Bien,
tenemos en Nunca (Emecé, 2012), opera prima del periodista nacional
Patricio Urzúa (Santiago, 1977), una novela apocalíptica y pop. Sí, otra más,
pues antes Álvaro Bisama y Mike Wilson (iluminados por Bolaño y su 2666) le sirvieron al lector ese
arreglado. Entonces, de entrada, este libro propone un desafío claro: ver si
logra rebasar a sus antecesores findemundistas,
superar a novelas que comparten un recurso sobreexplotado y que generó productos
cuestionados en más de una ocasión.
En
Nunca, la historia no tiene muchos
dobleces complicados. Es protagonizada por Ricardo, un obeso y solitario crítico
de arte, que vive una vida bien amarga, donde las mujeres son su principal
fuente de tormento. Enamorado perdidamente de una chica que no lo quiere lo
mismo que él a ella, y perseguido por la ausencia de una hija y su madre,
Ricardo escribe un catálogo de pinturas contemporáneas para una revista. En el ínterin el
mundo se empieza a acabar, a ser devorado por una mancha, por un vacío, que el
protagonista llamará, de ahí en adelante, la “Claridad”.
La
historia no tiene muchos dobleces, por lo que Urzúa opta por recurrir a la
imaginería, a la descripción pictórica como su argumento más potente. Urzúa
pone por escrito una pinacoteca, tanto en los cuadros de los que se hace cargo
Ricardo, pero especialmente por la serie de postales de la vida diaria, de los
tipos humanos que se relacionan con el protagonista, empezando por las mujeres,
desde luego inalcanzables, pasando por los amigos de Ricardo, sumidos en la
excentricidad, como aquél que sostiene una relación con una muñeca inflable
(uno de los guiños al pop, a la película Lars
and the real girl, en este caso). Así las cosas, Urzúa aporta una poética distinguible,
una poética de postal, de perfil. Postales en medio del abandono, de la
tristeza, de un spleen contemporáneo.
Hastío que tampoco es nuevo, en todo caso. Hace ya varios años que la
literatura local smells like teen spirit,
e intenta formatear un vacío, un sinsentido vital donde nada importa mucho,
y que en esta pasada se rompe de forma violenta con el deus ex machina cataclísmico que introduce el autor.
Pero
más allá de ponerle alfileres y señalética específica a la visualidad que
propone el autor en este libro, tal vez vale más la pena relevar que es la
tristeza la marca de agua que signa este relato, por sobre la manida y forzada maroma
apocalíptica o el intercalado de un catálogo de pinacoteca. Tristeza que se
desvanece solamente con una calamidad bíblica, lo que indica su profundidad, su
insospechada extensión. Dado que la novela carece de abismos argumentales, si
sacamos el fin de mundo como elemento central, tendríamos una novela de más de
mil páginas, sin desenlace visible. Así pareciera que es la desazón, el
malestar silenciosamente amargo, emo y melancólico que vive Ricardo, un continuum sin solución aparente, sin luz
al final de un túnel que el autor opta por dinamitar, Armagedón mediante, “La
cocinera hace su labor pacientemente mientras afuera el mundo se acaba: el
problema es que el mundo se acaba todos los días, despacio, como una vela que
se consume, y por eso a ella no le queda más que seguir con su trabajo, igual
que a cualquiera de nosotros. El apocalipsis, entonces, queda convertido en
algo cotidiano”. El fin de mundo instalado en esta novela, opera como una
conveniente caída de telón ante una obra que podría mantenerse hasta el
infinito.
Fragmentos
como el anterior confirman que Patricio Urzúa muestra en sus páginas una
honesta condición humana de estos días, aún cuando lo vista con ropajes
manoseados y meridianos, vestidos de lentejuelas que, comercialmente, brillan
más que la historia de un guatón solitario que engulle todas las mañanas un
desayuno propio de la halterofilia. En Nunca
pareciera que los personajes se salvan o se condenan si están acompañados o
solos, respectivamente. Infinitamente menos compleja que libros como Señales que precederán al fin del mundo,
del mexicano Yuri Herrera, y algo más densas que canciones como It’s the end of the world, de REM (ya
que estamos en la cantinela pop), Patricio Urzúa propone que la soledad es el
gran desastre, disfrazado por la cortina de humo de la hipercomunicación
tecnológica (conflicto cliché, dicho sea de paso), “Este
es el presente. Este es el presente de días iguales unos a otros, días sin
diarios, días en que la podredumbre avanza por el mundo. Es un presente que no
se quema, porque no hay mañana. O mañana es idéntico a hoy y entonces da lo
mismo”.
La
habilidad narrativa de Urzúa llama la atención, genera expectativas, sobre todo
si a futuro será capaz de superar los expedientes y adornos trillados, y
aportar una propuesta donde la originalidad sea otro rasgo a destacar.
Patricio Urzúa
“Nunca”
Emecé, Santiago,
2012, 160 págs.
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