lunes, 25 de diciembre de 2006

¿Lyndon Johnson era gay?

El estadounidense David Foster Wallace (1962) es actualmente el mejor representante de una literatura que, durante el siglo XX tomó la delantera de forma casi indiscutible en el campo del cuento. Desde Faulkner, pasando por Salinger, Capote, los beatniks, hasta llegar a Bret Easton Ellis, desembocamos en este escritor, sindicado como uno de los más talentosos y originales de nuestros días en Estados Unidos. Ya golpeó el mundo editorial yanqui con la monumental y épica novela de más de mil páginas “Broma infinita” (Infinite Jest), que le significó la aclamación general por el agudo retrato de la sociedad norteamericana que describe la obra.
Pero antes, Foster Wallace dio más que llamativos chispazos de su capacidad, con el volumen de relatos “La niña del pelo raro” (Ed. Debolsillo, 2006). En este conjunto Foster Wallace saca a relucir todos los trucos y experimentos que tiene guardados en la chistera, trucos por los que ha sido alabado incondicionalmente, pero también inclementemente fustigado. Con un manejo del lenguaje bastante singular (que si en la traducción logra rescatarse, ni hablar del original), el autor nos interna en el universo de “gente real” como el ex presidente norteamericano Lyndon Johnson, o las personalidades televisivas David Letterman y Alex Trebek (algo así como los Don Francisco locales) mezclados con punks, jóvenes republicanos sociópatas, y de paso salpimenta el volumen con un examen de la literatura contemporánea, manteniendo a raya en buena parte de la obra la pedantería y la autoreferencia, para dar paso a la descripción fluida, al relato que habla por sí solo.
A pesar de que por momentos la “inteligencia” es demasiada, cayendo en lo elitista (eso sucede, por ejemplo, en la novela corta “Hacia el oeste, el avance del imperio continúa”, que pareciera exigir al lector unos cuantos talleres de cuento en el cuerpo para entenderlo a cabalidad), este puñado de cuentos es una buena puerta de entrada al mundo de Foster Wallace (comprendido fundamentalmente en “Broma infinita”), en sí complejo, pero atractivo como pocos, y es también una feliz confirmación de una de las grandes e indiscutibles tradiciones estadounidenses: su narrativa.


David Foster Wallace
“La niña del pelo raro”
Ed. Debolsillo, Buenos Aires, 2006, 477 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 120, 22 de diciembre de 2006

sábado, 16 de diciembre de 2006

Vivir con dignidad


“Vida y época de Michael K.” (Ed. Random House, 2006) es otra prueba fehaciente de que el sudafricano John Maxwell Coetzee, se merece el Premio Nobel de Literatura que se le otorgó en 2003. La editorial Random House ha traído a los lectores de lengua castellana desde hace un buen tiempo (y con mayor razón desde 2003) la obra de este escritor, y en esta ocasión, la entrega no ha decepcionado.
La pluma del autor de libros como “Foe” y “Elizabeth Costello” ahora muestra una gran destreza para entregar una historia sencilla, la de un viaje, pero a la vez cargada de una profundidad que bien puede remover alguna célula interna que se pregunte por el sentido de la existencia. Coetzee nos inserta en la Sudáfrica de la década de los 70, partida en dos por la guerra civil, el mundo del frágil Michael K., que inicia un viaje, a instancias de su moribunda madre, al lugar de sus orígenes. El eje central de este libro es el viaje, el trayecto en el que no solamente se puede ir comprobando un país fracturado por un conflicto armado, sino que se sustenta en la odisea de Michael K hacia el centro de la experiencia humana, buscando una vida digna.
Escrito en 1983, el libro le valió a Coetzee el prestigioso premio Booker, está escrito en tres partes, la primera (que cubre la gran mayoría del libro) es el relato de las peripecias de Michael K. donde vemos la autenticidad de un ser humano simple que vive de la tierra y la naturaleza, en respuesta a una sociedad que se cae a pedazos, buscando un sentido a su existencia. Las dos partes restantes son visiones de la vida de Michael, desde puntos de vista “normales”, como el de un médico que ve en Michael K. a un ser desnutrido, y de incomprensibles propósitos.
La gran cualidad de este libro es la destreza con la que Coetzee contrasta un entorno en zozobra, y la vida de un hombre que logra abstraerse de todo, y vivir una vida decente en una sociedad que ha perdido la decencia hace rato. Sin ser deliberadamente “instructivo”, Coetzee nos pone ante un personaje del que hoy en día se pueden sacar muchas lecciones. Todo un retrato, contado con una simpleza notable, con no pocos retratos poco felices, pero poderosos, con aparentemente poco espacio para la esperanza, pero al final, entregando un retrato descarnado y auténtico, tal como es Coetzee, desprovisto de artificialidad y pirotecnia, dejando un mensaje que cumple el objetivo de todo buen libro: el mirarnos a nosotros mismos, y al menos rozar, la reflexión sobre de qué va nuestra vida.


J.M. Coetzee
“Vida y época de Michael K.”
Ed. Random House Mondadori, Barcelona, 2006, 187 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 119, 8 de diciembre de 2006

domingo, 26 de noviembre de 2006

Un homenaje póstumo


El pasado sábado 14 de octubre, el poeta nacional Gonzalo Millán (1947-2006) sucumbió finalmente al cáncer que lo aquejó durante gran parte de su vida. Símbolo de la Generación del 60, y de la poesía chilena, el deceso de Millán sorprendió a todos, dejando un vacío grande en la literatura chilena. Sin proponérselo, la editorial de la Universidad Diego Portales lanzó una reedición de Relación Personal, un libro de juventud de Millán, siendo el inicio de una senda poética, que remate con al uno de los libros fundamentales de la poesía chilena como “La Ciudad” (1979). Hay que señalar que no solamente las trágicas circunstancias del deceso de Millán le dan relevancia a esta edición. Si Millán no hubiera fallecido, el libro tiene el gran valor intrínseco de reeditar uno de las obras más sorprendentes y golpeadoras de la poesía chilena de los años 60, y si más encima es una edición enriquecida. Se podría caer en el cliché de que Gonzalo Millán seguirá vivo en su poesía, pero caer en esta manida sentencia, es también una gran obviedad. El germen de “Relación Personal” fue una novela fallida que fue rechazada por la editorial Zig-Zag por ser “una historia ripiosa”, como señala en el prólogo el escritor y docente Alejandro Zambra (también así se lo expresó a quien escribe en una entrevista publicada en este medio en mayo pasado). Ese lenguaje “ripioso” se transformó en un libro de poemas, cuyas imágenes, representadas con un lenguaje poderoso, y exacto, donde no sobra nada, pero donde pareciera decirse todo. No será la muerte lo que haga que la poesía de Gonzalo Millán perdure, será su calidad encomiable, desprovista de ruido y pirotecnia. Ni tampoco serán nuevos homenajes las reediciones por venir, sino muestras definitivas y perdurables, de por qué Gonzalo Millán fue uno de los mejores poetas chilenos del siglo XX.

