viernes, 23 de julio de 2010

Vamos de paseo

La chancha poética nacional sigue pariendo nuevos versificadores. Uno de los últimos que ha hecho su debut editorial es el licenciado en letras y literatura limachino Diego Alfaro (1984) con el libro “Paseantes” (Ediciones del Temple, 2010), opera prima de este novel escritor que, según se deduce al leer la solapa, sigue los derroteros de la mayoría de los poetas jóvenes chilenos, esto es editar y/o colaborar en revistas, participar en talleres y escribir poemas que son incluidos en antologías y revistas de la plaza, etcétera. También se nos informa que su tesis versa sobre Enrique Lihn (quizás la figura literaria chilena sobre la que más tesis se deben haber escrito en las últimas décadas), y que además de caminar y usar el transporte público “le gusta la mermelada de naranja”, esto último en un giro chistosito que se está volviendo tendencia (en especial cuando hay que rellenar biografías de autores que están empezando): el escribir las solapas de los libros a la manera de las bios de Twitter.
Volviendo a lo importante, este pequeño volumen fue editado por Ediciones del Temple, sello al cual sería bueno postular al libro de récords de Guinness, porque ya lleva más de trece años de destacable funcionamiento, editando principalmente poesía, lo que es un logro que a estas alturas tiene pinta de epopeya.
La lectura del libro de Diego Alfaro nos deja claro que el autor le habla a alguien sobre lo que ve. El uso de la segunda persona nos apela a una calma, a una pausa, carácter que retrata el conjunto. Con esto, Alfaro busca, con sigilo, tributar a uno de los designios eternos de la poesía: resignificar las cosas y el mundo en que se vive mediante la palabra. Todo esto mientras paseamos y nos encontramos con un paisaje que ya hemos visto otras veces, el homenaje al jazzista ignoto, al rockero decadente o al punk malogrado, una definición sobre qué puede ser la poesía, la reverencia a Philip Larkin (de hecho el poema “Bibliotecario” incluido acá circula con el título “A Philip Larkin” en ciertos blogs) o a Gonzalo Millán, el encuentro fugaz e irrepetible de la belleza a lo Óscar Hahn, “te vuelves hacia la ventana/ y parada en la esquina con su cartera/ te sonríe, como queriendo salvar tu mundo”.
Diego Alfaro nos sumerge en paisajes ya vistos en otra parte que han de ser lo más parecido a su sensibilidad, su temple de ánimo de silencioso observador de la belleza que no quiere molestar a nadie. Sin embargo, el poeta se aventura en experimentos, como los lastimeros retratos adultos que hace de Charlie (no “Charly”) Brown y Elmer Fudd (o “Elmer Gruñón”), cayendo en dudosos versos como “la eterna búsqueda del cazador/ semejante a la del filósofo / termina en la contemplación”; así las cosas, queda la sensación de que acá no rebasamos la superficie de la poesía, y que este libro ocupa un lugar más con varios de su misma especie, donde las imágenes contenidas pero repetidas dan una impresión sugerente en ciertos pasajes de la lectura, pero que al final no logran cuajar en una poesía original, de calibre de relevante, que, entre otras misiones, renueve el lenguaje.
Queda solamente ver si el futuro nos trae una maduración de la palabra poética de Diego Alfaro, y si este conjunto de estampas cordiales logra evolucionar en poesía con un peso específico distintivo.

Diego Alfaro Palma
“Paseantes”
Ediciones del Temple, Santiago, 2010, 40 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 195, 23 de julio de 2010

viernes, 9 de julio de 2010

La rudeza de Carrasco

Si nos proponemos hacer un catastro de los mejores libros de poesía chilenos publicados en la década pasada, el nombre de Germán Carrasco (Santiago, 1971) estará dentro de los elegidos. Esto porque de su producción poética surgen cumbres como la tríada que componen “Clavados”, “Calas” o “La insidia del sol sobre las cosas”, libros de factura mayor y de incuestionable calidad. Los años posteriores a esas descollantes entregas poéticas nos arrojan a un Carrasco que optó por radicarse en Argentina y publicar en México, hasta que este año 2010 indica el regreso del autor de “Multicancha” a la edición en Chile, esto con su libro “Ruda”, editado por Cuarto Propio.
Los años no han pasado en vano sobre la poesía de Germán Carrasco. Si en esa trilogía mayor que reeditó a principios de la década pasada la editorial J.C. Sáez, hablamos de una poesía que se mueve con sigilo pero con atención, trabajada en sus imágenes elocuentes y en su palabra balanceada, lo que nos encontramos en “Ruda” es un lento desarreglo de ese panorama poético, un lento despeine de una poesía que hoy está más poblada de giros del lenguaje coloquial y de pequeños escupitajos a las estampitas sagradas de la poesía. Carrasco mantiene pleno dominio de sus facultades poéticas, conoce el lenguaje, sus posibilidades y sus giros. Asimismo el autor mantiene la oreja bien parada para absorber los discursos flotantes en la calle. Y mantiene también las fuentes literarias poéticas de las cuales se nutre, fundamentalmente la poesía estadounidense. Pero ahora suma estos menudos guiños malditos, estos cachamales que le pega a autores como Óscar Hahn (a quien pareciera detestar particularmente, como queda evidenciado leyendo los artículos que Carrasco publica en The Clinic), Raúl Zurita o sayos que le vendrían pintados a muchos poetas de generaciones posteriores, cachamales que, si el lector tiene la paciencia y tiempo suficientes, puede revisar en los blogs de los poetas jóvenes de hoy. Cosas de la web 2.0
Es probable que esa sea una de las claves de “Ruda”. Mantener y ampliar un registro poético ya generoso, pero esta vez con querellas de un poeta inconforme, que transforma su malestar respecto del “ambiente” en argumento de su nueva producción poética. La escritura de Germán Carrasco nunca fue ingenua, pero ahora se pasa al otro lado, y entra al ataque, con resultas como lo es “Ruda”, un libro más poluto, más manchado de cierta rabia, de cierto recelo.
Con todo, las antedichas impurezas están en minoría, y prima el oficio poético de Germán Carrasco. Gracias a esto es que se pueden ver textos como “Azaleas” donde la poesía vuela alto, robusta y contundente, o en pasajes como el que sigue: “la memoria es una almohadilla en forma de corazón/ en donde las costureras clavan agujas y alfileres// en la más nieve de las soledades”. Con versos así, basta y sobra.


Germán Carrasco
“Ruda”
Ed. Cuarto Propio, Santiago, 2010, 155 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 194, 9 de julio de 2010