viernes, 19 de junio de 2009

El sexo y la academia

Muy lueguito soplará 80 velitas en su torta cumpleañera el escritor, teórico literario e influyente pensador mundial George Steiner (París, 1929). 80 años en cuya mayoría este paladín de la literatura comparada, ha logrado, con una maña procelosa y distintiva, lo que las grandes mentes de este mundo suelen hacer: dejar a la vista la nervadura, el tinglado del mundo y sus fenómenos. A los 80 se supone que se hacen los balances en los cuarteles de invierno, se vuelve la mirada atrás con la satisfacción del deber cumplido, con la autocomplacencia de la superación de altos y bajos, y con la mirada paternal de quien ha vivido demasiados años en este mundo.
Por el contrario, Steiner ataca con “Los libros que nunca he escrito”, obra que ya levantó algo de polvo en Europa y que trae a Chile la editorial Fondo de Cultura Económica, pero que es producto de una astuta estrategia editorial de la proverbial casa mexicana, la del joint venture con sellos de otras latitudes, pero con menor rango de acción, como es el caso presente con la refinada y privativa editorial española Siruela, archifamosa por sus libros de tapa ultra dura, su papel sedoso como una caricia y autores que solamente leen en el mundo un puñado de personas de rancio abolengo lector. El mismo FCE acercó al grueso del público latinoamericano el excelente ensayo “Los años de esplendor”, sobre la vida de James Joyce en la ciudad italiana de Trieste. Libros que en España son obra de microeditoriales, pero que con el patrocinio megafonero del FCE pueden alcanzar la difusión que tienen las grandes multinacionales del libro.
Volviendo a Steiner, la boutade que el autor propone –las supuestas ansias por lo no escrito, por lo pendiente-, no gravita mucho con lo que nos encontramos en las páginas interiores. Esto es una escritura que se sostiene en sí misma, y logra balancear en un solo malabar la densidad del ensayo propio del erudito pensador de hoy, que trata temas como la envidia y la masturbación echando mano a un enciclopédico bagaje de lecturas, pero a su vez con las necesarias dosis de originalidad y punción, como para convertir en este libro en un volumen que con apenas un pequeñísimo desbalance o con un gramo menos en los kilos del apellido del autor, no habría alcanzado los altos vuelos que “Los libros que nunca he escrito” alcanza.
El presente volumen se divide en siete ensayos, piezas que, según quiere plantear Steiner, es cada una un abstract, un protolibro no desarrollado. Estos ensayos son la sinopsis y el resumen de lo que ha preocupado y movido la labor de este intelectual durante toda su obra, la creación artística, lo judío, la enseñanza, los animales, el lenguaje, el sexo, a lo que se suma la envidia artística (personificada en el estudio del escritor italiano contemporáneo a Dante, Cecco d’Ascoli), ensayos en los cuales Steiner no deja sobarse el lomo a sí mismo, algo innecesario, dado su currículum que bien podría tener la longitud de uno de los ensayos del libro.
Pero hay un condimento selecto, clave para poder bucear en este libro y no morir de tedio en la intentona: la pasión. Steiner, un judío de familia vienesa, que arrancó del horror nazi en 1940 para instalarse en Nueva York, con estudios en Harvard y Oxford, fue siempre un ebrio de la enseñanza, febril estado que sabe transmitir con el entusiasmo de los humanistas que lo saben todo, pero también saben transferirlo con exaltación. Aplausos aparte, no cometeremos acá el error de señalar que este libro es para el lector común y corriente por el hecho de que uno de los sellos que edita el nombre tiene alcance continental. Nada más errado. Una prosa como la que acá propone Steiner lo confirma. La vehemencia y el humor son un gancho –y aunque el autor luzca cierta sorna ante el deconstructivismo y el postestructaralismo-, pero para seguir el camino que el autor ha regado de migas, hay que estar atento y preparado para el encontronazo con alguien que no deja ni dejará ser un académico de tomo y lomo, y que habla en académico. Acá no se democratiza nada.
Otra gran cualidad de este libro, Steiner no nos dora la píldora con el 11 de septiembre del 2001, un tema que ya exaspera por su sola mención dada la atosigante y majadera explotación del suceso que surgió tras la caída de las Torres Gemelas. Steiner menciona una sola vez el apocalíptico evento, para volver a centrar sus esfuerzos denodados y felices en la labor que lo ha convertido en un pensador famoso y hasta querido en el mundo: el enseñar a leer. Hay terreno, igualmente, para apuntar con el dedo a un intelectual que elude una responsabilidad política (de hecho acá fustiga la política partidista), pues Steiner ante el dilema elige, como ha sido su costumbre, correr un tupido velo. Steiner catequiza al lector en “Gramáticas de la creación”, “Después de Babel” y “La muerte de la tragedia” y lo hace en este puñado de libros por desarrollar; lo hace sin ningún tipo de ambages, con franca erudición y polisemia sin pretensión, y, por sobre todo, con un humor impar y a ratos sorprendente. Tómese como ejemplo la primera parte del ensayo “Los idiomas de Eros” (el nombre del escándalo): “¿Cómo es la vida sexual de un sordomudo? ¿Con qué incitaciones y cadencias se masturba? ¿Cómo experimenta el sordomudo la libido y la consumación?”. Aunque Steiner trata de delinear una suerte de autobiografía sexual (de hecho “habla y ha hecho el amor en cuatro idiomas”), logra plantearnos razonables dudas sobre la diferencia de hacer el amor “en alemán” y “en francés”, aunque una lectura acabada del ensayo nos pinta a un Steiner que como semental es un gran y honroso políglota. Empezar a enumerar conquistas sexuales es una receta perfecta para ganar pase directo al desprecio público por fanfarronería. Steiner se salva jabonado en todo caso. Habrá que perdonarle esas y otras lindezas a George Steiner, pues harto ha hecho en su carrera, incluso cuando se le frunce, en su particular minuto de confianza, escribir sobre lo que no ha escrito.