Gonzalo Millán
“Relación Personal”
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2006, 75 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 118, 24 de noviembre de 2006

domingo, 5 de noviembre de 2006

Su pasado lo condena



Para nadie es un misterio que Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) es un autor de culto, un escritor que caló hondo en casi todo el mundo, y que en Latinoamérica tuvo a unos cuantos émulos. Alberto Fuguet aspiró a ocupar ese sitial, pero perdió la pulseada con Jaime Bayly. Glamour, camionadas de dólares, drogas por montón, sexo en todas sus variedades, son los ingredientes que construyeron la imagen de Ellis como enfant terrible de la literatura norteamericana, con best sellers como Menos que cero, y la archi famosa American Psycho.
Recientemente llegó al mercado hispanoparlante Lunar Park (Ed. Random House, 2006), la última novela de este tumultuoso escritor. Ellis empieza con casi un olímpico centenar de páginas donde resume su vertiginosa carrera escritural, nos hace un repaso de sus grandes éxitos y sin asco detalla su saison en enfer, la fiesta interminable (donde fue compañero de juerga de Bono y Bruce Springsteen), las bajezas de ser un escritor del llamado Brat pack, y los detalles escabrosos del éxito comercial de sus grandes novelas.
Un gran juego para empezar, un aparente mea culpa por su alcoholismo y drogadicción, que más allá de ser verdad o no, es una nueva prueba de que Ellis maneja el efectismo brutal con un singular talento. Páginas que parecieran estar de más, pero que, unidas con el resto del argumento, tienen una razón de ser. Easton Ellis entrega un reporte de una veracidad incuestionable en el papel, y que une luego con un delirante cuento de terror posmoderno construido con pinceladas del cine de horror ochentero (sin ir más lejos, el autor ha confesado la influencia de Stephen King), si se quiere, que no puede estar más alejado de la realidad, donde hay un narrador que se llama Bret Easton Ellis, que escribió las novelas del autor, pero que a fin de cuentas opera como una comedia, efecto último que, conociendo a Ellis, claramente es intencional. Nada está dejado al azar, tampoco este juego de espejos, que produce múltiples reflejos del personaje-autor.
Ellis-autor hace un cambio de giro, ya que Lunar Park contiene una cantidad mucho menor de reventón que sus novelas anteriores. Ellis intenta reinventarse como padre y esposo, viviendo en un suburbio tranquilo, donde hasta parece pedir disculpas por American Psycho, lo que no es suficiente para frenar a un pasado que viene a pasarle la factura a Ellis-personaje. Este giro deliberadamente forzado, igualmente hace que Lunar Park sea una novela muy entretenida, aunque tenga muchos menos gramos de cocaína y litros de vodka que las obras anteriores de Easton Ellis, una especie de happening que no deja insatisfecho tanto al seguidor empedernido de la parranda monumental del padre de Patrick Bateman, así como a quien se interna por primera vez al universo Ellis.


Bret Easton Ellis
“Lunar Park”
Ed. Random House Mondadori, Barcelona, 2006, 380 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 117, 10 de noviembre de 2006

domingo, 22 de octubre de 2006

Un poltergeist que nos viene a destapar los pies

Si Nicanor Parra y Enrique Lihn son actualmente los sumos pontífices de la poesía chilena actual, entonces Rodrigo Lira (1949-1981) debería ser situado como una versión alterna del Cristo de Elqui, un cura de Catapilco o un Rasputín de la poesía criolla. No está rodeado de un aura de santidad inmaculada, pero es una figura irresistible, llena de carisma, ventrilocuismo, parodias certeras, y una gran poesía. Nuevamente, si situamos hoy a Lihn y Parra en los pináculos de nuestro panteón poético (permítase el Parricidio anticipado), Lira sería definitivamente un espíritu chocarrero, un poltergeist que nos viene a destapar los pies en la noche, botar los libros de las repisas y a tumbar a los vates olímpicos.
Por años su poesía circuló mayormente de mano en mano, clandestina, fotocopiada, y sabrosa. Hasta que finalmente en el año 2003, Roberto Merino se puso las pilas y homenajeó a su compañero de andanzas al editar por fin ese infinitamente pirateado “Proyecto de obras completas”, haciendo un aporte macizo a la poesía joven actual, que tiene –y con toda razón-, a Lira entre sus estampitas sagradas. Encasillarlo como “poeta maldito” (o como el esquizofrénico que participó en “Cuánto vale el show”) sería no solo tener la vista corta, sino derechamente faltarle el respeto y hasta caer en el mal gusto, pues con estas evidencias editoriales Lira dejó de ser leyenda urbana, payaso o caso clínico, y pasó a ser un autor de credenciales, uno de nuestros grandes poetas.
Hoy es el poeta y editor Adán Méndez quien echa felices luces sobre la trayectoria poética de Rodrigo Lira con el libro “Declaración Jurada” (Ediciones UDP, 2006), otro gran aporte editorial para seguir armando y ordenando ese puzzle inorgánico y desperdigado que es la obra literaria de Rodrigo Gabriel Lira Canguilhem, obra inorgánica, pero que denota un factor común: a Lira como un angurriento de la palabra, con un deseo inextinguible de expresión, que queda palmariamente demostrado en este volumen, donde Lira reconvierte su currículum -texto soso por definición casi-, y realmente define su propio ser, escapando incluso a la caricatura que pudo significar el aspirar a un puesto de trabajo con semejantes papeles.
La gran proeza poética que logró Rodrigo Lira con su escritura fue poder continuar con la labor antipoética de Nicanor Parra -un fierro candente en sí mismo-, sin caer en lo que cayeron la cuasi totalidad de los seguidores del autor de “Canciones rusas”: el ser un mero copión. Lira verdaderamente prolonga la labor parriana, no por el simple hecho de escribir poesía “coloquial” o “humorística”, sino que por utilizar, con singular genialidad, todo escrito pedestre y reconvertirlo en poesía o literatura, todo esto como consecuencia de su constante premura expresiva.
“Todo es poesía menos la poesía” reza un artefacto de Parra; pues bien, Rodrigo Lira coincidió al pie de la letra al menos con la primera parte de la sentencia. Y si a eso le agregamos que logra sazonar esto con unas gotas de Enrique Lihn, es suficiente como para situar a Rodrigo Lira -y su alarido que nos ha perseguido durante un cuarto de siglo tras su muerte-, en un lugar de privilegio.



Rodrigo Lira
“Declaración jurada”
Selección y edición de Adán Méndez
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2006, 97 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 116, 20 de octubre de 2006

domingo, 8 de octubre de 2006

Memoria literal

Simone de Beauvoir (1908-1986), novelista, ensayista y filósofa francesa, fue una de las personalidades intelectuales más atrayentes del siglo XX. Supo estar a la altura de su eterno compañero, Jean Paul Sartre, no como una fiel escudera, sino como una personalidad aparte, una mente peculiarmente fértil en medio del epicentro de buena parte de la intelectualidad del siglo XX. Como si estos elementos no fueran suficientes para construir una biografía contundente, la existencial Simone de Beauvoir se situó en momentos claves de la historia de la humanidad, como la Segunda Guerra Mundial.
Quién mejor que la misma Simone de Beauvoir para relatar su paso por el mundo. Así lo hace en el segundo tomo de su autobiografía, “La plenitud de la vida” (Ed. Debolsillo, 2006), una continuación de “Memorias de una joven formal”, que narra la infancia y la adolescencia de la autora de “La mujer rota”, su desarrollo intelectual y el encuentro con Sartre. La plenitud de la vida (la autobiografía de esta autora se divide en cinco libros distintos) se inicia en la tardía adolescencia de Beauvoir y cubre hasta los años de la guerra, y fue publicado originalmente en 1960.
El relato se inicia con algo de vaguedad, Simone de Beauvoir estaba en esos momentos acomodándose a una vida de trabajo, dando cuerpo a sus proyectos, contrastando los inicios de su relación con Sartre con su filosofía; pero a medida que se van superando estos primeros tramos del libro, podemos hincarle de lleno el diente a aspectos más atractivos, como la ampliación del círculo de conocidos y amigos de la autora, la intelectualidad de la Rive Gauche (donde destacan el pintor Alberto Giacometti, Hemingway, Jean Cocteau y Picasso), la descripción acuciosa y llena de sabor del París de los años 30 y 40, la ocupación de la capital francesa por parte de las fuerzas nazis, y la destreza de Simone de Beauvoir para balancear –desde un punto de vista existencialista- el momento histórico, con sus particulares sentimientos y su formación como escritora. En este último punto, este libro es también una lección sobre cómo escribir, un ejemplo más que interesante sobre lo que se conoce como “cocina literaria”.
La plenitud de la vida es un libro que perfectamente funciona en sí mismo, pues no es necesario estar al tanto de los otros capítulos de la vida de Simone de Beauvoir. Esto, unido al hecho de que la edición de Debolsillo se da en un papel corriente, sin mayor lujo (por lo tanto sin mucho costo), pone al alcance del lector una vida ejemplar, un relato de una de las mentes brillantes del siglo XX y un retrato contundente de la historia reciente de la humanidad.


