viernes, 25 de septiembre de 2009

Cuentos de la cripta

Con un 11 de septiembre más sobre los lomos de la nación, viene más que bien la lectura de “La segunda mano” (Mondadori, 2009), el último libro del escritor y editor Germán Marín (Santiago, 1934). Repasar las páginas de esta novela sirve -entre las incontables utilidades que tiene la lectura de la obra de Marín-, para comprobar que hay constantes que se mantienen. Primero, el oficio indiscutible e incombustible del autor para componer, tal vez como nadie, el correlato de nuestra historia reciente. Segundo, cómo Marín ha logrado mantener bien arriba una voz propia, distinguible, y que va bien de la mano con un proyecto escritural definido y que el autor ha desplegado en los últimos años, con distintiva destreza y cuasi genial felicidad.

“La segunda mano” cuenta la historia de Miguel Sessa (historia que es la expansión de un cuento ya publicado antes en el libro “Conversaciones para solitarios”, de 1999), militante del movimiento de ultra derecha Patria y Libertad, quien fallece en agosto de 1973 en un accidente de tránsito. Pero la muerte no calla a Sessa, quien vuelve a contar sus vivencias, mediante las sesiones de espiritismo que practica su madre, quien, premunida de un cuaderno y un lápiz grafito, pone en papel este dictado de ultratumba que Sessa tiene a bien leerle.

Marín apuesta en grande, pues intenta un relato de fantasmas, una crónica de espectros chocarreros, de un espíritu que más encima hizo de las suyas en una de las más siniestras organizaciones terroristas de las que haya registro, Patria y Libertad. El libro se divide en breves microcapítulos, fórmula que intentó Rafael Gumucio (un émulo de Marín) en su propio y fallido libro, pero que Marín logra adaptar con éxito para desplegar la sincopada minucia que Sessa dicta a su madre. Se intercalan por momentos relatos del propio Marín (esto es, el primo de Sessa), quien ilumina y conduce el relato que su tía Aida puso por escrito. La redacción de Marín no cambia a lo largo de las más de doscientas páginas del libro, haciendo de este cambio de voces, una sutil intervención que mantiene alto el fraseo de la obra, y que permite que el autor salga ganador con su espectral bravata.

Pero no vamos a venir acá a descubrir que Germán Marín tiene oficio de sobra para sacar adelante cualquier texto, sí recalaremos en esta valentía, en ese extraño coraje vuelto artesanía, de transformar en libro la historia de su familia, un ejercicio que implica ir de cabeza contra “el lumpen que lo cubre todo”, como lo describe el poeta José Ángel Cuevas. Es que Germán Marín ya aportó una trilogía de libros (“Círculo vicioso”, “Las cien águilas” y “La ola muerta”) en los que el autor se posa en el desfiladero, y no teme en apuntar los focos a su familia de raigambre militar. La obra de Germán Marín supera con creces cualquier polémica, y reduce a un cliché la manoseada fusión literatura/vida. En cambio, Marín construye -con esa agudeza que él pareciera no advertir-, el más escalofriante correlato de nuestro doloroso pasado. Como un moderno Blest Gana, Germán Marín escribe la novela nacional del Chile de fin de siglo.

El fantasma de Miguel Sessa es, con nombre y apellido, el esqueleto más terrorífico que guardamos en nuestros clósets, pero ojo, Marín no nos mete el cuco, ni nos describe un demonio hiperventilado sediento de sangre, sino que simplemente nos expone ante el abanico de oscuridad de la que es capaz un ser humano, pues, aunque muerto, Sessa es un ser humano, con su cédula de identidad, con un barrio al que se adscribe, con una prima que lo inicia sexualmente, con un tipo que le aburre su convencional esposa, (y por eso la engaña), con un intérprete a quien le queda a la medida el traje de antihéroe que Germán Marín ha cortado para todos sus personajes.

Por descontado, querido lector, le decimos dos cosas. La primera de ellas es que usted debe acudir por este y los demás libros de Germán Marín, y que esta novela es, con holgura, una de las publicaciones más lúcidas y rotundas de este 2009.


Germán Marín
“La segunda mano”
Ed. Mondadori, Santiago, 2009, 215 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 178, 25 de septiembre de 2009

viernes, 18 de septiembre de 2009

Un ejercicio de denuncia

Desde hace un tiempo, una novela reposa en las repisas de nuestras librerías. Tremenda novedad, dirá el querido lector. Sin embargo, si le decimos que ese libro es “Acqua alta” (Emecé, 2009), novela del escritor y psicólogo chileno Pablo Torche (1974), esto no debiera ser tomado a la ligera. Esta novela es la primera que Torche escribe, puesto que sus dos publicaciones previas fueron en el ámbito del cuento, con los libros “Superhéroes” (2001) y “En compañía de actores” (2004). Este último libro que granjeó a su autor razonable resonancia y promisoria proyección.

