martes, 12 de julio de 2005

Permaneciendo de pie en esta vida

Dentro de ese equívoco canon de medidas de buena conducta que se da en llamar lo “políticamente correcto” se encuentra aquella dedicada hacia nuestros pueblos originarios. Nada puede ser peor visto hoy que aportillar a quienes pertenecen a pueblos nativos. Se pecaría de algo casi imperdonable en nuestra sociedad. Es un faux pas del cual es muy poco probable redimirse. Si bien esta medida puede hacerse extensiva a la literatura (ya se hizo extensiva a la política, como buena medida para ganar prosélitos), la realidad nos muestra que no es así. Sin embargo, en este caso debería hablarse de lo “poéticamente correcto”, pues las cuestiones de raza no tienen ningún tipo de influencia cuando lo que se intenta es descubrir la buena poesía. Los poetas mapuches se han tenido que dar a conocer por sus propios medios y en su propia tierra. Son ellos los que generan sus propios espacios de expresión, y con particular fuerza y cohesión; no son pocas las antologías poéticas sureñas que se editan en diversas ciudades más allá de la Frontera. Da la impresión de que generan una suerte de hermandad. Por lo menos han logrado introducir ciertos cambios, como por ejemplo el haber despertado a algunas letras medio dormidas de nuestro alfabeto, como la “w” y la “k”.Con todo, dentro de los cánones de la poesía chilena actual, esta hermandad ha tenido pocos poetas reconocidos. Pruebas al canto, en la famosa y requetemanoseada antología “Cantares” de Raúl Zurita, solamente un poeta “autóctono” fue consignado en la dispar selección, es el caso de Juan Paulo Wirimilla. Otros más célebres como Elicura Chihuailaf o Jaime Luis Heunún (que sí fue consignado en el número 9 de esta revista) brillan por su lamentable ausencia.Un compañero de andanzas del autor de “Puerto Trakl” es Bernardo Colipán (Rahue, 1966, aunque LOM lo haya hecho nacer un año más tarde en la solapa del libro), una de las voces más potentes de la poesía mapuche –huilliche, en estricto rigor-, actual. “Arco de interrogaciones” (LOM, 2005) es una de las primeras aventuras editoriales que este profesor, antólogo y poeta emprende en solitario. Antes ya había publicado “Pulotre, Testimonios de vida de una comunidad huilliche. 1900-1950” (Editorial Universidad de Santiago, 1999). Al revisar las páginas de “Arco de interrogaciones” surgen inmediatamente algunos rasgos bien poco disimulados en estos versos. La ligazón con Jorge Teillier es evidente. Esto resalta especialmente en poemas como “Para todos tiene el silencio un gesto”, notoriamente tributario de los poemas “Sentado frente al fuego” (del libro “Para Ángeles y Gorriones”, 1956) y “En la secreta casa de la noche” (del libro “Poemas del País de Nunca Jamás, 1963). O bien en el poema de Colipán “Difícil como el de Sechuán es el camino a Panguimapu” (la palabra Sechuán aparece tildada en el título, pero no en el texto del poema. Inexplicable), donde “el hermano muerto” campea casi igualito a como lo hace en “Un desconocido silba en el bosque”. No es que digamos que Colipán le copia a Teillier, para nada. Lo que sucede es que el poeta huilliche de Rahue ha heredado los mismos pinceles, las mismas brochas y pinceles que los que utilizó magistralmente el poeta lautarino. Su técnica aún evoca una presencia grande del maestro, evoca el estado en que aún el pupilo no ha podido superar al maestro, evoca un parricidio literario que seguramente ha de venir.Ahora, esta afiliación a Teillier trae sus ventajas. Colipán evoca en sus poemas la nostalgia que evoca el autor de “Muertes y maravillas”, crea ese mismo ambiente, con lluvia, cerezos, mapuches, retenes de carabineros, simpleza campestre. Bernardo Colipán maneja esos mismos elementos, la imagen campesina, húmeda, familiar (no quiero llegar a usar la palabreja “lárica”). Teillier y Colipán han crecido en mundos similares (no creo que difieran mucho entre sí, Rahue y Lautaro), estas cosmogonías los han forjado a ambos, y en ambos han dejado profundas huellas, tanto así que han dominado su palabra poética. Al menos así fue en Teillier, en Colipán esto se verá con el tiempo, pero todo indica que seguirá en esa senda.Colipán pone en evidencia todos sus orígenes. Es una apuesta arriesgada, saca a la luz todo su mundo, lo expone a que gentes de cualquier especie emitan cualquier tipo de comentarios sobre él (tal como está sucediendo en estas líneas). Con todo, el autor entrega momentos felices en su texto, versos acertados, cargados de la profunda –y no siempre armónica- amalgama entre el mundo indígena y el hombre blanco que llega a interrumpirlo todo. De ese sincretismo Colipán (y la mayoría de nuestros poetas autóctonos) es heredero, condición que ha sido convertida acertadamente en verso. En ese sentido, la apuesta de Colipán queda bien dibujada en sus propias palabras, en “El áspero sueño del cronista”: “Aunque estas palabras/ no tengan ningún sentido/ ni oculten alguna clave de lectura/ o refieran solamente a sí mismas/ o aunque simplemente/ yo las callase, las escribo/ suponiendo que sin ellas/ habría sido imposible/ permanecer/ de pie en esta vida”. Elocuentemente Colipán nos dice en su poesía, de qué va su poesía, una poesía que remite a la historia, a las tradiciones, a las creencias, mediante imágenes que están cargadas del entusiasmo, de la emoción. Pinceladas precisas, imágenes marinadas en añoranza, en vida que es una estación de espera de lo venidero, “En casa de Isidora Marimán sorprendimos a Dios/ llorando dentro de una semilla”, “la muerte es un accidente, lo demás no tiene importancia”, “El silencio,/ tu sabes/ es un rostro semejante a un espejo olvidado.”. Es todo esto, y, por momentos la justa mixtura del mundo ajeno a todo esta cultura, mundo donde pueden penetrar los personal estéreo, CD’s, la Coca-Cola, Leo Dan y Michael Jackson. Algo que habría sido deseable en este libro es la inclusión de un glosario, o al menos alguna nota a pie de página (las que hay son insuficientes), pues bastantes son las palabras propias del idioma mapuche que se usan en el libro, pero de las cuales los winkas no tenemos mayor noción. Discriminación al revés, quizás.Bernardo Colipán ha dado un buen paso con este libro. Un paso seguro para darse a conocer en el universo poético que aún no le da el reconocimiento que merece. En ediciones futuras veremos qué pasos –o qué nuevas interrogaciones-, sigue dando Colipán, pasos que hasta ahora lo han sindicado como una de las voces representativas (en el sentido extenso de la palabra) de la cultura huilliche y su poesía.

