla- revestida?”. Hacia el final Guerriero, ya parte
del team González Alcántara, exclama:
“Mientras camino hacia el auto me siento tocada por algo parecido al privilegio:
lo llevaré yo: Yo”.
En la contratapa del libro figura
una cuña de Mario Vargas Llosa, quien señala: “El periodismo que practica Leila
Guerriero es de los mejores redactores de The New Yorker”, bastante razón tiene el Nobel peruano, puesto que el reportaje
que se despliega en Una historia sencilla
es tan lento, afectado y por las ramas como el que se practica en aquella
revista estadounidense. Sólo en las páginas finales la historia vuelve al cauce
natural –el concurso- y adquiere velocidad, con la consagración de González
Alcántara como campeón del festival.
Una
historia sencilla deja en evidencia que Leila Guerriero funciona mucho mejor
en dosis bajas, en perfiles o crónicas con duración acotada, en las que las
posibilidades de emborracharle la perdiz al lector queden reducidas, en lo
posible, a cero.
Leila
Guerriero
Una historia
sencilla
Anagrama,
Barcelona, 2013, 146 págs.
*Reseña publicada: http://bit.ly/UnaHistoriaSencillaLUN
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