miércoles, 22 de agosto de 2012

El mundo alucinante



Sucede con el escritor, crítico de cine y guionista argentino Alan Pauls (Buenos Aires, 1959) -o mejor dicho con sus textos-, que parecieran estar recubiertos de una viscosa capa de erudición, cuya superficie tiene un lustre cegador, su prosa ardua y concentrada. Es la sensación que queda con novelas como El pasado (cuya versión cinematográfica, protagonizada por el plebiscitario Gael García Bernal, roza lo lamentable) y también con la prosa de no ficción de Pauls, en este caso con Temas lentos una selección de textos realizada por Leila Guerriero, la mejor periodista de la plaza subcontinental, hoy por hoy.
            Este conjunto de textos reúne piezas de diversas temáticas y orígenes (artículos, conferencias, diarios), como no puede ser de otra forma cuando habla Alan Pauls. En ocho secciones Pauls analiza arte, cine, literatura, Princeton (universidad donde fue visiting professor), y por cierto, su propio yo. Pauls es elegante y contundente. Es impreciso decir que es oscuro, pues Pauls no conoce otro estado a la hora de escribir. No esconde su erudición, ni tiene por qué hacerlo, aunque pueda caer pesada o pasar por fatua. De ahí el título Temas lentos es más que adecuado, porque masticar la prosa de Pauls lleva tiempo. Masticarla y tratar de adquirir su gusto. No hay concesiones con Alan Pauls, quien despliega no un donaire, sino el peso específico que tiene la narrativa argentina, junto con otros exponentes como Juan Forn.
            Bolaño (quien lo canonizó al tildarlo como “uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos”), Goddard, Borges, César Aira, Ricardo Piglia, las canas, las ardillas de Nueva York. Esos son algunos brochazos que pega Pauls en este libro, un nuevo acierto de las ediciones de la Universidad Diego Portales, que ya antes con libros de Juan Villoro y Christopher Domínguez Michael confirma que está conformando un catálogo que descuella en calidad, y que con Temas lentos da otro paso firme en esa dirección.



Alan Pauls

“Temas lentos”

Ediciones UDP, Santiago, 2012, 350 págs.

martes, 14 de agosto de 2012

Necesito poder respirar



La última entrega del escritor español Enrique Vila-Matas, Aire de Dylan (Seix Barral, 2012), ciertamente conserva una cantidad razonable del ADN del autor de libros tan célebres como Bartleby y compañía y El mal de Montano. De esta forma es posible detectar los habituales tributos a sus autores de cabecera, como Robert Walser, en la figura de un botones de hotel (oficio que quería emprender el propio Walser), en medio de una historia manifiestamente dedicada al fracaso.
El libro cuenta la historia de un escritor (el propio Vila-Matas), que participa en un congreso dedicado al tema del fracaso. En este cónclave encuentra a Vilnius, un publicista y cineasta de capa caída, que se parece a Bob Dylan y es hijo y antítesis de Juan Lancastre, escritor comedido y laborioso, muerto poco antes. Vilnius tiene como propósito fracasar como nunca nadie lo ha hecho antes, y así dar cumplimiento a su deseo de transformarse en un Oblomov, en otras palabras, un personaje a quien se la va la vida haciendo absolutamente nada. De todas formas, Vilnius tiene en mente construir un archivo sobre el fracaso y vive perseguido –aquí la cabriola shakespierana- por su padre muerto, quien se infiltra en sus pensamientos. La historia se centra en Vilnius, que tiene una familia, desde luego muy insólita, donde hay una madre amoral cuyo amante asesinó al padre de Vilnius, Juan Lancastre, y también una enamorada, Débora, con quien Vilnius se determina a tener una existencia infraleve, sin tener nunca más de una idea por día, entre otras historias que pueblan el texto.
Para no perder el hilo de lo antedicho, la literatura de Enrique Vila-Matas tiene procedimientos que ya a estas alturas son del dominio público, o al menos están a la mano del público lector; esto es que cada libro del autor catalán funciona como un kit en el que se incluyen laberintos misteriosos, pistas falsas, juegos de espejos, la impostura, más de un cul-de-sac, referencias literarias, padres e hijos, límites genéricos borroneados entre novela y ensayo, entre otras marcas conocidas. Este esquema, encantador en los primeros años de carrera del autor y cautivante en su cúspide (Bartleby…) ha perdido potencia con el enjuague de los años. Es cierto, se sigue leyendo a Vila-Matas, tal vez por una rara fascinación que provoca el catálogo de excentricidades que constituye el grueso de su obra narrativa, pero como también pasa con Paul Auster y la compulsión por el azar y la coincidencia, el desgaste que se ve en Aire de Dylan da cuenta de un autor que, para ponerlo en términos propiamente vilamatianos, se ha vuelto cada vez menos portátil, o al menos da esa impresión.
En esta pasada, a Vila-Matas se la pasó la mano con el cilantro ficcional (Hamlet, Scott Fitzgerald, los oblomov, el teatro, el fracaso, la autobiografía, lo posmoderno, citas constantes, Bob Dylan, etc.), tejió un tapiz que se disparó en más direcciones de las deseadas, generando un libro que tiene un sobrepeso notorio, y que, por tanto, en comparación con sus libros anteriores, ha perdido vigor y tonicidad. Si en el pasado la ficción asistía al ensayo en una medida más que balanceada, las tintas cargadas de Aire de Dylan hacen que hoy a esa operación se le noten mucho los hilos de las costuras, llevando más lejos de lo recomendado la habilidad que tiene el autor de pergeñar escuelas apócrifas, academias de lo anodino y corrientes emparentadas con el sinsentido. A ello sumamos a que Vila-Matas introduce también el elemento de utilería más común de la narrativa castellana con aires de progreso, un texto perdido (o que existe sólo de oídas), en este caso, la autobiografía de Juan Lancastre.


Casi en paralelo a Aire de Dylan (y tal vez para mayor detrimento de esta novela) empezó a circular en nuestro país Chet Baker piensa en su arte (Debolsillo, 2011), recopilación de relatos selectos de Enrique Vila-Matas, editada el año pasado en España. La llegada de este libro justo ahora es una involuntaria zancadilla a Aire de Dylan, pues este compilado de ficciones (una versión remasterizada de Recuerdos inventados, previamente editado por Anagrama) actúa sin querer como un antídoto a la recargada trama de la última novela del catalán. Hasta funciona como reverso, puesto que el relato que da título al libro, Chet Baker piensa en su arte incluye también un guiño al fracaso y a dispositivos como la obra de autores como el argentino Sergio Chejfec.
Puestos ambos textos en contraste, no es nada descabellado optar por el relato antes que por la novela. Es más, el parangón de ambas piezas literarias da pistas claras respecto de cuántas páginas le sobran a Aire de Dylan, o al menos cuán cargadas estaban las tintas de Vila Matas cuando la escribió. En un momento de Chet Baker… Vila-Matas dice: “Si yo fuera un narrador, tendría un programa literario que pasaría por romper la monotonía de tanta repetición y muerte y por esforzarme en la búsqueda de la originalidad en cada momento”; al menos Enrique Vila-Matas lo hace de nuevo, utiliza por igual dos géneros literarios para entregar un mensaje similar, conservando una coherencia en su obra, aún cuando el elástico de la misma ha quedado, tras Aire de Dylan, peligrosamente tenso.


Enrique Vila-Matas

“Aire de Dylan”

Ed. Seix Barral, Buenos Aires, 2012, 327 págs.



Enrique Vila-Matas

“Chet Baker piensa en su arte. Relatos selectos”

Ed. Debolsillo, Barcelona, 2011, 349 págs.