lunes, 25 de febrero de 2013

El resplandor de la palabra patria



A primera vista, Veneno, la última novela del chileno Roberto Brodsky (Santiago, 1957) tiene todos los ingredientes para erigirse como un plato fuerte en el pobre menú del boliche narrativo chileno; esto porque viene a aportar otro retrato sobre el mundillo literario local, y sobre todo porque, en medio de sus más de cuatrocientas páginas incluye, con pelos y señales, el famoso desembarco que Roberto Bolaño realizó en Chile a fines del siglo pasado y que tanta cola trajo, puesto que fue la irrupción de un elefante en una cristalería bien ordenadita en su complacencia.
El protagonista de la novela es Alberto Shapiro (alter ego del autor), quien vive en Estados Unidos, es un acólito del autor de 2666, y que llega a Chile desde el primer mundo invitado a dar una conferencia, con un manuscrito bajo el brazo, y tanteando cómo abrirse camino en un boscaje que, a punta de amiguismos, envidia y transas varias, se retrata bien denso y sólo transitable a punta de machete. Shapiro retorna y no encuentra cambios: “Poco había cambiado el eriazo, (…) Recordaba bien el recitado de la carta de (Enrique) Lihn: un solo crítico, ninguna revista, dos salas de conferencia, un lugar reunión, nada.”, “los escritores son gente rara, difícil donde la haya, ahítos de una vanidad y soberbia fuera de lo soportable para ellos mismos”.
Brodsky aporta una novela pastosa, lenta de leer, donde el autor se empeña en enrevesar una narración que se alarga y se entrampa en reflexiones que giran y giran en torno de la infelicidad conocida e insoluble de los escritores locales, y de la imposibilidad del protagonista de encontrar un lugar en el mundo. El punto de vista narrativo no puede evitar, casi en ningún momento, cierta ínfula que se desprende del discurso grandilocuente y plúmbeo que guía la novela, centrada en dar cuenta extensa del malestar y el desacomodo que es aterrizar en el Chile literario de estos días.
Con todo, Roberto Brodsky hace una entrega contundente, con el comodín Bolaño entre sus páginas. El lenguaje es resuelto y la determinación de desbancar el canon criollo también, pero la opción del autor de centrar todo el relato en sus conjeturas sobreesfuerza a quien lee y diluye, en alguna medida, el mísero estado del arte de la plaza, transformando el veneno, finalmente, más bien en somnífero.


Roberto Brodsky
“Veneno”
Ed. Mondadori, Santiago, 2012, 416 págs.