Bernardo Colipán
“Arco de interrogaciones”
LOM, Santiago, 2005, 115 págs.

viernes, 1 de julio de 2005

La exaltación de un cansancio profundo o la lucidez de Enrique Lihn

Es la opinión de este crítico que las editoriales chilenas debieran dedicar una buena parte de sus esfuerzos en reeditar los grandes libros de poesía que han surgido en Chile. Es una realidad que al menos esa intención existe, como se ve en algunos proyectos (lamentablemente no todos) de muchos de los postulantes que recientemente fueron favorecidos con dineros del Gobierno. Y esto, más que por la siempre necesaria labor de recuperación, de renovación y memoria de nuestros grandes artistas, por el simple y poco auspicioso motivo de que bien poco se los considera a la hora de editar libros, especialmente de poesía.Por todo lo anterior, el libro “La pieza oscura”, de Enrique Lihn (Ediciones U. Diego Portales, 2005) es un acierto. Por descontado damos el hecho de que es un acierto por la calidad del autor del libro. Lihn era para Roberto Bolaño uno de los poetas más lúcidos de la poesía nacional, y ciertamente que, tanto por la acostumbrada precisión de los dichos del autor de “Los detectives salvajes”, así como por la incuestionable excelencia de la poesía de Lihn, quien escribe está plenamente de acuerdo con lo antedicho.En este sentido, esta nueva entrega de la bisoña pero vigorosa editorial de la U. Diego Portales es un aporte, que viene a continuar las buenas ediciones de los “Poemas del otro” de Juan Luis Martínez, “Lear, rey & mendigo” de Nicanor Parra, y “El Paseo Ahumada”, del propio Lihn. En otro plano, es también interesante el rescate en cuanto imágenes del poeta, como se ve en las portadas de los libros. En el caso específico de este libro, obra del fotógrafo Álvaro Hoppe. En el renovado prólogo del libro, a cargo del poeta Kurt Folch, quedan retratadas dos cosas; la primera de ellas es que la necesidad de rescate existe, pues este libro de Lihn (como pasa con muchos grandes poetas nuestros) causó escasa repercusión en su momento; la segunda de ellas es que este rescate se produce en nuestros días, con los poetas jóvenes, que son fieles avales de que Enrique Lihn y Nicanor Parra siguen siendo las figuras más influyentes y admiradas por los las nuevas camadas poéticas actuales, a la vez que son ellos, Parra y Lihn, dos de los más importantes poetas de la lengua castellana en la segunda mitad del siglo pasado. Folch señala en el prólogo: “Un lector, un buen lector, debe poner atención a Lihn: le conviene”. Bueno, le conviene, claro, pero ahora pasa algo mejor: puede hacerlo. Volviendo al tema de la lucidez lihneana, -ya repasando las páginas de “La pieza oscura”-, podemos constatar que Lihn como nadie ha comprendido profundamente la labor del poeta y todas sus aristas. Por lo mismo, creo que si hubiera que señalar a alguien capacitado para decodificar ese misterio que fue el silencio de Rimbaud (polémica prostituida y manoseada como pocas, e incomprendida como pocas) ese sería Enrique Lihn. Sin ir más lejos, Lihn “envidió el no a ese ejercicio”. Pero el avanzado entendimiento de Lihn se ve en este libro en poemas como “Elegía a Carlos de Rokha” (otra asignatura pendiente en el departamento de rescates poéticos), se refiere a la poesía como “la exaltación de un cansancio profundo,/ sólo una rabia negra que tiende a confundirse/ con la oscuridad”. Lihn deja claro que sabe, y en este caso, que también comprende a Carlos de Rokha y su existencia, labor tan difícil de emprender como comprender a la poesía misma.Quizás una labor aún más encomiable sería, en vez de entregarnos a Lihn por partes, editar sus necesarias obras completas. Por lo menos ha quedado demostrado en que en las ediciones de la UDP capacidad hay. Quizás eso sería pedir demasiado, pero, por lo pronto, vamos bien.

Enrique Lihn
“La pieza oscura”
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2005, 67 págs.