lunes, 11 de julio de 2011

Elegancia y resolución

Pron está ahí, cierto en la literatura que se respira en estos días. Es que Patricio Pron (Argentina, 1975) y sus libros están por todos lados, y cuando decimos por todos lados, queremos decir que están en los anaqueles de las librerías y en los veladores del puñado de lectores agudos que anima ese espacio a veces incomprensible de la intelligentsia nacional. Pero con justa razón. También con justa razón es uno de los integrantes de la bullada selección que hizo en 2010 la revista Granta, donde Pron fue elegido como uno de los mejores narradores jóvenes (Granta entiende por juventud el estar por debajo de los 35 años) en español. Y así con tantos otros reconocimientos más que aparecen detallados en otras notas y que no reproduciremos acá. Sí diremos que tiene un blog más que interesante, llamado El Boomerang.
Patricio Pron –autor de cuatro novelas y tres libros de cuentos- vino como a patear el tablero con su novela El comienzo de la primavera (2008), y ahora pareciera volver a hacerlo con otra novela El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2011). Nos detendremos en la mortadela de este sánguche novelesco que propone Patricio Pron, esto es en el conjunto de cuentos El mundo sin personas que lo afean y lo arruinan (2011). Los tres libros antedichos (titulados de forma exquisita) fueron editados por la multinacional Random House Mondadori, lo que da para ceños fruncidos entre los lectores antisistémicos, pero que en buenas cuentas confirma que esta rama del conglomerado –Mondadori- saca la cara con literatura de una calidad y frescura que pareciera impropia de un acorazado editorial multinacional.
Ya en materia, la primera extravagancia que se puede notar es que el autor, un argentino de Rosario, nos sumerge en la Alemania profunda y robóticamente eficiente (germanismo visible en El comienzo de la primavera, y que se explica porque el autor vivió ocho años en ese país, donde se doctoró en filología románica), y parece mimetizarse en una cosmogonía tan alejada del río de La Plata (y cercana a la de Thomas Bernhard), de su sensibilidad y su paisaje, que la huella del ADN latinoamericano es virtualmente invisible, pero como señala el propio autor, no es algo que importe demasiado, o nada. Aunque si nos ponemos quisquillosos, el lector podrá captar restos del genoma Bolaño en el libro, como pasa con “Contribución breve a un diccionario biográfico del expresionismo”. Es el gen Bolaño, que viene del gen Schwob, del gen Edgar Lee Masters. Un floreo de erudición que puede caer pesado, lo que lo convierte, precisamente, en apuesta.
Ocurre con los libros de cuentos que ninguno de ellos es 100% probado. Siempre hay un relato que cojea, otro que hace ruido, que es estática antes que sintonía fina. Con Pron sucede lo mismo, desde luego. Así sucede con el cuento “Los peces y las montañas”, donde la casi majadera mención de Martina Gedeck denota un movimiento forzado, oxidado, tosco, que no cierra completamente, dejando ver más de lo apropiado los hilos del show de títeres. Entonces hemos de hablar de porcentajes. De porcentajes de cuentos que funcionan, de cuentos en los que no sobra nada y en el caso de El mundo... este guarismo es alto, más que aceptable, digno de nota. Y estos relatos funcionan porque el autor, ante todo, escribe con una precisión indiscutida, y con una elegancia rigurosa que trasciende su propio ámbito y dota a lo narrado de un sustento, de un piso de elegancia que adorna las tramas y los ambientes, donde flota cierta tristeza, cierta soledad de instantánea, de imagen. Pron crea un léxico para los pequeños desastres íntimos.
Sin ser en exceso solemne Pron logra ser tenue y resoluto. Hay quienes conectan estas cualidades con un supuesto “lenguaje alemán”, una “sintaxis germana”, o salidas por el estilo. Nada puede ser más desatinado, pero a ciertos críticos desocupados les gusta perder el tiempo jugando con el pasaporte de los autores. Así las cosas y de forma insólita, se sigue emborrachando la perdiz del prójimo con discusiones del tipo si la literatura de Bolaño es mexicana o española. Decir que Patricio Pron escribe en alemán es tan desatinado como decir que el delantero argentino-paraguayo Lucas Barrios, ex Colo-Colo, hace goles en alemán porque juega en el Borussia Dortmund. En fin. Pron roza la literatura en “El estatuto particular” (aunque mata al cuento y se trenza con temas como el problema de la página en blanco), se empapa de ella en “Contribución breve a un diccionario biográfico del expresionismo”, donde cachetea géneros literarios y estira la ficción dando pistas falsas que parecen correctas, aún cuando este aspecto no tenga mucha importancia. Y respecto de la muerte del cuento, la artimaña de Pron es eficaz, porque galvaniza aún más un formato que nunca estuvo ni cerca de perecer.
Desde luego Patricio Pron no es una promesa en literatura, sin embargo pareciera arreglárselas siempre para parecer una voz nueva, siempre original.