George Steiner
“Los libros que nunca he escrito”
Ed. FCE / Siruela, México, 2008, 237 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 173, 19 de junio de 2009



viernes, 12 de junio de 2009

Una maraña de seres parlantes

Verónica Zondek (1953) es, estimado lector, una de las poetas más importantes que existe en esta parte del mundo que llamamos Chile. Su labor poética, su desempeño como traductora, editora y también como gestora cultural, han sido consistentes y permanentes, y le han granjeado a la autora respeto y renombre. Pueden dar cuenta de ello las poetas Soledad Fariña y María Teresa Adriasola (conocida también como Elvira Hernández), por décadas compañeras de ruta y trabajo de la laboriosa Zondek, quien ha fijado su residencia en la idílica capital de la Región de los Ríos, Valdivia.

Hoy, el último testimonio de ese empeño poético es “Por gracia de hombre” (2008), publicado por LOM, sello en el que la autora es miembro del comité editorial. Fuerte poesía, querido lector, pero no en tanto a la agresión, sino en cuanto a la reciedumbre, al coraje. Verónica Zondek se plantea y se para frente a las voces poéticas chilenas más pintadas, el horror del holocausto, o la sociedad indiferente, e impone su discurso firme y elocuente, impone su tarea infatigable de metaforizar y construir la imaginería de una actualidad y una historia, impone el cruce irrenunciable con su origen hebreo, esa zozobra constante, esa urgencia desde donde la autora escribe. Botón de muestra, el poema “Fuego”: “¿Cómo tragar el dolor entre llamas azules/ en la infernal hoguera de las Inquisiciones/ o en la quema de libros con Torquemada/ o en aquella última,/ Anguita,/ cuando incendiaron libros para sofocar revoluciones?/ Y ¿qué de ese otro fuego tan perfecto/ ese, el amarillo de Auschwitz,/ rasgando carnes tan añejas y tan tiernas/ o esas otras llamas/ esas, las del Infierno católico ahora abolido?”. El libro cuenta también con reproducciones de trabajos del artista Guillermo Núñez, Premio Nacional de Artes 2007, ejercicio que la autora ya realizó, pues en el libro “Entre lagartas” figuran ilustraciones de Gabriela Villegas.

