viernes, 30 de marzo de 2007

Jesús es una pílsener


Si se permite la licencia, en estas líneas quedará más o menos claro que el libro de Claudio Bertoni “En qué quedamos” es casi una excusa para hablar de una nueva y feliz estación en la esforzada labor editorial poética chilena. Y es que este último libro del poeta desgreñado de Concón es editado por un sello debutante, Ediciones Bordura (edicionesbordura@gmail.com). Ya antes se han comentado y ensalzado con no poco entusiasmo las apariciones de nuevas editoriales, generalmente hechas a pulso y con esfuerzo tesonero por los idealistas que se meten en esa camisa de once varas que significa editar poesía en un país como Chile. Muchos –pasa lo mismo con las revistas-, caen a poco andar. Y si bien, Ediciones Bordura corre el mismo riesgo (roguemos que no), bien vale destacar un par de cosas.
Este libro es un ejemplo de lo que muchas editoriales con más “credenciales” debieran tomar en cuenta a la hora de editar libros. Lo primero, un diseño agradable y limpio. Se nota que hay preocupación por la apariencia del libro, tarea que no todos cumplen, y menos lo hacen a un nivel tan satisfactorio. Lo segundo, el cuidado de la edición, que va mucho más allá de entregar un texto sin faltas. Hay un índice, lo que se agradece, hay una tipografía y un tipo de papel acogedores a vista y tacto. En definitiva hay trabajo, y las ganas de entregar un producto de calidad.
Pero como todo no puede ser perfecto, hay también algunos deslices, por ejemplo, el poema “Algo” dice: “(…) en la esquina de Huérfanos y Banderas (…)”, cuando el nombre correcto de la calle es Bandera. O bien algunos queísmos que vagan por algunas páginas. Esto puede parecer un detalle fútil, pero dado el alto estándar de calidad del producto, bien vale señalarlo. Ahora, yendo al texto mismo, la poesía de Bertoni es, hoy por hoy, sandía calada. Hay garantía de sabor, de picardía, de ingenio, de humor, de potos, de tetas y penes erectos aterrizados en el contexto de todos los días de todos (o casi todos) los chilenos. El lenguaje de la tribu, si se quiere.
Claudio Bertoni es una de las más ilustres caras de la herencia antipoética parriana, en su vertiente cachonda (“guachaca” dirían por ahí) y genial, con versos como estos: “Una/ Pílsener/ En el desierto/ Es un regalo/ De Dios// Jesús/ Estuvo en/ El desierto// Y/ Como/ Jesús es/ Un regalo/ De Dios// Jesús/ Es una/ Pílsener.
En resumen, bien por Ediciones Bordura, partieron bien, pero como dice el propio Bertoni en este libro “Mozart tuvo la típica partida del caballo inglés// Y la llegada del burro”. Ojalá que Ediciones Bordura no corra la misma suerte. En cuanto a Claudio Bertoni, esa es otra cosa, pues “fue caballo inglés toda la vida”, al menos mientras ha escrito poesía.

Claudio Bertoni
“En qué quedamos”
Ediciones Bordura, Santiago, 2007, 60 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 124, 23 de marzo de 2007

martes, 13 de marzo de 2007

Blusero porteño


Carlos Henrickson (Santiago, 1974) es un poeta poco conocido en el medio chileno, mas no por ello inactivo. Su palmarés, reproducido en una solapa donde además se incluye una poco favorable foto del autor, cuenta con unos cuantos logros en el plano editorial, como libros y plaquettes propios, además de la preparación de una antología de poetas de Valparaíso (sin ir más lejos ocupó –u ocupa- el cargo de secretario del capítulo porteño de la SECH) y la traducción de poemas de Tristan Corbière.

Harto más acá del puerto, Ediciones del Temple lanza al ruedo “An Old Blues Songbook”, un conjunto de 53 poemas más que correctos, donde la palabra fluye con un ritmo poco acompasado, pero no sin una densidad que permita la “licencia” de descuidar la cadencia. Sin caer en una prosa poética grandilocuente y hueca, el autor logra plasmar un lenguaje bien adornado, aunque por momentos tropieza ya sea por la falta de ritmo, o por cierta imprecisa colocación de algunos versos, o bien por una descuidada puntuación (exceso de comas, básicamente) en ciertos poemas, que atentan contra el denso discurso que Carlos Henrickson transmite.

Sin embargo, el autor nos entrega un conjunto de poemas donde la referencia musical del título, y las múltiples referencias a la poesía que hay en el texto son una suerte de excusa, un medio para graficar todo un desagarrado sentimiento que pareciera incubarse mientras se escucha el rasgueo contundente de una guitarra blusera. Lo señala claramente el propio autor “(..)no hay/ consideraciones estéticas, música ni poesía en esto”. La nostalgia, el desamparo citadino y el desgarro del hombre son el escenario en el que el blues es una adecuada música de fondo.

Con todo, hay que prestar atención a este libro, que a pesar de sus pifias, ilustra la voz potente de un autor que tiene todo un cancionero que verter sobre él mismo y sus circunstancias. Lo ha hecho acá, con un rasgueo llamativo, interesante, y a pesar de desafinar en algunas ocasiones, hay que estar al pendiente de la próxima tonada que nos regale el blusero porteño, Carlos Henrickson.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 123, 9 de marzo de 2007