La historia de “Acqua alta” es engañosamente simple. Dos personajes, Pablo y Chiara, chileno e italiana respectivamente, se encuentran y conocen en la ciudad de Venecia. Tienen una aventura que fluye irregular, el sexo va y viene, los lazos son ora idílicos, ora fríos. Incluso el escenario podría ser pieza intercambiable, puesto que funciona como un bello decorado antes que pesar en las conductas de Pablo y Chiara. Es Venecia –lo que determina el título de la novela, sin ir más lejos-, pero ¿por qué no París, Leeds, Goa o Antofagasta?

Hasta acá nada nuevo. Pero la diferencia es que esta escena descrita en el texto se repite en numerosas formas y estilos. Así la misma situación se cuenta desde la óptica de un Shakespeare, un Cervantes, un Guillermo Blanco, un Alberto Fuguet, la OuLiPo, o el infaltable Roberto Bolaño, multiplicando las miradas, y afinando todo tipo de voces que sirven de coreutas para describir todas las alternativas del encuentro entre Pablo y Chiara. Con todo lo delirante que pueda sonar esta decisión escritural, esta no es algo original. Hay dos ejemplos (uno proverbial, el otro no tanto) de esta práctica. El no tan proverbial es el libro “El arte de rechazar una novela”, del escritor Camilien Roy donde se esbozan 99 cartas editoriales para comunicar la negativa a publicar un manuscrito; y el proverbial antecedente al libro de Pablo Torche es “Ejercicios de estilo”, del francés Raymond Queneau (antecedente del mismo Camilien Roy), volumen en el que Queneau crea 99 modalidades de contar una noticia, alterando el lenguaje, tono, puntos de vista, etc.

Así las cosas, es bien acertado decir que Pablo Torche, aún cuando el desafío era nada despreciable, y que tampoco se estaban empujando las fronteras literarias, sale harto bien parado. La impostura de sus capítulos no decae, logra sostenerse gracias a la escritura medida y concienzuda, revelándose como diestra artesanía (con el respectivo sello personalísimo del autor), antes que como seriada copia. Hay creación antes que reproducción. Pero además Torche instala una dimensión poco advertida, y que acá develaremos, la de transformar –aún involuntariamente- a “Acqua alta” como una novela de denuncia. En este sentido, señalar que este caleidoscópico libro solamente “interesará a los estudiantes de literatura”, como pobremente señaló el crítico mercurial José Promis, es quedarse corto. En sendas entrevistas previas, simultáneas y posteriores a la aparición de “Acqua alta”, Pablo Torche no ha escondido su decepción respecto del acontecer literario nacional, especialmente en lo que atañe a los narradores (“en narrativa estamos en anorexia”, señaló en una entrevista al portal web Paniko.cl), subrayando el “bolañocentrismo” que hoy reina en nuestras letras. Con estos antecedentes sobre la mesa, y cotejados estos con la suelta gimnasia narrativa que Torche practica, remedando clásicos de siempre, prodigios nacionales y enfants terribles de la literatura de los últimos años, la tesis de la denuncia y el raspacacho al medio local es notoria.

¿No es acaso este libro un gancho al mentón de la “anoréxica” narrativa nacional? Tiene cara de serlo. Tiene cara de ser un tirón de orejas a una narrativa –en su mayoría- achanchada, ombliguista y autocomplaciente, que reproduce estilos cansinos, que arriesga poco y que pareciera ser una enana blanca, girando alrededor de la supernova Bolaño. Reiteramos que esto puede ser un efecto insospechado que acá volvemos cáusticamente plausible, pero, al final del día, en “Acqua alta” encontrará el lector un libro bien logrado, donde hubo una apuesta que pagó dividendos.



Pablo Torche
“Acqua Alta”
Ed. Emecé, Santiago, 2009, 324 págs.

