A primera vista, el libro Amster (Ediciones UDP, 2012), obra de Juan Guillermo Tejeda (1947),
promete muchísimo. Y esas promesas se refuerzan una vez que es posible atenazar
el libro, tocarlo, sentir sus páginas y apreciar su materialidad. Se está ante
un objeto manufacturado con cuidado, cómodo de manipular, seductor al tacto. Su
portada es simple, atrevida, incluso dramática. Todo esto compone la antesala
ideal para sumergirse en el más promisorio de los contenidos, especialmente si
el –supuesto- tema central es la vida y obra de una persona que fue la espina
dorsal del mundo del libro en Chile durante décadas, el diseñador de origen
polaco Mauricio Amster (1907-1980).
Así
las cosas, sólo iniciar la lectura derrumba toda la promisoria previa del libro
cerrado, puesto que desde el principio el lector podrá vislumbrar que la mano
no viene como se esperaba. El tono del prólogo anuncia que el volumen se
tratará más de Tejeda que de Mauricio Amster, que el autor se va a comer con
zapatos al biografiado. El tono ampuloso y arrebatado que usa Tejeda requiebra
la lectura desde temprano, y es en esos momentos en que ya se constata el error
que signa este volumen: Tejeda habla –casi con gozo- más de sí y sus
circunstancias que del propio Mauricio Amster. Esta lacra se detecta en otros
casos editoriales recientes, como lo es esa lamentable entrega del más
lamentable Jorge Edwards,
llamado La muerte de Montaigne. Seis
son las páginas que demora el autor en restarle un poquito de espacio a su ciclópeo
yo, para siquiera mentar al supuesto objeto de la obra.
Y
estamos recién empezando. La página 41 nos revela tal vez uno de los momentos
más insólitos de la obra: “Investigo los sitios web dedicados a atraer a los
turistas, sitios web visualmente muy limpios que describen mamonamente las iglesias”. Este momento define en buena medida lo
que vendrá, y el talante de las páginas venideras. El uso de una palabra chocarrera
como “mamonamente” nos entrega, a poco andar, luces claras del carácter que
tendrá este libro, que le debe bastante a Google. Apuntar que el autor y su
trabajo son poco rigurosos es quedarse corto. Tejeda ni siquiera detalla las
referencias que utiliza –anecdóticas e impresionistas casi todas ellas-, por último para que el lector haga su propia
búsqueda. Por ejemplo, el autor nombra una película del cineasta húngaro Istvan
Szabó que ayuda a puntualizar las condiciones en las que creció Mauricio Amster
en Lviv, su pueblo natal en Ucrania, pero no se da el título de la película.
Si
hablamos de porcentajes, de Amster se habla en menos del 50% del libro. Tejeda
opta por hablar de sí mismo, de su padre, de Baruch Spinoza, de su añorada
Barcelona, del archimanoseado Neruda y su recontramanido Winnipeg, de la
ultratrillada guerrilla literaria con Huidobro, entre otras digresiones que a
cuento vienen bien poco. Pero el desparpajo máximor sucede en la página 85,
donde con una pasmosa soltura de cuerpo se apunta: “No calzo yo bien con mi rol
de entrevistador o investigador, no soy eso, ya me lo advirtió un buen amigo
desde Barcelona [durante buena parte del libro Tejeda lloriquea por no estar
ahí], hombre, tú no puedes escribir sobre otro artista (…) tu único modo es
hablar desde ti mismo, desde lo que a ti te ocurre con Amster”. Habría que
averiguar el nombre de esta amistad de Tejeda y pedirle unas cuantas
explicaciones, pues esta fatídica recomendación es el tiro de gracia a la obra,
la última palada de tierra que terminó de sepultar un trabajo que tanto
prometía. ¿Es posible dar un peor consejo?, ¿y es posible cometer el garrafal
error de seguirlo?, la respuesta está en este libro, en su mera existencia. Con
harta buena voluntad se podría decir que aquí Tejeda es honesto.
Desde
entonces –y antes- hasta el final, lo que se ve es un relato en primera persona
sobre un tercero, pues eso pasó a ser Amster en este libro, un tercero, un
personaje incidental en el decorado rococó de los recuerdos familiares que
Tejeda tuvo a bien convertir en libro. Baste señalar que, a la hora de hablar
del eminente diseñador polaco, los adjetivos que mayoritariamente utiliza el
autor para describir su labor son “bonito” y “notable”, palabreja esta última
que ha caído en el más absoluto de los descréditos, pues la intelligentsia de turno (alojada en su grueso
en redes sociales) la ha puesto en la lista negra del correcto hablar.
Amster (el libro) carece de una historia
bien estructurada, impera el desorden. Pero es bien poco el orden que se le
puede dar a un surtido de anécdotas livianas y hechos sueltos, que corresponden
a otro libro, idealmente uno no venal para ser distribuido entre los cercanos
de Tejeda, luego de un cóctel en Barcelona, bien regado por vino y tapas. La
vida de Mauricio Amster no está en este libro, la profundidad que requiere y merece
el estudio de esa vida tampoco. No está acá retratado el verdadero alcance de
un hombre que fue palanca y pistón de la labor editorial durante décadas en un
país atrasado e isleño, como lo fue Chile durante buena parte del siglo XX.
Este libro merecía otro autor, uno que lo tratase con mayor cariño, que no
desprecie la investigación y que supiese aquilatar acabadamente la magnitud de
la tarea a acometer.
Esperanzadoramente,
no todo es malo. De hecho, lo más rescatable de este libro empieza en la página
171, donde se incluye un acertado muestrario del trabajo de ilustración
editorial de Amster. Y aunque hay una que otra foto pixelada por ahí, esas poco
más de 80 páginas constituyen la solitaria y principal contribución de este
volumen, puesto que ahí está Amster en su esencia, hablando a través de su
trabajo.
En
las postrimerías Juan Guillermo Tejeda incluye –cómo no- un epílogo para
continuar hablando en primera persona. Ahí nos ilustra: “Mi objetivo, sin estar
inicialmente nítido, se fue aclarando mientras avanzaba [es decir, en el camino
se arregló la carga] y, quizás adquirió cuerpo, a fin de cuentas, al situarlo a
él [Amster] como uno de los cronistas integrales de nuestra cultura, como
coautor voluntario o involuntario de la historia que Chile se construyó como
país durante las cuatro décadas de su actividad entre nosotros”. Tras leer Amster, es claro que ese objetivo estuvo
lejos de cumplirse, y que la deuda con Mauricio Amster persiste, y tal vez se
acrecienta con toscos pasos en falso como lo es este libro. Amster –en
espíritu, desde luego-, junto con quienes de verdad deseen conocer la magnitud
de su aporte, deberán seguir esperando, o bien acudir, con ilusión en el alma,
a bibliotecas universitarias. No sería raro que en algún anaquel perdido, yazga
dormida una tesis que sí haya tenido la intención de hacer justicia con un
personaje capital de la historia del libro en Chile, Mauricio Amster Cats.
Juan
Guillermo Tejeda
“Amster”
Ediciones
UDP, Santiago, 2012, 261 págs.
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