viernes, 21 de abril de 2006

Millán se pinta a sí mismo


Hay pocos poetas en nuestro medio que no dejan lugar a dudas como Gonzalo Millán (Santiago, 1947). También es uno de los poetas que hace poco ruido, y que cuando escriben lo hacen con una elocuencia envidiable, especialmente teniendo en cuenta los poemas que hoy corren. Ya el Pontifex maximus del momento, Roberto Bolaño, lo ha declarado un poeta lúcido y consistente, -aunque el mismo Millán en su poesía “Disimula una lucidez dudosa/ Bajo los lentes ahumados”-. Y aunque duela a algunos, cuando Bolaño habló, ya sea ex cátedra o no, erraba poco. Con todo, no hay que ser Roberto Bolaño para darse cuenta de este rasgo de Gonzalo Millán, simplemente bastan un par de lecturas atentas.
El flamante ganador del premio Altazor, entregó “Autorretrato de Memoria” (Ediciones UDP, 2005), en cuya contratapa se señalan un par de cosas, entre ellas que este libro es una autobiografía velada. De acuerdo en lo autobiográfico, no tanto en lo velado. Ciertamente Millán cambió de giro, ha dejado atrás las poco halagüeñas imágenes de la urbe o bien de la poesía misma, y se zambulle de lleno en su pasado. Por lo menos en poemas como “Autorretrato en Avenida Perú 931” o “Autorretrato a la salida del cine Recoleta” las referencias son claras y para nada veladas. Flirtea con una nostalgia Teilleriana (no lárica), con el recuerdo de lo que se fue, con la diferencia que Teillier es todo campo, y Millán es un citadino redomado, menos bucólico y más resuelto a enfrentar sus fantasmas, e incluso a inventárselos.
Algo que el autor mantiene en este libro, y que es característica de toda su poesía, es que en su lenguaje nada sobra. Millán no escoge palabras al azar, es metódico y cuidadoso en sus empeños y arma sus poemas como piezas de relojería, y, más loable aún, logra que funcionen como tal, y esto significa que vigila ritmo y sonido. Como consecuencia de esto, en “Autorretrato de memoria” las imágenes son nítidas y claras, quizás “realistas”, tanto las que son más palmariamente propias, como en los poemas en los que Millán hace propias se pone en el papel del “perito en el asco y la fatiga”, o como mejor rescata el mismo poeta en un epígrafe, “todo pintor se pinta a sí mismo”.
Gonzalo Millán ha definido este libro como “terapéutico”. Ciertamente ha decidido reconstruir a punta de versos su propia cosmogonía, y lo hace con esa precisión de siempre, con esa “lucidez y consistencia”. Hace poca bulla, está desprovista de prosélitos, pancartas o voladores de luces, pero que se revela como una poesía indispensable y a la que siempre hay que ponerle oído.


Gonzalo Millán
“Autorretrato de memoria”
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2005, 44 págs.




*Publicado originalmente en El Periodista Nº 103, 21 de abril de 2006

viernes, 7 de abril de 2006

Nuestro Pepe Grillo ataca de nuevo


La poesía de Claudio Bertoni (Santiago, 1946) tiene una cualidad que la hace indispensable en nuestras bibliotecas. Es necesaria pues es un vivo retrato nosotros mismos, de nuestros pensamientos y pulsiones, de nuestros miedos, desconfianzas, frustraciones y pequeños triunfos. Sucede así cuando Bertoni anhela culos y tetas de colegialas con una melancolía y franqueza que es de una simpleza engañosa; así como cuando enumera a todos sus fantasmas sentado en la cuneta, flirteando con Edgar Lee Masters, cuando juega pimpón con Henry Miller, hace de las suyas con Cecilia Vicuña y la Tribu No, o colecciona zapatos o palitos en su exilio conconino.
Jalonan la obra de Bertoni no la cachondez ni la enumeración detallada de una vida de barrio que se fue, sino esto y todo lo demás, es decir, la consistencia de una obra viva de un observador agudo y sin ambages, como lo es su autor. Esa consistencia se puede apreciar de primera mano en la antología Dicho sea de paso, que ha salido al ruedo bajo el alero de las Ediciones de la U. Diego Portales. El volumen no solamente vale por ser una compilación que faltaba, sino también por la impecable edición, prologada por el comelibros Álvaro Bisama. Solamente los rescates como el notable Sentado en la cuneta, o el legendario Cansador Intrabajable, hace que el volumen valga por sí solo. Sin duda uno de los aciertos editoriales de lo que va corrido de 2006.
Algo que queda claro en este libro es que Bertoni nunca ha abandonado ese lugar en la galería, con Parra y Lihn a un par de asientos de distancia, ese lugar que lo erige como una suerte de Pepe Grillo de nuestra poesía, una conciencia arraigada en la calle, con jumpers lejanos, espiritualidades, decepciones intelectuales, fuentes de soda, hipocondría, salpimentada con sofisticación, y, más que nada, poesía exacta y poderosa, oxigenadora, golpeadora y tragicómica, siempre sostenida en un equilibro precario, o como loro en el alambre, si se quiere. Decir que Bertoni retrata de plano lo nacional, o que es un fiel representante del hombre chileno, sería caer en el mal gusto. Pero la tentación es grande. Mejor es acercarse a la librería más cercana y echar mano esta propicia antología de Claudio Bertoni, que, cual película de matiné, hará reír y llorar a sus lectores, pero no les dará un final feliz.



Claudio Bertoni
“Dicho sea de paso”
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2006, 215 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 102, 7 de abril de 2006