domingo, 24 de septiembre de 2006

Mucho más que azar

Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) es hoy uno de los novelistas más consagrados del mundo. Así lo atestiguan premios, películas, tiras cómicas y otros subproductos que han generado varias de sus once novelas. No hay que rebuscar mucho para explicar el arrollador suceso que tiene cada volumen que Auster saca al mercado, la razón es (engañosamente) simple: Paul Auster domina a la perfección el arte de contar una buena historia.
Su undécima novela, “Brooklyn Follies” (Anagrama, 2006) lo confirma. El autor de “La noche del oráculo” y “La trilogía de Nueva York” narra la historia de Nathan Glass, un sesentón, canceroso, divorciado y jubilado agente de seguros que llega a Brooklyn “buscando un sitio tranquilo donde morir”. Con esta sombría frase se abre la fábula de Glass, que terminará exactamente al revés de lo que el protagonista tenía planeado, abriendo una caja de Pandora llena de personajes, peripecias e historias –un giro austeriano por excelencia-, elementos todos que completarán un proyecto de senectud de Nathan Glass, “El libro de las locuras de los hombres”, una bitácora de observaciones, disparates y anécdotas (una idea no nueva, pero siempre atrayente), que calzarán todas en una sincronía perfecta, gracias a ese elemento ineludible en todas las novelas de Paul Auster, el azar que hace de bisagra en la vida de sus personajes.
Dados estos antecedentes, Auster pone sobre la mesa una baraja de personajes, uno de los repartos más nutridos que se pueden ver desde libros como “El palacio de la luna”, para articular más de 300 páginas de una trama siempre viva y que no decae en un solo renglón. Pues porque a todo este cóctel de antihéroes, Auster no deja (como era de esperarse) de agregar el tirón de orejas de rigor a George W. Bush, tanto por la caída de las Torres Gemelas, así como por la invasión a Irak de 2003, además de ilustrarnos siempre con esa sana pincelada de historia literaria (dando una pasada a Poe, Melville y Kafka), que en Brooklyn Follies llega de parte de Tom Wood, sobrino y escudero de Nathan Glass, un cuasi doctor en literatura que deviene en taxista, y luego en dependiente en la librería del imperdible Harry Brightman.
En Brooklyn Follies, es posible ver a un Auster completo, un titiritero de una destreza singular que mueve una marioneta de decenas de hilos, un malabarista que en su maroma yuxtapone lugares, personajes, historias y sentimientos, pero que también sabe dar un momento de descanso, con instantes de reflexión y llana sabiduría (sin el azar determinista de obras anteriores), enfocados en el drama cotidiano de los simples habitantes de Brooklyn. Un tinglado que pareciera terminar felizmente, con un cierre redondo, resuelto favorablemente, donde nada podría haber terminado mejor, pero “pareciera”, pues el fin es una hora fatídica de un hito fatídico, las 8:46 A.M. del 11 de septiembre de 2001.
En resumen, nos encontramos con una novela soberbia, una prosa sencilla, fluida, palpable, casi musical, que no hace más que recalcar la maestría de un autor más que consagrado.


Paul Auster
“Brooklyn Follies”
Ed. Anagrama, Barcelona, 2006, 310 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 114, 22 de septiembre de 2006

domingo, 10 de septiembre de 2006

Una delicia japonesa

Si bien calificar la obra de los escritores que han ganado el premio Nobel (algunos, no todos) puede ser algo innecesario y a veces reiterativo, dedicarle algunas palabras a la obra de Yasunari Kawabata (1899-1972) no es algo que esté demás, pues, junto con Yukio Mishima (sin ir más lejos, Kawabata fue mentor de Mishima), son los escritores japoneses más importantes del siglo XX, y dos contundentes narradores de los últimos cien años.
Tal como el estilo japonés, que ha impuesto la estampa como una forma de relato, los cuentos que están agrupados en el libro de 1925 “La Bailarina de Izu” (Ed. Emecé 2006), cuentan con lo triste y lo bello, dos adjetivos que retratan de plano la característica de la obra de Kawabata, y, de hecho, es el título de uno de sus libros principales. Quizás este libro debiera ser una estación posterior de quienes deseen adentrarse en la obra de este nipón, pues es una estación claramente intermedia –un claro coming of age-, que rematará en terminales como “El Maestro de Go” o “Lo Bello y lo Triste”.
Quizás a la manera de Akira Kurosawa y sus “Sueños”, Kawabata da la impresión de entregar una obra autobiográfica, pero aporta una obra que encasillar en la autobiografía sería simplemente pecar de vista corta. Kawabata entrega un relato que es suyo, pero que es a la vez el Japón de la posguerra, derrotado y traumatizado, matizado con la maestría de la observación y esa rara y genial habilidad de extraer tesoros delicados y gráciles del lodo.
Tal como las figuras del origami, el tinglado de esta serie de relatos de Kawabata descansa en un equilibro tenue y delicado, donde se balancean la ternura y el recuerdo de una adolescencia precaria, con deidades etéreas que, si bien nacen de una imagen real, solamente subsisten en el recuerdo y la evocación del narrador, llenas de una belleza arrobadora, pero inalcanzable.
Más allá del sabor agradable y atractivo que pueda tener lo exótico en nuestro paladar, este libro de Kawabata es, lisa y llanamente, un gran libro, un conjunto de perlas, donde los protagonistas de las historias son ellos mismos generadores de una belleza que solamente existe en sus retinas, y que, con la pericia que le valió un Nobel a Kawabata, es posible captar en toda su extensión, sin ser potente, delicada, pero clara, evidente. Kawabata transmite aquello, la belleza residente en personajes que viven vidas poco relevantes, lastimeras o amargas, pero que se salvan por esa hermosura única y, por fortuna, transferible, mediante la pluma de Yasunari Kawabata.


Yasunari Kawabata
“La Bailarina de Izu”
Emecé, Buenos Aires, 2006, 219 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 113, 8 de septiembre de 2006