Patricio Pron
“El mundo sin personas que lo afean y lo arruinan”
Ed. Mondadori, Buenos Aires, 2011, 218 págs.


*Publicado originalmente en Revista Intemperie, 11 de julio de 2011

viernes, 1 de julio de 2011

La gloriosa planicie de todos los días

Dentro de los escritores chilenos, Alejandra Costamagna (Santiago, 1970) no solamente se ha consolidado como una de las plumas más respetadas, sino que ha conseguido superar, a punta de buena literatura, el enojoso encasillamiento de género, o de la pelotuda dificultad de la sucedánea dualidad periodista/escritor. La aparición de Animales domésticos (Mondadori, 2011) no hace más que confirmar que Costamagna, premiada y hace rato consagrada, está en la primera línea de nuestros escritores, lo que puede que no sea mucho, así como tampoco es bicoca.
Autora de una literatura que se sustenta en el pilar de lo no dicho, en los desastres íntimos, en los pequeños cataclismos puertas adentro, como se puede apreciar en libros como Cansado ya del sol (2002) y en la elogiada novela Dile que no estoy (libro que fue finalista del premio Planeta – Casa de América 2007), la última entrega de Costamagna sigue esa línea temática, donde la procesión va por dentro, mientras que por fuera una prosa tenue, elegante y acabada va configurando un decidido panorama emocional, volviendo, tal vez, al ámbito de Últimos fuegos (2005).
En una entrevista a raíz de Dile que no estoy, la autora señaló que le “interesan esas presencias domésticas, las banalidades incluso”, ese interés se mantiene vivo en este conjunto de once cuentos, donde las mascotas, integrantes con ventaja del paisaje casero, son contrapartes de las truncas señas sensibles de los personajes. Están los tropezones, las trizaduras del diario vivir, pero también está el negro absoluto, pues la autora no le hace el quite a temas como la muerte.
Los animales de estos relatos -gatos en una aplastante mayoría- entran en el juego con el afecto de los humanos, juegan con el abandono, las ganas de ser querido. Costamagna propone el contrapunto, hay animales que no encuentran dueño, así como hay personajes que no pueden atar cabos con su sensibilidad. Hay duelos por personas que mueren, y también por animales que mueren, transformando a Animales domésticos, en el reverso serio de otros libros que han abordado las rarezas de la relación hombre-mascota, como Evelyn Waugh.
Puntos altos de este libro, los cuentos “Patanjali” e “Imposible salir de la tierra”, donde, tal como los gatos que pululan mudos por ahí, transita la muerte, parte, como no, de la vida de todos los días, y que alcanza un pináculo en “El único orden posible”.
Fiel a su sana costumbre, Alejandra Costamagna entrega un libro bien hecho, justito, donde no sobra nada. El oficio que le ha valido un nombre en la literatura chilena, hoy también le prodiga a los lectores locales una de las novedades editoriales más importantes de la temporada.


Alejandra Costamagna
“Animales domésticos”
Ed. Mondadori, Santiago, 2011, 143 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 205, 1 de julio de 2011