viernes, 24 de abril de 2009

Cuando la novela era virgen

¿Qué es “Esaú y Jacob (FCE, 2008)? ¿Qué es este libro que la editorial Fondo de Cultura Económica ha tenido a bien colocar en nuestras librerías? ¿Qué es este volumen, compuesto por el brasileño Joaquín Machado de Assis (1839-1908)?, ¿es, en efecto, la reedición de un clásico de la novela, o quizás algo más parecido a un testamento novelero recién salido de imprenta, un anacronismo editorial? ¿es posible que la aparición de este libro se ajuste más a la taxidermia literaria, a la muestra de cómo se hacían novelas en tiempos que ya no volverán?
Todas estas preguntas pueden tener un “sí” como respuesta, querido lector, todas pueden calzar con esa impresión imposible de acallar que surge al leer esta novela. Pero, a su vez, no podemos dejar de aseverar –y por ende, disfrutar- que al tomar este volumen, tomamos un muy buen libro, obra de un autor avant la lettre, mestizo descendiente de esclavos, tartamudo y epiléptico. Pero a la vez nos enfrentamos a la novela en su ingenuidad pura, en una pubertad libresca tierna y virgen, que sería corrompida con el correr del mismo siglo que este volumen inauguró en 1904.
La lectura de esta obra de Machado de Assis es una experiencia lectora cabal, aún –y por- su decimonónico y floreado estilo, su narrador omnisciente al nivel de la divinidad, su anticuada división capitular (hay más de cien y varios no pasan de media página), su apelación al lector, y no solamente al lector, sino a la lectora, puesto que el adelantado Machado de Assis sabía, antes que se inventaran las campañas de marketing, los focus group, encuestas y sondeos de clase ninguna, el target del genéro novela: las mujeres, las grandes lectoras de este tipo de libros en el siglo XIX, así como en postrimerías del XX a la mujer se le achacaría el ser la gran consumidora de teleseries. Digno de nota es el narrador, que cuenta y sabe todo, pero su manejo de los hilos de la trama es tan absoluto que plantea dudas, maneja tiempos, instala cuestionamientos y preguntas deliberados para mover a su total antojo y destreza la perilla de la tensión lectora.
La novela cuenta la historia de Pedro y Paulo, hermanos gemelos que nacen para ser “grandes hombres” –y grandes rivales-, según la cabocla, pitonisa que avizoró el brillante y a la vez terrible futuro de los niños (futuros doctor y abogado, futuros republicano y monárquico), brillante, puesto que ambos serían protagonistas de la turbulenta política brasileña del cambio de siglo, que trajo el advenimiento de la República a ese país, y terrible, puesto que ambos pelearían por el amor de Flora, una dulce e inocente joven que tiene su tierno corazón partido por los conspicuos mellizos, quienes, ya de mayores, llegan al Parlamento brasileño, cumpliendo el oráculo que predijo grandeza a los hermanos.
Por cierto que la novela sirve, por si fuera poco, para conformar una elegantísima, exquisita y acuciosa postal de los personajes, usos y costumbres de la sociedad de la entonces capital brasileña de fines del siglo XIX, Río de Janeiro, destreza propia de Machado de Assis, talento propio de este escritor a quien se le ha achacado la paternidad de la literatura brasileña moderna –algo nada descabellado, pues temprano abandonó el Romanticismo para luego superar el Realismo-, y que ya antes de este libro se había hecho un nombre con obras como la revolucionaria “Memorias póstumas de Blas Cubas” (1881), “Quincas Borba” (1891) y “Don Casmurro” (1900). Si hasta Susan Sontag y Woody Allen se sintieron tocados por Cubas, y hay quienes han rastreado a Machado/Cubas en el autoreflexivo Lester Burnham, protagonista del filme “Belleza Americana”, interpretado por Kevin Spacey. Burnham inaugura la película declarando su fallecimiento, “en menos de un año, estaré muerto. Por supuesto, todavía no lo sé. Y en cierta manera, ya estoy muerto”, declaración algo más frugal que la de Cubas, quien apela “al gusano que primero royó las frías carnes de mi cadáver, dedico con sentido recuerdo estas memorias póstumas”.
Así las cosas, la publicación de “Esaú y Jacob” es un acierto por donde se la mire, es la publicación en castellano de una de las obras faltantes de Machado de Assis, es la publicación de una gran novela y una nueva estación en la revaloración de la obra de este prócer literario, es la publicación y exhibición de una pieza de museo digna de admiración, visita obligada y aprendizaje, es la publicación de un libro esencial en cualquier mapeo o cartografía de la novela latinoamericana moderna. Por sobre todo, es la publicación de una más de las obras de Joaquín María Machado de Assis, eso debiera ser suficiente, sin más.


