viernes, 29 de junio de 2007

Lucidez, simpleza y brevedad

Un nuevo batazo editorial nos provee el crítico, docente, poeta y novelista Alejandro Zambra (Santiago, 1975), con su última producción “La vida privada de los árboles” (Anagrama, 2007), libro que sigue el camino de “Bonsái”, que puso a Zambra en el mapa no sólo de la literatura local, sino de Hispanoamérica. Este segundo libro, sin duda emparentado con el primero, ya termina por galvanizar a Zambra con una pátina de seguridad, la de un tipo que va en serio, con pantalones largos, y más focos sobre su rostro.
Antes de entrar en materia, es digno de destaque el hecho de que este volumen haya sido impreso en Chile. Lo habitual es que los libros de Editorial Anagrama, al ser importados, sean caros, lo que los hace o inalcanzables, u objetos de culto que se aprecian por lo penoso de adquirir. Pero esta tendencia de libros Anagrama impresos acá es un sanísimo y esperanzador indicador de que a futuro puede que no haya que gastar dinerales en las librerías chilenas o en su defecto, encargarle al viajero a Buenos Aires, el volumen que allá cuesta la mitad que acá. Ojalá que a Zambra sigan los Vila-Matas, Piglia, Auster, Ford, etc., para que el lector nacional acceda a la buena literatura a un precio decente.
Digresiones aparte, Zambra es un animal literario y no puede evitarlo. Y aunque seguramente esta aseveración lo incomodará un poco, dado su carácter reservado y silencioso, no le queda mal la definición. Su texto lo delata. Pero esta sabiduría no alcanza, felizmente, a opacar el verdadero valor de esta obra, su tenue, pero certera observación del diario vivir; cierta pincelada muy bien cuidada de las circunstancias del chileno común y corriente, en este caso, la de Julián, que espera a Verónica que llegue de su clase de dibujo, pero tarda demasiado.
El ínterin, Julián recorre pasajes de su vida, presentados con la habilidad del autor que hace que un racconto no sea un racconto, sino que simplemente incida, como una nota a pie de página. Ejemplos como este contribuyen a la calidad de esta breve novela, el hábil manejo de los tiempos, pero sustentados en un equilibrio tenue, más que correctamente armado; frágil a la vista, pero feliz a todas luces, con una sinceridad y justeza en el retrato que se agradece. Asimismo se aplaude la carencia total de embelecos, tretas y florituras, con las que los malos escritores suelen torturar al lector, ¿aprendió la lección de Raymond Carver? Seguramente, y lo sabe expresar sin ambages, esbozando el pasado, el presente y el futuro, personificados en Julián, Verónica y su hija Daniela, respectivamente.
Esta última novela de Alejandro Zambra tiene muchos puntos a favor, eso es claro. Lo que es claro también es que pasamos a otro Alejandro Zambra, del que ya no interesa si los autores que criticaba en LUN se vengarán de él, o si puede barajar ser profesor, poeta y comentarista de libros, y no morir en el intento. Este es otro Zambra, uno quizás superior, pero sí definitivamente confirmado, recio, que ya anda solo; no es ni promesa ni para tenerlo en carpeta. Veremos a dónde nos lleva.



Alejandro Zambra
“La vida privada de los árboles”
Ed. Anagrama, Barcelona, 2007, 117 págs.