Verónica Zondek es una digna representante de ese grupo de mujeres que escribieron poesía durante los 80 en Chile (labor heroica era hacer cualquier tipo de arte en esa negra década), ese grupo de mujeres que destila una dignidad que pareciera casi extinta en la literatura actual, y que con la herramienta poderosa de un lenguaje desmembrado y trastocado, desenmascaran territorios cruzados por literatura, memoria, y poesía. En este sentido, el poema “Camélido” actúa como una mini biografía, una bitácora, un recorrido y sus vicisitudes, “Pesa el peso de la letra/ y pesa la lana del cobijo/ y pesa la búsqueda del puerto/ y lo hallado en la neblina. (…) Pesa y re-pesa el cansancio/ y la búsqueda eterna del deseo. (…) Pesa la nostalgia de la cueva segura/ y el sueño de mi pecho antiguo. (…) pesa el derrame/ y los hijos/ y el presente/ y el mañana./ Pesa/ pesa la solución de hoy/ y pesa ‘la solución final’/ y pesa el arte de soñar con fugas./ Pesa/ pesa todo.”

Lo auténtico, estimado lector, lo auténtico campea en la poesía de Verónica Zondek y en este libro. Circula también la valentía de mirarse de forma constante en el espejo que es la vida, con sus roturas, trizaduras, y negruras, porque es desde ese ejercicio que Verónica Zondek escribe, sin dejarse nada atrás.


Verónica Zondek
“Por gracia de hombre”
LOM, Santiago, 2008, 79 págs.


*Publicado originalmente en 60 Watts N°3, junio de 2009


viernes, 5 de junio de 2009

¿Por qué no puedo ser del red set?

El mercado editorial registró hace algunas semanas el nacimiento de una de sus novedades cool, nos referimos a “La deuda” (Mondadori, 2009), última entrega del escritor y columnista Rafael Gumucio (Santiago, 1970). El libro se basa en un caso real, el de la estafa del llamado “contador de las estrellas”, que embaucó a diestra y siniestra a media farándula criolla. También se echa mano a ciertos incidentes de corrupción política. En el libro, el resentido Juan Carlos Riquelme desfalca al atribulado cineasta Fernando Girón (oriundo de Macul y a quien la divina providencia social hizo rubio) quien además de ser desplumado por su contador y amigo, debe enfrentar los embates que este hecho acarrea en su matrimonio con Fernanda Valdés, ex alumna del Villa María y aguerrida gerenta de comunicaciones de TVN. En paralelo, la novela tiene como eje secundario las vicisitudes de Riquelme, quien escapa de Chile y trepa por Latinoamérica evadiendo a la Justicia, hasta que finalmente cae en cautiverio. Se entiende que la acción del libro transcurre para generar la tensión necesaria para sazonar el desenlace: el encuentro entre Girón y Riquelme, en la cárcel donde el segundo cumplía condena.

Suceden varias cosas con esta novela de Gumucio, y que hacen que simplemente no funcione. La primera de ellas es el baladí hecho que elige Gumucio como armazón para desarrollar su muy ambicioso proyecto, una noticia de farándula. La segunda de ellas se desprende de la anterior, Gumucio aspira a crear un libro que, en el papel, no dejará títere con cabeza al meterse contra la Iglesia, la política, la culpa cristiana, el cine chileno, la PDI, la corrupción en la Concertación, la clase media, el determinismo insalvable -casi al nivel de casta hindú-, que da el origen social, la literatura misma, etcétera., temas que, si se revisa la carrera de Gumucio como cronista y columnista, se verá que son sus obsesiones, sus perennes cuentas pendientes. Las páginas del libro rezuman un apuro, un atarantamiento incluso, por sacarse este hueso de pollo que Gumucio tiene atravesado en el gaznate, un apuro por escribir una novela política (en el sentido amplio y no ideológico del término), que desnude a la sociedad local y todos sus males, de una sola patada.