Simone de Beauvoir
“La plenitud de la vida”
Ed. Debolsillo, Buenos Aires, 2006, 639 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 115, 6 de octubre de 2006

domingo, 24 de septiembre de 2006

Mucho más que azar

Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) es hoy uno de los novelistas más consagrados del mundo. Así lo atestiguan premios, películas, tiras cómicas y otros subproductos que han generado varias de sus once novelas. No hay que rebuscar mucho para explicar el arrollador suceso que tiene cada volumen que Auster saca al mercado, la razón es (engañosamente) simple: Paul Auster domina a la perfección el arte de contar una buena historia.
Su undécima novela, “Brooklyn Follies” (Anagrama, 2006) lo confirma. El autor de “La noche del oráculo” y “La trilogía de Nueva York” narra la historia de Nathan Glass, un sesentón, canceroso, divorciado y jubilado agente de seguros que llega a Brooklyn “buscando un sitio tranquilo donde morir”. Con esta sombría frase se abre la fábula de Glass, que terminará exactamente al revés de lo que el protagonista tenía planeado, abriendo una caja de Pandora llena de personajes, peripecias e historias –un giro austeriano por excelencia-, elementos todos que completarán un proyecto de senectud de Nathan Glass, “El libro de las locuras de los hombres”, una bitácora de observaciones, disparates y anécdotas (una idea no nueva, pero siempre atrayente), que calzarán todas en una sincronía perfecta, gracias a ese elemento ineludible en todas las novelas de Paul Auster, el azar que hace de bisagra en la vida de sus personajes.
Dados estos antecedentes, Auster pone sobre la mesa una baraja de personajes, uno de los repartos más nutridos que se pueden ver desde libros como “El palacio de la luna”, para articular más de 300 páginas de una trama siempre viva y que no decae en un solo renglón. Pues porque a todo este cóctel de antihéroes, Auster no deja (como era de esperarse) de agregar el tirón de orejas de rigor a George W. Bush, tanto por la caída de las Torres Gemelas, así como por la invasión a Irak de 2003, además de ilustrarnos siempre con esa sana pincelada de historia literaria (dando una pasada a Poe, Melville y Kafka), que en Brooklyn Follies llega de parte de Tom Wood, sobrino y escudero de Nathan Glass, un cuasi doctor en literatura que deviene en taxista, y luego en dependiente en la librería del imperdible Harry Brightman.
En Brooklyn Follies, es posible ver a un Auster completo, un titiritero de una destreza singular que mueve una marioneta de decenas de hilos, un malabarista que en su maroma yuxtapone lugares, personajes, historias y sentimientos, pero que también sabe dar un momento de descanso, con instantes de reflexión y llana sabiduría (sin el azar determinista de obras anteriores), enfocados en el drama cotidiano de los simples habitantes de Brooklyn. Un tinglado que pareciera terminar felizmente, con un cierre redondo, resuelto favorablemente, donde nada podría haber terminado mejor, pero “pareciera”, pues el fin es una hora fatídica de un hito fatídico, las 8:46 A.M. del 11 de septiembre de 2001.
En resumen, nos encontramos con una novela soberbia, una prosa sencilla, fluida, palpable, casi musical, que no hace más que recalcar la maestría de un autor más que consagrado.


Paul Auster
“Brooklyn Follies”
Ed. Anagrama, Barcelona, 2006, 310 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 114, 22 de septiembre de 2006

domingo, 10 de septiembre de 2006

Una delicia japonesa

Si bien calificar la obra de los escritores que han ganado el premio Nobel (algunos, no todos) puede ser algo innecesario y a veces reiterativo, dedicarle algunas palabras a la obra de Yasunari Kawabata (1899-1972) no es algo que esté demás, pues, junto con Yukio Mishima (sin ir más lejos, Kawabata fue mentor de Mishima), son los escritores japoneses más importantes del siglo XX, y dos contundentes narradores de los últimos cien años.
Tal como el estilo japonés, que ha impuesto la estampa como una forma de relato, los cuentos que están agrupados en el libro de 1925 “La Bailarina de Izu” (Ed. Emecé 2006), cuentan con lo triste y lo bello, dos adjetivos que retratan de plano la característica de la obra de Kawabata, y, de hecho, es el título de uno de sus libros principales. Quizás este libro debiera ser una estación posterior de quienes deseen adentrarse en la obra de este nipón, pues es una estación claramente intermedia –un claro coming of age-, que rematará en terminales como “El Maestro de Go” o “Lo Bello y lo Triste”.
Quizás a la manera de Akira Kurosawa y sus “Sueños”, Kawabata da la impresión de entregar una obra autobiográfica, pero aporta una obra que encasillar en la autobiografía sería simplemente pecar de vista corta. Kawabata entrega un relato que es suyo, pero que es a la vez el Japón de la posguerra, derrotado y traumatizado, matizado con la maestría de la observación y esa rara y genial habilidad de extraer tesoros delicados y gráciles del lodo.
Tal como las figuras del origami, el tinglado de esta serie de relatos de Kawabata descansa en un equilibro tenue y delicado, donde se balancean la ternura y el recuerdo de una adolescencia precaria, con deidades etéreas que, si bien nacen de una imagen real, solamente subsisten en el recuerdo y la evocación del narrador, llenas de una belleza arrobadora, pero inalcanzable.
Más allá del sabor agradable y atractivo que pueda tener lo exótico en nuestro paladar, este libro de Kawabata es, lisa y llanamente, un gran libro, un conjunto de perlas, donde los protagonistas de las historias son ellos mismos generadores de una belleza que solamente existe en sus retinas, y que, con la pericia que le valió un Nobel a Kawabata, es posible captar en toda su extensión, sin ser potente, delicada, pero clara, evidente. Kawabata transmite aquello, la belleza residente en personajes que viven vidas poco relevantes, lastimeras o amargas, pero que se salvan por esa hermosura única y, por fortuna, transferible, mediante la pluma de Yasunari Kawabata.


Yasunari Kawabata
“La Bailarina de Izu”
Emecé, Buenos Aires, 2006, 219 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 113, 8 de septiembre de 2006

