viernes, 22 de agosto de 2008

La Revolución, güey

Del escritor mexicano Carlos Fuentes (nacido en Panamá en 1928 por la labor diplomática de su padre en ese país) se pueden decir unas cuantas cosas, muchas de ellas ampliamente sabidas. Un ejemplo, que es una de las figuras centrales del llamado boom latinoamericano, quizás el primer fenómeno literariomarketinero de la historia de las letras latinoamericanas.
Pues bien, debate aparte, Fuentes (que este año celebra su octogésimo cumpleaños) es el autor de "La región más transparente", uno de los libros clave del período, y de la narrativa en lengua española de la segunda mitad del siglo XX, y que hoy, tras cumplir medio siglo de vida,es reeditado por Alfaguara. Este libro, ambientado en el DF de los años posteriores a la sabrosísima Revolución Mexicana, que entre 1910 y 1920 se erigió como el primer evento insurrecto en la historia del subcontinente, proceso que Fuentes utiliza para hacer lo que mejor hace en su escritura, dibujar la cara de una nación, auscultar la biografía panorámica de una sociedad, mediante la revisión del mito y la configuración de los símbolos representados por sus personajes, los que no son solamente las personas, sino también lo son ambiente y la urbanidad de la capital mexicana. Un retrato latinoamericano, profuso de lenguaje y floritura pintoresca, tan seductor en el Viejo Mundo, donde fueron catapultados a la fama escritores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, el propio Fuentes y nuestro José Donoso.

Fuentes, mediante una estructura fragmentada arma un rompecabezas tal como se estilaba en los años de su mayor esplendor (baste recordar a Cortázar y su Rayuela eterna), un rompecabezas cuyas piezas conforman un puzzle multifuncional, de crítica a la sociedad mexicana apelando al presente revolucionario de la obra y al pasado imperial azteca, contraponiendo realidades subjetivas y objetivas, que configuran la pieza maestra del autor de La muerte de Artemio Cruz.

Hoy esta novela renace gracias a la editorial Alfaguara, que ha ido incluyendo en su catálogo de autores a varios representantes del boom,como lo es Fuentes, o bien el niño mimado del sello, el siempre candidato al Nobel, el peruano Mario Vargas Llosa. Publicar a Carlos Fuentes no es una apuesta, es una certeza, es un número puesto en un catálogo de lujo, y un siempre exitoso elemento para mantenerviva una identidad continental.




Carlos Fuentes

“La región más transparente”

Ed. Alfaguara, Buenos Aires, 2008, 554 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 155, 22 de agosto de 2008

viernes, 8 de agosto de 2008

El sujeto que enloqueció de amor

La imagen que el chileno de a pie (y también el que no) tiene de Pablo Mackenna (Santiago, 1969) es la de un figurín televisivo mordaz, lenguaraz y audaz, impertinente, osado, sin pelos en la lengua y que en más de una ocasión se ha metido en problemas con la autoridad, convirtiéndose en el comidillo de la prescindible prensa de farándula y ganándose una carcelaria saison en enfer (de la que se sacó provecho editorial, por cierto, dado el personaje y dado su tormento). Sin embargo, detrás de ese tarambana de abolengo, ese calavera disipado con estudios en encopetadas universidades de Chile y Europa, muy pocos sospechan que se encuentra un poeta sensible con más de un libro a cuestas y con una razonable dosis de capacidad como para transformar esa sensibilidad en poesía.
Hoy es la editorial Pehuén la que brinda al público “Anatomía del amor perfecto”, libro que sigue a “Papas cocidas” (2001) que poca resonancia crítica obtuvo (salvo por un comentario encargado por cierto medio online a Armando Uribe, de seguro con afán más morboso que literario).
Por un momento hagamos un saludable ejercicio, posible, pues la poesía es a prueba de biografías. Dejemos totalmente de lado que el autor es un personaje de televisión (no de la mejor, lamentablemente) y concentrémonos en el texto. Pues bien, digamos que “Anatomía…” da cuenta de que su autor maduró desde los poemas de “Papas cocidas”, ha pulido su arte, ha trabajado su palabra (cómo no, si el anterior volumen concentraba poemas adolescentes) y logra hilvanar poemas donde la imagen logra configurarse como debe ser, esto es, a partir de un lenguaje dominado y trabajado, con un tono más subido, divisando por momentos la fatuidad y cierta altisonancia.
Si bien sus temas no son originales (culos, colegialas y jumpers ya fueron abordados por un desternillante y más suelto Bertoni) Mackenna hace un ejercicio primero de sinceramiento de pulsiones y luego de un análisis, de dibujo, de descripción de todo lo que lo mueve; no es un adolescente cachondo, sino un sujeto que viene de vuelta, que ha pasado por el lejano oriente, y que sin amainar sus apetitos, puede hacer de ellos poesía más elaborada, aquilatada, sosegada al recuerdo de haber caído en lo más negro; esto se nota en poemas como “¡guarda con el telón!”: “algo nos traíamos entre manos/ y de tanto echar los dados/ contra el tablero vuelto de la infamia/ caímos heridos, aplastados/ pobres demiurgos, roto el espinazo/ bajo el peso muerto/ del telón púrpura del cielo”.
El libro se abre con el poema “Anatomía del abrazo perfecto”, que escapa a la norma del resto del volumen, puesto que se destierra el yo y comanda todo una voz externa que logra desembarazarse de la carnalidad que abunda en el libro. Ejercicios como aquél son los que denotan primero que Mackenna posee en su ADN el cromosoma Parra, presente en los poetas chilenos de este tiempo, y luego, que su poesía brilla cuando escapa a la calentura, gana su palabra cuando cede la erección y el reposo ayuda a la reflexión.
Hoy “Anatomía del amor perfecto” (si es que existe tal amor) es un mélange de sensibilidad y destemplanza, una batalla en que asoman imágenes balanceadas y correctas entre tetitas y ombligos. Hay esperanza en la poesía Pablo Mackenna, si es que con el tiempo seguirá la depuración su palabra. Si es que en el futuro continúa el proceso de destilación poética, a partir de una cachondez tan humana como su autor, hay esperanza.

Pablo Mackenna
“Anatomía del amor perfecto”
Pehuén editores, Santiago, 2008, 101 páginas.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 154, 8 de agosto de 2008