*Publicado originalmente en El Periodista N° 131, 29 de junio de 2007

viernes, 15 de junio de 2007

Pagano total

El chileno medio (y en lo posible no tan desmemoriado) guarda ciertas imágenes cuando se le habla de Erick Pohlhammer (Santiago, 1955). Quizás la más recordada es el certero puñetazo que le propinó Django en el programa “Hablemos De…”, conducido por César Antonio Santis, y transmitido por TVN, donde el poeta, y en ese entonces popular juez de “¿Cuánto vale el Show?”, y el cantante español estaban invitados. Hay que señalar que en el momento en que Django asestó una contundente trompada que hizo que Pohlhammer quedara depositado tras un sillón, aquél se encontraba bajo las influencias del hipnotizador Tony Kamo, de gran popularidad en la televisión chilena de los noventa. Perdonará el lector las inexactitudes en la reconstrucción de este episodio, pues quien suscribe no pudo encontrar en YouTube la mentada pelotera, que se zanjó a la mañana siguiente en el set del programa de concursos de Chilevisión, con un sentido abrazo entre el vate y el intérprete de “Corazón mágico”.
Hoy ha vuelto Pohlhammer, y en el expediente del que quizás no debió haberse alejado demasiado: la poesía, actividad que le hizo un nombre con poemas como “Usted” y “Los Helicópteros” (particularmente significativo por el lamentable momento que Chile vivía a mediados de los ochenta). Las jóvenes, pero laboriosas Ediciones Bordura ofrecen “Vírgenes de Chile”, cuarto libro de este poeta, y su regreso luego de dos décadas de silencio editorial, permitiéndonos ver al mejor Pohlhammer, aquel que señaló en el algún momento que la poesía era un espacio de libertad absoluta.
“Vírgenes de Chile” es un más que un interesante y jocoso catastro de madonnas chilenas, pues lo que intenta Pohlahmmer en este libro es más que loable, el darle una vuelta de tuerca a la devoción, y ventilar con algo de frescura el recogimiento (y el dolor, por qué no) que significa pedirle favores a la Madre de Cristo. Y en esto el autor no se resta, pues en el poema “Virgen del Parque Forestal”, Pohlhammer pide la trascendencia, de forma más elocuente que en la cantidad de las livianas entrevistas publicadas del autor (donde se insiste hasta el hartazgo en que hable de fútbol y realities).
Erick Pohlhammer es otro heredero de Parra y su antipoesía. Su lenguaje lo delata. Sus temas lo delatan. Pero más importante aún, lo delatan su capacidad de tomar ese fierro caliente, y no quemarse, aportando versos y poemas pletóricos de certeras imágenes cotidianas, pero construidas con un lenguaje habitual, hábilmente adornado, que les otorga mayor durabilidad. Bien por esta vuelta de Pohlhammer (no tanto así por sus entrevistas, sin ton ni son la mayoría de ellas), es la vuelta de un poeta más que un personaje; de un artista, más que de un payaso.



Erick Pohlhammer
“Vírgenes de Chile”
Ediciones Bordura, Santiago, 2007, 57 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 130, 15 de junio de 2007

viernes, 1 de junio de 2007

La edad de la inocencia

Noticias frescas de Violeta Quevedo llegaron, como suele pasar, desde el extranjero, más específicamente de parte del afamado escritor argentino César Aira, quien en su “Diccionario de escritores latinoamericanos” (2001) dedica líneas a una de las plumas más enigmáticas que ha existido en la literatura nacional, Rita Salas Subercaseaux (1882-1965), alias Violeta Quevedo.
Hoy Ediciones B hace un nuevo esfuerzo por dar a conocer a esta desatendida autora (tarea que ya había emprendido antes Eduardo Anguita), cuya obra pareciera destacarse, -y así lo hacen ver quienes prologan este volumen-, no por lo conmovedor que pudiera ser la inocencia con que Violeta Quevedo percibió el mundo en que le tocó vivir, sino por ese sincretismo único, que con el genio de la simpleza, ilustra mejor que las teorías y dogmas más pintados. Y aunque no es difícil confundir esta devoción con superchería, hacerlo sería un error garrafal. Como también lo sería quedarse sólo con el encanto y diversión que estas páginas aportan a quien lee.
“Cuál no sería mi sorpresa…” (Ediciones B, 2007), más que oportuna recopilación de la obra de Violeta Quevedo, cumple la misión que tienen todos los buenos libros: llenar vacíos, y caramba que los hay en la olvidadiza literatura chilena. Eliminar lagunas, refrescar memorias y reflotar páginas olvidadas es uno de los desafíos pendientes (sino el más), y doble es el gusto si es que se hace con dineros públicos.
La agudeza suele mostrase con ropajes originales y sencillos, los que en el caso de Violeta Quevedo ya son casi una quintaesencia; la misma quintaesencia que se puede encontrar en la correspondencia de Boquitas Pintadas, de Manuel Puig. Originalidad y sencillez que no se logran si se proponen, que no se logran a menos que esa sea la materia prima de la que esté hecha nuestra cosmogonía, como sucedía con Violeta Quevedo, para quien todo se basaba en la Providencia y milagros, con salidas y frases (“la torre de Pisa es gótica por dentro e inclinada por fuera”) que encontramos en los niños simpáticos y despiertos, y que hicieron posible que esos escritos fueran publicados en libro, y admirados por Edwards Bello, Anguita y César Aira, y ahora por los chilenos del siglo XXI.


Violeta Quevedo
“Cuál no sería mi sorpresa…”
Ediciones B, Santiago, 2007, 263 págs.




*Publicado originalmente en El Periodista N° 129, 1 de junio de 2007