domingo, 27 de agosto de 2006

Gumucio trepa por Chile... y el mundo


Rafael Gumucio (Santiago, 1970) es un personaje que en sus más de tres décadas de vida ha recorrido mucho. Geográficamente erró en varios de los cinco continentes del orbe, animó las pantallas del desaparecido –pero evocado- canal de televisión Rock & Pop, con espacios como “Plan Z” y “Gato por Liebre”; y hoy ofrece a Chile y el mundo su mejor arma, su escritura.
“Páginas Coloniales” (Ed. Random House Mondadori, 2006), un conjunto de crónicas de viaje, es la nueva entrega de este adulto joven, medio nervioso y tartamudo, que también las ofició por un buen tiempo como columnista de LUN (uno entre los varios medios en los que ha colaborado). En sus “Memorias Prematuras” (2000), Gumucio dice “Quiero ser un genio o no ser nada”, pues bien, luego de repasar las muy bien escritas páginas coloniales, es posible decir que la genialidad no está muy lejos, y que con libros de esta calidad, va a estar cada vez más cerca.
Gumucio demuestra no solamente que es un autor de fuste, sino que también domina la crónica como la dominaron los grandes cronistas chilenos de antaño. Si bien aún es temprano para comparar a Gumucio con Edwards Bello o Pérez Rosales, sí es posible decir que tiene dedos para el piano, y que le saca a este piano prosístico minuetos más que plácidos. Una línea que sigue el más que correcto desempeño de libros como “Monstruos Cardinales” (2002).
Desde la primera hasta la última carilla, este libro está bien escrito, con un balance ajustado entre información, destreza escritural y vivencias personales. Cualquier desequilibrio entre estos ingredientes puede hacer naufragar la crónica, pero Gumucio demuestra el talento para que no se le suba la leche, ni se le desinfle el soufflé, ni le quede desabrida la sopa. Valga la analogía culinaria, pues este libro de Gumucio es quizás eso, un plato distinguido y muy bien preparado, una escritura fina, consistente sin ser densa, provista de relatos sabrosamente ilustrados, con una dosis apropiadamente manejada de autorreferencia (un elemento ineludible en el mejor Gumucio) y también proveyendo un periodismo de estimable nivel, pues estos relatos perfectamente pueden calzar en ese subgénero conocido como “nuevo periodismo”. Pero no viene al caso reflotar ese debate (académico más que nada) del roce entre periodismo y literatura. Para estos efectos, el libro funciona.
La escritura de Rafael Gumucio ha progresado con los años. Quizás la edición de Germán Marín ha sido parte apreciable del prodigio, pero el hecho es que hoy nos encontramos con un cronista sólido, que ha superado al chico nervioso que hacía sketchs en televisión, y al opinólogo, y que nos ha ilustrado con una bitácora atractiva y bien escrita. Puede que el desafío de repetir la misma calidad en novela o cuento (sin Gumucio como voz y protagonista) sea una asignatura pendiente, pero esa es harina de otro costal.
Rafael Gumucio no será genio, pero por lo menos en crónica está dando en el clavo.


Rafael Gumucio
“Páginas Coloniales”
Ed. Random House Mondadori, Barcelona, 2006, 149 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 112, 25 de agosto de 2006

domingo, 13 de agosto de 2006

Rozándole la nariz a la poesía


David Bustos (Santiago,1972) no es una voz nueva en la poesía joven chilena. Desde hace un buen tiempo sus poemas han circulado en varias revistas, figurado en unas cuantas antologías, y principalmente, ha sacado a la luz dos libros de poemas, Nadie lee del otro lado (2001) y Zen para peatones (2004). Ahora ha llegado a las librerías el tercer volumen este poeta, becario de la Fundación Neruda y guionista de telenovelas, llamado Peces de colores (LOM, 2006).
Hay unas cuantas cosas que se pueden desprender de la lectura de este libro. La primera de ellas es que se nota que este libro es una suerte de continuación de Zen para peatones, en el sentido de que aquí nuevamente nos habla una voz continuada, una voz singular que mantiene un tono que busca mantener una suerte de escepticismo, una suerte de juego introspectivo, que regala imágenes interesantes que sirven para retratar una agradable lucidez que reluce no pocas veces en estos versos. Bustos ya tiene un sello, una voz clara, una crónica que tiene cuerda para rato.
Otro aspecto interesante es que se nota que Bustos no hace oídos sordos a la tradición poética chilena (como la gran mayoría de los poetas jóvenes de la actualidad); así nos encontramos con guiños a Huidobro, Neruda y Lihn, pero también hay referencias a sus compañeros de generación, como Andrés Andwandter y sus “Especies intencionales”. Más que apostillas y gestos oportunos, queda claro que David Bustos es un poeta que está atento a lo que sucede a su alrededor, y que tiene la habilidad para traducirlo en versos e imágenes, usando sus propios medios, sin recurrir a citas literatosas, ni echando en cara que es un lector atento. Eso siempre lo agradecerán quienes saben apreciar la buena poesía
Ya sea un pez que estrella su nariz contra su prisión de vidrio, babosas, o Jesucristo sangrante (imágenes que no tienen que relacionarse entre sí necesariamente), Bustos nos transmite acertadamente, entre otras cosas, una precariedad, una sentimiento que se retrata con un verso elocuente, “Pero sólo logramos rozarle la nariz a la poesía”, quizás un melancólico leitmotiv, que unido a la feliz habilidad de Bustos de articular este sentimiento (que existe a raudales en nuestra sociedad) con gracia y sagacidad, da como resultado un conjunto de retazos, consistentes y profundos. Una crónica de un hombre particular y su tiempo particular y circunstancias particulares, y, por fortuna, un buen libro de poemas.


David Bustos
“Peces de colores”
LOM, Santiago, 2006, 79 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 111, 11 de agosto de 2006

domingo, 30 de julio de 2006

El (anti)poeta + grande


Ya no hay casi nada nuevo que decir de Nicanor Parra (1914) que no haya sido dicho antes. Elogiar su poesía sería repetirse. El hombre ya cumplió con creces, por lo que todo lo que Parra entregue, a sus gloriosos 92 años, es yapa. Parra es hoy, indiscutidamente, el poeta vivo más importante de la lengua castellana, un candidato eterno al Nobel, el gran renovador de la poesía chilena, latinoamericana y en lengua española. Trajo el humor y los nuevos discursos, tan bienvenidos como abrir una ventana en una pieza enrarecida; bajó a los poetas del Olimpo, aportó un coloquialismo delicioso (con ataúdes y útiles de escritorio), nos ha enseñado otra forma de leer a Shakespeare, entre algunas de sus inigualables proezas.
Por todo lo anterior, editar un libro de poemas es carrera corrida, pan comido, grito y plata. Imposible equivocarse. Así sucede con “Discursos de sobremesa” (Ediciones UDP, 2006), una reunión de discursos, que no son otra cosa que textos poéticos en clave parriana, (con la genialidad y calidad que ello conlleva) acaecidos en diversos contextos. Ya algunos de ellos habían aparecido publicados, como el Mai Mai Peñi, en la útil antología que editó el Fondo de Cultura Económica de Parra. Sin embargo, la colección es de un oportunismo excelente, pues estando en ciernes la edición de las obras completas del Antipoeta, a cargo del crítico español Ignacio Echevarría, ir preparando el terreno no está nada mal. También esta edición muestra la excelente labor que están realizando las ediciones de la UDP. De este sello editorial vino “Lear rey & mendigo” el 2004, y ahora nuevamente hace un aporte con los presentes “Discursos de sobremesa”.
Se confirma también, viendo a los editores Adán Méndez y Vicente Undurraga, que son las generaciones nuevas las encargadas del rescate de la poesía de Parra, dando testimonio que Nicanor Parra, junto con Enrique Lihn, son los principales cromosomas del ADN poético joven actual. Pero lo agradable es que esta herencia genética no se manifiesta en viles copiones y antipoetas recalentados de poca monta, como los hubo en décadas pasadas, sino que hoy nos encontramos con poetas jóvenes que trabajan y dialogan con la obra de Parra, abriéndola al lector común, labor en sí meritoria y profundamente ventajosa para acercar la poesía al lector de a pie, y en excelentes medios como este libro. Por lejos, uno de los aciertos editoriales del año.