*Publicado originalmente en 60 Watts N°6, septiembre de 2009

viernes, 11 de septiembre de 2009

Fomento a la lectura, pero en serio

Si usted ha caminado por ciertas calles de nuestra capital, o bien visto con atención el flanco de nuestras albiverdes orugas del Transantiago, recordado lector, probablemente habrá notado los carteles que son parte de la nueva (y enésima) campaña gubernamental de fomento a la lectura, impulsada por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, como parte de su Plan Nacional de Fomento a la Lectura (PNFL). Si usted es un lector más conectado con el mundo virtual, podrá haber visto los spots publicitarios en YouTube. La campaña, titulada “Yo leo”, pretende (tal como las decenas de iniciativas similares que en el pasado intentaron acercar al público los libros, fracasando miserable e inapelablemente), según palabras de la propia ministra de Cultura, Paulina Urrutia, animar al público a leer, a “la formación del hábito lector, (que) requiere de una primera etapa de animación a la lectura, de profunda motivación que convoca a la participación de todos como ‘proyecto país’ (las comillas son nuestras) y que debe incluir a todos los actores involucrados: autores, editores, medios de comunicación, organizaciones sociales, profesores, colegios, estudiantes, bibliotecas, universidades, ministerios, municipalidades, entidades privadas, entre muchos otros”. Un tremendo, optimista y altisonante objetivo, que, sin embargo, se acomete mediante equívocas y torpes frases tales como “yo leo en el baño” (como si la idea fuese glorificar la lectura escatológica), o “yo leo cantando” (¿?). Así las cosas, se podría seguir inventando lemas como “yo leo mientras amaso pan” o “yo leo mientras manejo maquinaria pesada”, etc.
Más allá del mayor o menor entendimiento que tengan las autoridades, de que fomentar la lectura implica un cambio cultural mayúsculo, y que debe ser acometido con políticas públicas de sólida base y de acción intensiva y extensiva, antes que con tristes y precarios voladores de luces publicitarios, existen iniciativas concretas en el sector editorial, productos palpables y a la mano del público, para obtener luces y claves respecto de cómo lograr formar niños que lean. Es el caso de la editorial Fondo de Cultura Económica, tal vez el único sello editorial en lengua castellana que dedica colecciones completas a temas como la edición de libros y la reflexión sobre cómo insertar con éxito a los niños en el universo de la lectura. El ejemplo lo establece la colección “Espacios para la lectura”, una serie de tomos bella y elegantemente editados, que reúne obras dedicadas en exclusiva a la reflexión sobre la enseñanza e impulso del hábito lector en edades tempranas.
Así, hace poco el FCE puso en los estantes de nuestras librerías uno de los trabajos más destacados de uno de los actores más relevantes a nivel mundial en lo que se refiere a literatura infantil y juvenil, hablamos del libro “Conversaciones. Escritos sobre la literatura y los niños” obra del crítico, profesor, ex bibliotecario y ensayista inglés Aidan Chambers (1934), autor de libros como “Dime” y “El ambiente de la lectura”, obras donde se subraya el valor de la lectura desde la juventud, y se aconseja a los padres sobre cómo transformar a los niños en voluntariosos y felices lectores. Publicado originalmente en 1985, Chambers revisa en este conjunto de ensayos y conferencias (en el que se incluyen piezas como “El lector en el libro”, escrito que le granjeó a Chambers el premio de excelencia crítica otorgado por la Children’s Literature Association), la literatura, los primeros escarceos que los niños pueden tener con ella, y el importante rol mediador de los adultos en el éxito de ese proceso, de suyo exigente por estos días. Volviendo al tema del fomento lector y sus dudosas campañas, “Conversaciones” es particularmente útil para los profesores de castellano (o como se les diga ahora), pues incluye ejemplos prácticos de cómo interesar a un niño en un libro.
La lectura de este volumen nos deja algunas pistas útiles, que debieran ser aprovechadas sobre todo por quienes ejercen la docencia. Por ejemplo, el compartir la lectura como experiencia donde el profesor (o los padres) y los niños logren identificarse en la actividad de leer, mediante la conversación y la discusión de lecturas. Lo medular es conversar (no olvidar este verbo) sobre libros, poner en un espacio común la experiencia y el contexto lector, lo que sirve para reforzar un libro recién leído, o bien para tentar a un lector potencial de ese libro. La conversación es la estrategia, la invitación, la carnada, si se quiere, para enredar al niño en la virtuosa red de la lectura.
“Conversaciones” tiene una secuela llamada “Dime”, publicada por el mismo FCE, y que figura en la colección del libro acá reseñado (donde también se incluye un apreciable trabajo de Teresa Colomer, especialista española en libros infantiles). No vendría nada de mal acercarse a estos materiales de calidad probada, antes de poner oreja a blandengues campañas improvisadas, donde se intenta inyectar amenidad y factores de acercamiento con eslóganes y jingles de mal gusto y peor estofa. Mejor es prestar atención y amplificar el mensaje de quienes, como Aidan Chambers, ya desde hace décadas tienen la película bastante clara.


Aidan Chambers

“Conversaciones. Escritos sobre la literatura y los niños”
Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 2009, 268 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 177, 11 de septiembre de 2009