Joaquín Machado de Assis
“Esaú y Jacob”
Fondo de Cultura Económica, Santiago, 2008, 348 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 169, 24 de abril de 2009

jueves, 9 de abril de 2009

Dale con Neruda

¿Seguiremos leyendo a Neruda en el futuro? ¿Desaparecerá de los anaqueles? Lanzo un par de preguntas algo ingenuas, querido lector, alimentadas por el hecho de que hoy el busto de Neftalí Reyes fue desbancado de una patada por la juventud libresca chilena, y en su lugar han colocado dos estatuas sagradas: Nicanor Parra y Enrique Lihn, acompañadas por otras estampitas menores. Pareciera que la labor de continuación de los muy extendidos estudios, catastros y loas nerudianos correspondiera a damas y señores de más edad, de otras épocas, de otro Chile en buenas cuentas. ¿Habrá, a estas alturas del partido, jóvenes que lleguen a las editoriales, plenos de esperanza y exaltación, a presentar un proyecto que sea “un libro sobre Neruda”?, improbable es decir poco, quimérico quizás sea más apropiado. Pero respire tranquilo, lector apreciado, no corra, porque Neruda hay en todas partes. Las repisas poéticas de las librerías, en las cuales el vate parralino ocupa, digamos, un 70% del espacio, lo delatan, acercándonos a ese terror que el propio autor tenía de que publicaran hasta sus calcetines. Concentrémonos en eso, amén de hechos palmarios como el que Pablo Neruda es estudiado -gracias a esa apoteosis nerudiana remanente de los profes- en cada aula colegial de este país. Agréguese el año 2004, año del centenario del nacimiento del vate, año en que se produjo la saturación del mercado cultural con el producto Neruda, atracón del cual muchos aún no se recuperan. Queda claro, eso sí, que para los más veteranos es tan difícil desligarse de Neruda, como fácil es para los jóvenes dejarlo acumular polvo en los estantes.
Concentrémonos, de todas maneras, en el libro “Tal vez nunca. Crónicas nerudianas”, un conjunto de artículos compuestos por el Premio Nacional de Literatura 2006 José Miguel Varas (uno de esos antedichos señores de edad), quien en 2008 sopló 80 velitas en su torta de cumpleaños. El volumen es editado por Universitaria, en esa honrosísima colección que este tradicional sello dedica a quienes se han ganado el máximo galardón literario local. Antes una pequeña mención. El libro como objeto ha perdido calidad, la impresión que ha hecho Salesianos se ve extraña, el libro se ve más débil, frágil, las tapas menos gruesas, el encuadernado con menos pegamento; unas solapas que, además de inútiles (están en blanco), pareciera que se van a rasgar por lo delgado de la cubierta. Quizás habría que revisar eso, en vistas a considerar el libro como un bien durable, que perdure más allá de las crisis mundiales.
Digresiones hechas, vamos al texto. Varas es de esos viejos cronistas que resisten y permanecen en el tiempo; esos cronistas, que ya son como leyendas, semidioses de linotipia que escanciaban licores en las noches mágicas en el centro bohemio, mientras se imprimía el diario, en una jarana que ya no existe, pero que seduce tanto y en la que periodistas y escritores venían a ser como lo mismo, perdidos en difusos torbellinos de vino tinto, pipeño o lo que fuera. Ahí se forjó el estilo de estas crónicas, las que están escritas con esa manera impecable y recortada de Varas, que durante toda su vida se ha empeñado en documentar el Chile que le toca vivir.
En esta ocasión, el punto de fuga es la vida del Premio Nobel 1971, pero sólo se queda en eso, en ser un personaje incidental, pues Varas pone a Neruda como excusa para hacer lo que hace mejor: cronicar el mundo, sanísima costumbre. Claro, la ligazón Neruda-Varas la habíamos visto en “Nerudiano” (1999) y “Neruda clandestino” (2003), donde fueron publicadas originalmente estos relatos, y donde Varas recrea el episodio, -elevado a la categoría de épica-, que fue el exilio del poeta. Un ejercicio de tremenda sanidad es no hacer lo que han hecho decenas y centenas de escritores, académicos, poetas, compañeros de ruta, compinches, yuntas y compadres de Neftalí Reyes: ponerlo al centro, instalarlo –aún- en el trono omnipotente. En ese sentido, este libro de Varas es un aporte, porque no se centra en el yo de Neruda -algo que Varas ha hecho siempre, valga señalar- sino en sus circunstancias. Se le baja algo el humo al inflado suflé del heroísmo, el romanticismo y la politiquería nerudianos, lo que hoy se agradece, y si ese ejercicio se da mediante la prosa sobria y seria de José Miguel Varas, tanto mejor. Así las cosas, igual no sería malo que la corten un ratito con Neruda.

José Miguel Varas
“Tal vez nunca. Crónicas nerudianas”
Ed. Universitaria, Santiago, 2008, 259 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 168, 9 de abril de 2009