Nicanor Parra
“Discursos de sobremesa”
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2006, 290 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 110, 28 de julio de 2006

domingo, 16 de julio de 2006

La antología que no fue


El poeta iquiqueño Óscar Hahn (1938) ha estado últimamente en la palestra de la actualidad literaria nacional por la reciente obtención del Premio Casa de América de Poesía Americana, pero también está en nuestro país para presentar “Obra Poética” (Ed. Andrés Bello), una nueva antología de este poeta nacional radicado a miles de kilómetros de distancia, en la remota e idílica ciudad de Iowa City.
Ya en el año 2001, la misma editorial Andrés Bello había sacado a la luz otra antología de este poeta, quien de vez en cuando nos sorprende con un nuevo volumen de poemas. Así sucederá dentro de los próximos meses, cuando el autor de “Arte de Morir” nos ilustre con “En un abrir y cerrar de ojos”, en una edición de la prestigiosa editorial española Visor. Pero ahora nos ocupa esta nueva recopilación de poemas de Hahn. Ésta cumple de forma correcta la labor de las antologías, el darnos un paseo por la obra del autor antologado. Es lo mínimo que puede hacer una antología y esta cumple ese cometido de modo más que eficiente, con una agradable diagramación y una presentación apropiada de los textos.
Sin embargo, esta recopilación adolece de algo que la haga sobresalir por sobre las otras. Un claro signo de ello es la total ausencia de un prólogo o un prefacio de peso que permita tener un punto de vista crítico, o alguna relato anecdótico de la obra de Hahn. Ya el mercado editorial está rozando la saturación de antologías de Óscar Hahn, y no ofrecen mayores diferencias entre sí. Esta edición contiene solamente una escuálida nota preliminar, cuando la buena calidad de la edición pedía a gritos un prólogo o un estudio preliminar (y hasta un postfacio, por qué no), como el que Jorge Edwards aportó a la antología que la editorial Fondo de Cultura Económica hizo de Óscar Hahn. Hahn y sus lectores se han ganado con creces un volumen recopilatorio más completo de su obra, más allá de un conjunto de poemas, que incluya versiones completas de sus libros, o unos cuantos poemas inéditos.
Esta presente “Obra Poética” es un volumen útil, pero igualmente queda la poderosa impresión de que se desperdició una gran oportunidad de editar un gran conjunto definitivo sobre la poesía de Hahn, un volumen que pueda ser material de consulta obligada para quienes estudian (y seguramente estudiarán) la poesía de este vate erótico y tanático. Ojalá que este fallo sea subsanado en las próximas ediciones de esta antología, porque para conocer a Óscar Hahn sus poemas son fundamentales, pero no lo son todo.


Óscar Hahn
“Obra Poética”
Editorial Andrés Bello, Santiago, 2006, 275 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 109, 14 de julio de 2006

domingo, 2 de julio de 2006

Un hombre que sabe situarse


Uno de los síntomas de que la poesía joven chilena “goza de buena salud”, como se suele decir en estos días, es que las actuales generaciones de poetas están leyendo, y especialmente hacia atrás, a las generaciones chilenas previas, aquellas que han jalonado con su poesía nuestra mejor fisonomía literaria. He ahí un rasgo saludable, dialogar e interpelar a los poetas de décadas pasadas, pero siempre con algo que decir.
Ese es el caso de Claudio Gaete Briones (Valdivia, 1978) un poeta que, a sus 28 años ha arrasado con cuanto premio y beca literaria se le ha puesto por delante (botones de muestra: el Premio Iberoamericano de Poesía Neruda 100 años, y el Juegos Florales Gabriela Mistral), y cuyo libro “El cementerio de los disidentes” ha sido recientemente publicado por Ediciones del Temple.
La edición de 150 páginas nos entrega un conjunto denso y macizo, donde Gaete da cuenta de que ha tomado el testigo en la posta que empezó a correr Juan Luis Martínez con “La Poesía Chilena”, e interpela a la Mistral, y a Neruda, entre otros, no con la voz timorata, sino volviendo a poner tablas en los puentes cortados que dejaron, entre otras tormentas, la dictadura de Pinochet.
Pero también Gaete, que nos hace saber que es un buen lector, bucea en otros ámbitos, se interna en mundos tan actuales como los chat de internet, hace digresiones, como el mismo dijera, esparciendo sentencias e imágenes sólidamente dichas, como “el lenguaje, Alexander, es ausencia en estado puro”, o “las verdad es una mala hierba en el jardín de nuestros juegos”, guiños a la literatura recorrida, reflexión hacia las palabras, los muertos del cementerio de los disidentes de Valparaíso, entre otras cosas.
Más que nada, la impresión que nos deja encontrarnos con este consumado volumen, es el habernos topado felizmente con uno de los poetas más sólidos de las nuevas generaciones, un poeta que puede ofrecer una poesía densa, poblada de imágenes construidas con cuidado, mediante palabras dispuestas de forma oportuna, sin un mayor propósito que el que bien señala Gaete en un poema, que bien puede pasar como su arte poética, “(…) y para sanarme escribo:// poemas pensamientos/ metáforas, parábolas/ -según lo que me pidan.// Son muchas las voces que hablan/ pero sólo una mano la que escribe”.
Un gran comienzo de un poeta que, seguramente, continuará con la siempre ensalzable (pero no siempre conseguida) labor de entregarle al lector buenos libros de poesía.


Claudio Gaete Briones
"El cementerio de los disidentes"
Ediciones del Temple, Santiago, 2006, 150 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 108, 30 de junio de 2006

martes, 27 de junio de 2006

La literatura o la vida

Nuevamente un libro Roberto Bolaño (1953-2003), nuevamente otra edición referente al escritor chileno más célebre de los últimos quince años. Ahora es “Bolaño por sí mismo” (Ediciones UDP, 2006), un volumen de entrevistas que es una suerte de continuación de “Entre Paréntesis” -esa más interesante selección de artículos y diálogos editados por Anagrama-, y quizás la previa de los subproductos que desde luego vendrán, un epistolario, un libro inédito de poemas de infancia, o quizás qué curioso hallazgo.
Con todo, Andrés Braithwaite, editor de LUN, inquieto promotor literario, y bolañista confeso, entrega un volumen –prologado por el escritor mexicano Juan Villoro-, que es un aporte a todas luces. Primero porque, como lo indica el título, es el propio autor de “2666” quien completa las páginas del libro, lo que es a estas alturas es carrera corrida y ganada; y segundo, porque la habilidad editorial y recopilatoria de Braithwaite ha producido un libro de calidad (tanto por contenido así como por la prestancia de la edición), que se constituye en una amena novedad, en un medio en el que, en apariencia, no cabe un Bolaño más.
Por todo lo anterior no es aventurado señalar que esta antología de entrevistas es un nuevo libro póstumo de Roberto Bolaño, una autobiografía en la que se puede acceder de primera mano, a aquello que alza a Bolaño por sobre la masa (uniforme por momentos) de escritores latinoamericanos: su vasto conocimiento de la literatura, ese conocimiento que no proviene de la academia, sino de la propia condición humana de Bolaño, la del lector dichoso e incurable. Y si a ello se suma la perspicacia del autor, el resultado no puede ser otra que una reunión exquisita de los pensamientos, muchos de ellos aforísticos, del mejor narrador chileno de las últimas décadas.


