Empezaremos
con una referencia manida, pero que vale: la de Roberto Bolaño.
Hace más de una década, el extinto autor de Nocturno
de Chile, le advirtió al público de ese entonces que había que ponerle ojo
al narrador guatemalteco Rodrigo Rey Rosa (1958). El ojo clínico de Bolaño no
erró, y hoy este autor, de reciente paso por nuestro país, es una de las voces
narrativas más importantes de nuestro idioma.
La calidad narrativa de Rey Rosa se
evidencia en su última entrega, Severina (Alfaguara,
2011), la historia de un librero que un buen día cae enamorado de su lógica némesis,
una enigmática ladrona de libros, que, desde luego, tiene toda una vida oculta,
junto con un abuelo que va cubriendo los costos de los hurtos. Diestro en el
manejo del ritmo, la historia dispuesta por Rey Rosa fluye fácil, cotundente.
En poco más de cien carillas, la historia se desenvuelve dando pie a una
aparente obsesión amorosa, pero en realidad el autor logra retratar con maña los
límites que un hombre enamorado está dispuesto a cruzar, sin ser culpado y sin
arrepentimientos.
La gracia de Severina está en que el centroamericano sabe mezclar en la
proporción correcta, la acción y las referencias literarias (Borges igual dice
presente y el pie forzado, el gancho de este libro es el robo literario),
ingrediente tan apetecido en los platos librescos de nuestros días, y que
muchos escritores inexpertos le cargan la mano a ese cilantro que termina de
arruinar la lectura. Esto
mismo sucede con Rey Rosa, algo más allegado en esta ocasión al lector de a pie
que al experimentado, aportando una narración sin grandes riesgos, sin
aparatosos experimentos, y sí con un argumento más, digamos, amable. Además Rey
Rosa, al optar por una concentración narrativa (contención que seguramente ha
de haber exigido el esfuerzo del autor, si aventuramos la “cocina” del libro),
cuida que, aunque los personajes son enigmáticos y emprenden acciones alejadas
de lo racional, se escapen de la comprensión del que lee.
A fin de cuentas, Rey Rosa entrega
una historia de amor, que no habla del todo del amor; una de las exclamaciones
del protagonista, “varias tardes estuve esperándola. ¿Por qué estaba seguro de
que volvería?, me preguntaba. No lo sabía”. Con poco maquillaje, con el tinte
justo de lo libresco (otra perla: “las librerías son como gusaneras de ideas.
Los libros son como bichos que vibran y murmuran”), y con el misterio y la duda
dosificados, Rey Rosa se despacha una novela sobre libros, que no habla tanto
de libros (aunque los más entusiastas tal vez correrán por un Mario Praz, o
revisitarán a Borges). Es la gracia de Rodrigo Rey Rosa y su Severina, una alucinación, una colección
de apariencias, un delirio amoroso de un protagonista al que es injusto apuntar
con el dedo. Se podría coronar este comentario diciendo que menos es más, pero
para qué más.
Rodrigo
Rey Rosa
“Severina”
Alfaguara,
Madrid, 2011, 104 págs.
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