A partir de esto, una tercera cosa que sucede con “La deuda” –y su principal cojera- es que se aprieta mucho, y, como no podía ser de otra forma, se abarca poco. Gumucio promete una bomba de 150 megatones para terminar entregando guatapiques al lector. No se puede dejar de pensar que si el autor tuviera un poco más de paciencia, podría haber desarrollado con los años cada uno de estos temas -que no son nuevos- en libros individuales, con más calma, con mayor atención. Pero en fin, Rafael Gumucio eligió poner todos los huevos en una canasta harto frágil. Los cartuchos del que podría haber sido un extenso proyecto novelístico se utilizaron todos a la primera oportunidad, en un territorio plagado de adverbios terminados en “mente”, y de la palabra “odio” usada en las más diversas instancias.

En cuarto lugar, el tránsito de crónica a novela que el autor emprende se nota accidentado y por momentos fallido. Gumucio no toma en cuenta que hay arbitrariedades que se permiten en el campo de la opinión periodística (Macul como epicentro de la clase media, et. al.), pero que en la ficción, donde hay que construir tinglados argumentales y personajes sólidos, simplemente chirrían. Una cosa es cronicar el clasismo o la corrupción, y otra muy distinta es exponerlo con una dimensión poética o artística, con los intrincados códigos de la ficción. El discurso taxidermista y encasillador, que en un cronista suscita –idealmente- el pensamiento y la discusión, puede sonar fatuo y caprichoso en la voz un narrador omnisciente y en exceso escrupuloso de su poder sobre la historia. A propósito de esto, no se puede dejar de recordar a Machado de Assis y su novela “Esaú y Jacob”, que circula en nuestras librerías. Gumucio repite un narrador que en 1904 era una novedad, pero que en 2009 es difícil de digerir. Hasta en la división capitular se parece al libro de Machado, con microepisodios que están en páginas enfrentadas.

El pretencioso proyecto de “La deuda” se desmorona en un texto blando, lugar en que se deshacen las intenciones de desnudar yayas enquistadas de cierto sector de la sociedad (aquel en el cual Gumucio hace su vida diaria, como lo delatan los guiños a restaurantes y locales comerciales, tal como lo hizo su camarada Patricio Fernández en “Los nenes”) a partir de un narrador y personajes que se despachan filípicas y moralinas de esta clase: “La voz en off explica demasiado (lo que precisamente sucede en este libro). Típico de las películas chilenas eso de la voz en off. Pero la gracia de la novela es que no se cuenta sola, es que hay una voz esquizoide que la cuenta”, “El paraíso es lo más entretenido que hay. Son los pecadores los que son una lata. Rodeado de borrachos y puteros. ¿Tú has leído a Santo Tomás? La Suma teológica es lo más divertido que hay”, “nadie está condenado a ser pobre, y nadie es pobre porque otros son ricos, todo depende de tu capacidad de emprender, de soñar una vida mejor”. Así las cosas, no hay incomodidad ni diversión, como se señaló en el lanzamiento y en la contraportada, respectivamente.

¿A quién se dirige “La deuda”? (la pregunta levantó cierta polvareda), por cierto que no a un “lector subnormal” como se insinuó en LUN, pero tampoco a un gran público, como pretende Rafael Gumucio al meterse en las patas de todos los caballos de la plaza, aunque use la farándula como punto de fuga. Esto no porque en Chile –supuestamente- se lea poco, sino porque, una vez más, se opta por escribir para un reducido y nada marginal grupo de amigos y compañeros de juerga. Con esta novela (que tal como su desabrida prima hermana “Los nenes” probablemente no haga mucho ruido), queda establecido que Rafael Gumucio nos queda debiendo unas buenas crónicas, modalidad de la cual no debió haberse alejado mucho.


Rafael Gumucio
“La deuda”
Ed. Mondadori, Santiago, 2009, 352 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 172, 5 de junio de 2009