Roberto Bolaño
“Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas”.
Selección y edición de Andrés Braithwaite.
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2006, 145 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 107, 16 de junio de 2006.

martes, 6 de junio de 2006

Los siúticos innatos


Cristóbal Joannon es un nombre que circula por la poesía chilena, ya sea por versos así como por su trabajo de crítica literaria y la edición, donde lleva buen tiempo entregando interesantes y agudos puntos de vista sobre la actualidad poética. Sindicado en cierto grupo de poetas de la PUC, junto a David Preiss, Joannon recientemente ha sacado a la luz un libro de poemas, Tabula Rasa (Ed.Tácitas, 2005), el tercero en la producción de este periodista, que desde 1998 fue armando este sucinto, pero sustancioso volumen, editado por las siempre correctas Ediciones Tácitas.
El mismo Joannon señaló en una entrevista a LUN que no se sienta a escribir poesía, sino que esta le surge en ataques de “descontrol verbal”. Ello, unido al radical título del poemario, podría llevar a pensar en una desbordada verborrea o cascada de imágenes, pero felizmente, sucede todo lo contrario. Joannon nos entrega en este libro una perspicacia franca y justa que en el ADN poético nacional estaría en los cromosomas Lihn, Parra, Bertoni e incluso Gonzalo Millán. Esto es un discurso directo, pleno de imágenes que dan en el clavo, y que unidas, arman un conjunto que fluye como una canción, o quizás como un rezo.
Una cosa es clara, Joannon tenía cosas que decir; ora punzantes, ora iracundas. Haga a quien haga referencia, Joannon logra anular un posible exceso de acritud con un imaginario bien descrito, con un genuino retrato de su entorno. Llama la atención el poema “Musa”, donde hasta el oficio poético no se pudo salvar de la franqueza de Joannon, donde de paso nos da a conocer su desconfianza, el “no a este ejercicio” a la manera de Enrique Lihn, “Confirmamos tus inútiles designios./ En esta ocupación de siúticos innatos,/ de patanes que expelen fluoxetina,/ es tan poco lo que uno puede hacer/ (...) Es verdaderamente increíble que uno insista/ durante tiempo con lo mismo".
Joannon nos entrega su fuerza sin maquillajes, no una poesía golpeadora, sino que es lo suficientemente potente para impactar, pero también para generar la reflexión, la vuelta a estas imágenes feroces, sin ambages y, por sobre todo, con poesía que no le rinde cuentas a nadie, pero que nos dice de qué van realmente algunos aspectos del mundo que nos rodea.


Cristóbal Joannon
“Tabula rasa”
Ediciones Tácitas, Ancud, 2005, 33 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 106, 2 de junio de 2006

domingo, 21 de mayo de 2006

Cuando el trabajo no dignifica


Un nuevo libro de poesía nos entrega Nadia Campos (Santiago, 1966), llamado Job (entendemos “trabajo” en inglés, amén del personaje bíblico). Y es un libro oportuno en un momento en que la desigualdad, los trabajos mal pagados y la silenciosa explotación son moneda corriente en Chile. Nadia Campos hace un encomiable esfuerzo por hacer un relato de la realidad de millones de personas que ven sus existencias consumidas a diario porque “hay que ganarse la vida”.
Nada de halagüeño es el panorama que nos pinta esta poeta, múltiple antologada y becada. Con crudeza cruza la odisea diaria del ciudadano de a pie con imágenes de muerte y de una ciudad gris que oprime al ser humano, que naufraga en relojes, informes, responsabilidades y recuerdos familiares. Y aunque esta temática ha sido tocada por lo menos desde la Revolución Industrial, hay una franqueza en buen número de los versos de Prado, cierta descarnada verdad que hace que del relato sobresalgan puntos que no se hunden en el miasma general de la rutina que se repite a perpetuidad. “(...) Al compás del odio hago el trabajo (...) Odio grita el odio guardado en el delantal que nos uniforma/ el trabajo concluye para comenzar”. Hasta nos da claves de salvación Nadia Prado, que, sin grandes misterios, es el amor “(...) cuánta falta me hacía que voltearas la cabeza, hubiera sentido/ que mi vida tenía importancia, podría haber buscado el día/ en que nací, mi nombre, otra manera, la virtud de no repetir los pasos”.
Amén de las cualidades literarias de este libro y su autora (que las hay), más allá de la consideración o no del lenguaje como utensilio, el valor de “Job”, es que interpela los sentimientos de los seres anónimos que mantienen andando la máquina que se llama sociedad. Quizás es mucho decir que este libro es un correlato perfecto, pues la autora le echa a la mezcla buena parte de su desbordado vivir personal, pero hay versos que lo intentan con feliz éxito. Y cualquier apoyo que pueda recibir el desprotegido ciudadano pedestre vale, y si es en poesía, tanto mejor.


Nadia Campos-Prado
“Job”
LOM, Santiago, 2006, 79 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 105, 19 de mayo de 2006

sábado, 6 de mayo de 2006

Más allá de la poesía (part deux)


Quizás uno de los escritores chilenos más legendarios del momento es el poeta David Rosenmann-Taub (1927), quien ha logrado lo que miles de otras personalidades de la literatura nacional ni siquiera vislumbran, ni tampoco les interesa: el hacer ruido única y exclusivamente por su obra. El “altoparlante” de este poético ruido ha sido la editorial LOM, que ha entregado nuevos capítulos de la saga de Rosenmann-Taub, a saber Poesiectomía y Los despojos del sol.
Ya de antes este autor había construido su mito, que además del ingrediente poético, incluye la casi increíble y muy envidiable beca de la que goza desde 1976, otorgada por la Oriental Studies Foundation, que, en palabras simples, le paga por escribir poesía y dictar unas cuantas conferencias al año. Qué mejor. Lo anterior, y las referencias indirectas de terceros, como su amigo e improvisado relacionador público, Armando Uribe, que lo ha calificado, con vehemencia zuritiana, como el “poeta vivo más importante y profundo de toda la lengua castellana”.
Y para hacer todavía más sorprendente el mito, Rosenmann-Taub realmente escribe una poesía totalmente distinta a cualquier cosa que veamos en nuestras librerías. Muy mal leída, la poesía de Rosenmann-Taub daría la impresión de ser hermética, “escrita en complicado”, con palabras obsoletas y anacrónicas, con poemas casi epigramáticos. Pero eso es desde una óptica pobre y deplorable.
De más está decir que la realidad nos entrega, afortunadamente, a un poeta que domina a cabalidad la materia prima de la poesía, el lenguaje, y lo hace de tal forma que es capaz de construir estructuras mínimas y cuasi perfectas, propias de un trabajo que se ha ido destilando casi por medio siglo. Si por ahí se definió a la poesía como el arte de forzar el lenguaje, entonces Rosenmann-Taub es el poeta por antonomasia. Dueño de un estilo y una maestría eficaz y poderosa, Rosenmann-Taub sirve a la fábula que otros han alimentado, con poesía única, con un lenguaje vivificador de la palabra, y de una poesía cargada de significación, música y ritmo. Más simple, a Rosenmann-Taub no se le escapa nada, y al lector no debería escapársele la posibilidad de revisar esta poesía, única en nuestras letras.


David Rosenmann-Taub
“Poesiectomía” & “Los Despojos del sol”
LOM, Santiago, 2006.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 104, 5 de mayo de 2006

viernes, 21 de abril de 2006

Millán se pinta a sí mismo


Hay pocos poetas en nuestro medio que no dejan lugar a dudas como Gonzalo Millán (Santiago, 1947). También es uno de los poetas que hace poco ruido, y que cuando escriben lo hacen con una elocuencia envidiable, especialmente teniendo en cuenta los poemas que hoy corren. Ya el Pontifex maximus del momento, Roberto Bolaño, lo ha declarado un poeta lúcido y consistente, -aunque el mismo Millán en su poesía “Disimula una lucidez dudosa/ Bajo los lentes ahumados”-. Y aunque duela a algunos, cuando Bolaño habló, ya sea ex cátedra o no, erraba poco. Con todo, no hay que ser Roberto Bolaño para darse cuenta de este rasgo de Gonzalo Millán, simplemente bastan un par de lecturas atentas.
El flamante ganador del premio Altazor, entregó “Autorretrato de Memoria” (Ediciones UDP, 2005), en cuya contratapa se señalan un par de cosas, entre ellas que este libro es una autobiografía velada. De acuerdo en lo autobiográfico, no tanto en lo velado. Ciertamente Millán cambió de giro, ha dejado atrás las poco halagüeñas imágenes de la urbe o bien de la poesía misma, y se zambulle de lleno en su pasado. Por lo menos en poemas como “Autorretrato en Avenida Perú 931” o “Autorretrato a la salida del cine Recoleta” las referencias son claras y para nada veladas. Flirtea con una nostalgia Teilleriana (no lárica), con el recuerdo de lo que se fue, con la diferencia que Teillier es todo campo, y Millán es un citadino redomado, menos bucólico y más resuelto a enfrentar sus fantasmas, e incluso a inventárselos.
Algo que el autor mantiene en este libro, y que es característica de toda su poesía, es que en su lenguaje nada sobra. Millán no escoge palabras al azar, es metódico y cuidadoso en sus empeños y arma sus poemas como piezas de relojería, y, más loable aún, logra que funcionen como tal, y esto significa que vigila ritmo y sonido. Como consecuencia de esto, en “Autorretrato de memoria” las imágenes son nítidas y claras, quizás “realistas”, tanto las que son más palmariamente propias, como en los poemas en los que Millán hace propias se pone en el papel del “perito en el asco y la fatiga”, o como mejor rescata el mismo poeta en un epígrafe, “todo pintor se pinta a sí mismo”.
Gonzalo Millán ha definido este libro como “terapéutico”. Ciertamente ha decidido reconstruir a punta de versos su propia cosmogonía, y lo hace con esa precisión de siempre, con esa “lucidez y consistencia”. Hace poca bulla, está desprovista de prosélitos, pancartas o voladores de luces, pero que se revela como una poesía indispensable y a la que siempre hay que ponerle oído.


Gonzalo Millán
“Autorretrato de memoria”
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2005, 44 págs.




*Publicado originalmente en El Periodista Nº 103, 21 de abril de 2006

viernes, 7 de abril de 2006

Nuestro Pepe Grillo ataca de nuevo


La poesía de Claudio Bertoni (Santiago, 1946) tiene una cualidad que la hace indispensable en nuestras bibliotecas. Es necesaria pues es un vivo retrato nosotros mismos, de nuestros pensamientos y pulsiones, de nuestros miedos, desconfianzas, frustraciones y pequeños triunfos. Sucede así cuando Bertoni anhela culos y tetas de colegialas con una melancolía y franqueza que es de una simpleza engañosa; así como cuando enumera a todos sus fantasmas sentado en la cuneta, flirteando con Edgar Lee Masters, cuando juega pimpón con Henry Miller, hace de las suyas con Cecilia Vicuña y la Tribu No, o colecciona zapatos o palitos en su exilio conconino.
Jalonan la obra de Bertoni no la cachondez ni la enumeración detallada de una vida de barrio que se fue, sino esto y todo lo demás, es decir, la consistencia de una obra viva de un observador agudo y sin ambages, como lo es su autor. Esa consistencia se puede apreciar de primera mano en la antología Dicho sea de paso, que ha salido al ruedo bajo el alero de las Ediciones de la U. Diego Portales. El volumen no solamente vale por ser una compilación que faltaba, sino también por la impecable edición, prologada por el comelibros Álvaro Bisama. Solamente los rescates como el notable Sentado en la cuneta, o el legendario Cansador Intrabajable, hace que el volumen valga por sí solo. Sin duda uno de los aciertos editoriales de lo que va corrido de 2006.
Algo que queda claro en este libro es que Bertoni nunca ha abandonado ese lugar en la galería, con Parra y Lihn a un par de asientos de distancia, ese lugar que lo erige como una suerte de Pepe Grillo de nuestra poesía, una conciencia arraigada en la calle, con jumpers lejanos, espiritualidades, decepciones intelectuales, fuentes de soda, hipocondría, salpimentada con sofisticación, y, más que nada, poesía exacta y poderosa, oxigenadora, golpeadora y tragicómica, siempre sostenida en un equilibro precario, o como loro en el alambre, si se quiere. Decir que Bertoni retrata de plano lo nacional, o que es un fiel representante del hombre chileno, sería caer en el mal gusto. Pero la tentación es grande. Mejor es acercarse a la librería más cercana y echar mano esta propicia antología de Claudio Bertoni, que, cual película de matiné, hará reír y llorar a sus lectores, pero no les dará un final feliz.



Claudio Bertoni
“Dicho sea de paso”
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2006, 215 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 102, 7 de abril de 2006

domingo, 26 de marzo de 2006

El desafío de renovarse


Ha llegado hasta las manos de este crítico el libro Palimpsesto (LOM, 2006), del poeta Juan Paulo Huirmilla (Calbuco, 1973), y ya una lectura rápida genera varias impresiones. La primera de ellas es que la poesía mapuche tiene en sus exponentes (Los Huenún, Colipán, Lienlaf, entre otros) una suerte de cofradía, donde los integrantes no solamente comparten orígenes similares, sino también poesías casi calcadas. El cotejo de, por ejemplo, Arco de Interrogaciones, de Bernardo Colipán con el presente Palimpsesto de Huirimilla (o Wirimilla, como quiera el lector) entrega dos libros casi idénticos. Se repiten temas, imágenes, palabras –tanto castellanas como mapuches-, incluso versos, pues en la página 9 del libro de Huirimilla, está el título del Libro de Bernardo Colipán, Arco de interrogaciones.
No es que digamos que los poetas mapuches escriben todos lo mismo, pero lejos de eso no estamos. Sí es dable decir que los poetas mapuches están escribiendo todos un mismo gran libro, del cual los títulos de los trabajos individuales son como títulos de capítulos. Cierto es que los poetas mapuches han debido aliarse en bloque para dar a conocer su poesía, pero también es cierto que urge también renovar temas cuando estos están ya algo gastados. Esta uniformidad en los libros de los poetas mapuches, puede a simple vista ser sospechosa, pero también plantea a nuestros poetas originarios un desafío importante: la renovación de sus temas, la búsqueda de nueva poesía.
La poesía mapuche corría hasta hace un tiempo con la ventaja de que nosotros, vulgares huincas, teníamos una noción de lo mapuche oscurecida por el prejuicio y la ignorancia. Pero ya, con los tiempos que corren, donde no solamente no saber de los pueblos originarios no solamente es mal visto, sino que es casi demodé, ya no es novedad la propuesta poética mapuche. Pruebas al canto, las imágenes familiares de viejas costumbres familiares, las de cosmogonías, las de esas nostalgias teillerianas, el sincretismo, la mitología, el mundo rural de la Araucanía y Los Lagos, salpimentado del acervo docente del autor, que nos entrega Huirimilla, ya las agotaron los Colipán, los Huenún, los Chihuailaf, et al.
Entonces la aparición de Palimpsesto, con toda su corrección y la calidad de su autor (que existe en buena medida), es varias cosas, la primera, el comienzo del fin para esta propuesta poética ya agotada, y segundo, la clarinada de alerta de que es urgentemente necesaria una renovación completa de la poesía mapuche, una expansión de fronteras, pues ya sus temas, imágenes y recursos han sido sobreexplotados al nivel de una forestal que fagocita un bosque nativo y planta en su lugar uniformes –y por ende poco atractivos-, pinares. Y sin ir más lejos, la solución la plantea el mismo Huirimilla en el libro con buenos poemas -ubicados en el apartado titulado como el libro-, tales como “La página en blanco” y “Kafka el confabulador”, donde sale a la superficie, y respira otros aires, oxigenando el conjunto. Precisamente cuando se aleja de lo étnico y se acerca a lo literario (léase Lihn y Parra) su poesía gana en soltura y calidad.
Urge una buena dosis de originalidad en la poesía mapuche, para así prevenir la nociva noción de que cada vez que abrimos un poemario, sea cual sea el nombre en la portada, estemos leyendo el mismo libro, una y otra vez.



Juan Paulo Huirimilla
“Palimpsesto”
LOM, Santiago, 2006, 113 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 101, 24 de marzo de 2006

sábado, 11 de marzo de 2006

Por todos los dioses


Chile y el mundo conocen a Julio Carrasco (Santiago, 1969) por las incansables aventuras que protagoniza en el colectivo Casagrande, las que lo han llevado a departir en el cenáculo televisado de Cristián Warnken hasta irrumpir con poesía en los espacios aéreos de La Moneda, Dubrovnik (Croacia) y Gernika (España), animar fiestas y eventos culturales con la no poco esforzada banda musical “Los Muebles” y entre todo aquel jaleo, editar un libro de poesía. A la vista de tan variopinto currículum (bombardear primero y publicar después) da la impresión de que Carrasco hace las cosas al revés, pero como no hay un derecho en estos temas, mucho no importa.
Lo que sí importa es su segundo libro Sumatra (Ed. Tácitas, 2005), un libro que ya de entrada agrada por su correcta, ordenada y atractiva edición, corrección a la que nos tiene bien acostumbrados la gente de Ediciones Tácitas. Un botón de muestra es que libro tiene índice, algo hoy es un lujo, cuando debería ser una obligación.
Yendo a lo realmente importante, los poemas, se observa cómo Carrasco es un heredero claro de las grandes líneas de nuestra poesía, especialmente aquella más presente, la de Enrique Lihn, con guiños a Parra y su víbora. La poesía de Julio Carrasco está macerada por ésta y otras fuentes, la paciencia cruza a este volumen, la poesía que contiene se nota que posee el don de la paciencia, la reflexión y la mesura de lenguaje, que felizmente, no hace pálidas a las imágenes, sino que, muy por contrario, las dota de un aplomo que se aplaude.
Carrasco invoca a todos los dioses, prende velas en todos los altares, dialoga con lo absoluto, pero se las arregla para incluir su libro poemas de singular ternura, como el que abre el libro, y otros totalmente desprovistos de ella. Pero también salpimienta con versos propios de las crónicas coloniales, y según la mayoría de los títulos, nos hace relación de su forma de ver el mundo, recordando el Siglo de Oro, pero también a Bertoni.
Carrasco nos pasea por su vida hecha poesía, con sus ocasionales ataques de neurastenia, con sus consultas a las bellas maldiciones del Deuteronomio, replicando asquerosas postales navideñas, recibiendo de buen grado la bendición de los mendigos, y de no tan bueno las del dios cristiano, rebosando de júbilo en prostíbulos de barrio alto, quedándose inmóvil con la vista en el infinito. En fin, diciéndonos que los bombardeos y performances valen, claro, pero que los libros sólidos, bien escritos y bien editados, valen también y harto.


Julio Carrasco
“Sumatra”
Ediciones Tácitas, Santiago, 2005, 63 págs.




*Publicado originalmente en El Periodista N° 100, 10 de marzo de 2006

sábado, 21 de enero de 2006

Escribir correctamente poesía


A estas alturas al encontrarnos con Enrique Lihn, hay que dar por descontado de que nos encontramos ante uno de los poetas más importantes de la lengua castellana de la segunda mitad del siglo XX. Lihn era para Roberto Bolaño uno de los poetas más lúcidos de la poesía nacional, y ciertamente que, tanto por la acostumbrada precisión de los dichos del autor de “Los detectives salvajes”, así como por la incuestionable excelencia de la poesía de Lihn, es imposible afirmar lo contrario.
Por tanto, la publicación del libro Una nota estridente es, por un par de razones, un acontecimiento editorial no poco positivo. Primeramente, por lo urgente y fundamental que es reeditar las grandes obras de nuestros mejores poetas; segundo, por la interesante labor que emprenden los jóvenes vates a la hora de revisar la obra del autor de La musiquilla de las pobres esferas. En otros títulos publicados por la U. Diego Portales se puede ver la mano de autores como Kurt Folch, y en el presente, la recolección de poemas dispersos realizada por el poeta y crítico Matías Ayala, es otro testimonio de que Enrique Lihn es, por lejos, una de las grandes estrellas -quizá junto con el omnipresente Nicanor Parra- que guían el camino de las nuevas camadas poéticas.
Como bien lo retrata Ayala en el epílogo (que no se sabe por qué no es prólogo, como corresponde), este volumen es la recolección de poemas que volaban dispersos en revistas y antologías, y que no pudieron plasmarse en libro en 1973, por razones más que conocidas, y que con posterioridad, la desbandada de los originales, así como el obligado cambio de giro en el pensamiento de su autor, habían postergado hasta hoy la publicación de este compendio que, en estricto rigor es inédito, mas no los textos que lo componen.
Entre los mismos se encuentra uno de los poemas más sobresalientes de la poesía de Lihn, “Si se ha de escribir correctamente poesía”, que da cuenta casi fotográficamente del tamaño de la lucidez y la genialidad del autor. Se puede constatar que Lihn como nadie ha comprendido profundamente la labor del poeta y todas sus aristas, amén de presentar esa mirada aguda y penetrante a sus propios fantasmas y al mundo que lo rodea, a la sazón (1968-1972) un Chile de escenarios turbulentos y cambiantes.
Por todo esto y mucho más, siempre será un acierto refrescar las librerías con Enrique Lihn, una de las más sustanciosas y sabrosas sandías caladas de la literatura chilena.

Enrique Lihn
“Una nota estridente”
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2005, 111 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista, N° 99, 20 de enero de 2006

sábado, 7 de enero de 2006

La huella personal de la tristeza




Abundan en la literatura universal los casos de escritores que tienen el brío de sacar a la luz pública obras que están reñidas con ese cambiante estándar de medidas de comportamiento conocidas como “la moral y las buenas costumbres”. No es la idea comparar a Diego Ramírez Gajardo (Antofagasta, 1982) con Baudelaire o Flaubert. Las comparaciones son siempre odiosas.Con todo, El baile de los niños (Ediciones del Temple, 2005) sí comparte seguramente el arrojo y el propósito de fondo de otras obras que en el pasado escandalizaron a la “gente bien”, esto es, la valentía de poner en un libro sentimientos y pulsiones que tienen la dermis de los chilenos particularmente sensible (sobre todo tras los affaires Spiniak y Lavandero). Ahora, la poesía no es carta blanca para nada. No tras la aparición de un libro como este se justifican conductas reñidas con la moralidad. Lo anterior es para decir que, a pesar de todo, la condena a este, o a cualquier libro de su especie, sigue siendo una práctica cavernaria. Lo sano en este caso (y en los que vengan) será adaptar la recepción del lector, y forzarlo a mirar más allá de lo que estos poemas describen. Sí es una cortapisa para obtener aceptación universal, pero se intuye que, dada la naturaleza del libro, el autor no busca quedar bien con Dios y con el diablo.Ramírez, a sus cortos años, ya ha pasado por su temporada en el infierno, y a la manera de Verlaine (él fue a la cárcel y no Rimbaud) y Wilde, ha vaciado esta experiencia y otras imágenes que lo mueven en un poemario resuelto y que rescata la dimensión poética de un mundo que se calla. Y cuando se habla de “mundo” hay que entender tanto el ambiente que rodea al autor, así como su interioridad. Es mundo al que el mismo Diego Ramírez ha señalado pertenecer y defender su “diferencia hermosa”, y que ciertamente lo logra en este libro.Con una estructura maciza y con imágenes ante las que algunos fruncirán el ceño, pero no por lo laxas o inconsistentes, el autor reproduce un devaneo bañado en ternura prohibida; una escritura que es “un recado de amor/ y un desafío a su propia muerte”, una danza en la que “las niñas que yo conozco casi nunca pueden ser felices”, ataviadas con ropas en las que se “lleva dibujada la huella personal de la tristeza”. Este libro es un lastimero callejón sin salida es, un coqueteo delicado y vedado que hace más que poner pelos de punta, pues enriquece a la poesía joven con notas de daño y amor de lo que se calla en la superficie.


Diego Ramírez Gajardo
“El baile de los niños”
Ediciones del Temple, Santiago, 2005, 101 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista, N° 97, 23 de diciembre de 2005