A primera vista,
Veneno, la última novela del chileno
Roberto Brodsky (Santiago, 1957) tiene todos los ingredientes para erigirse
como un plato fuerte en el pobre menú del boliche narrativo chileno; esto
porque viene a aportar otro retrato sobre el mundillo literario local, y sobre
todo porque, en medio de sus más de cuatrocientas páginas incluye, con pelos y
señales, el famoso desembarco que Roberto Bolaño realizó en Chile a fines del
siglo pasado y que tanta cola trajo, puesto que fue la irrupción de un elefante
en una cristalería bien ordenadita en su complacencia.
El protagonista
de la novela es Alberto Shapiro (alter ego del autor), quien vive en Estados
Unidos, es un acólito del autor de 2666,
y que llega a Chile desde el primer mundo invitado a dar una conferencia, con un
manuscrito bajo el brazo, y tanteando cómo abrirse camino en un boscaje que, a
punta de amiguismos, envidia y transas varias, se retrata bien denso y sólo
transitable a punta de machete. Shapiro retorna y no encuentra cambios: “Poco
había cambiado el eriazo, (…) Recordaba bien el recitado de la carta de
(Enrique) Lihn: un solo crítico, ninguna
revista, dos salas de conferencia, un lugar reunión, nada.”, “los
escritores son gente rara, difícil donde la haya, ahítos de una vanidad y
soberbia fuera de lo soportable para ellos mismos”.
Brodsky aporta
una novela pastosa, lenta de leer, donde el autor se empeña en enrevesar una
narración que se alarga y se entrampa en reflexiones que giran y giran en torno
de la infelicidad conocida e insoluble de los escritores locales, y de la
imposibilidad del protagonista de encontrar un lugar en el mundo. El punto de
vista narrativo no puede evitar, casi en ningún momento, cierta ínfula que se
desprende del discurso grandilocuente y plúmbeo que guía la novela, centrada en
dar cuenta extensa del malestar y el desacomodo que es aterrizar en el Chile
literario de estos días.
Con todo, Roberto
Brodsky hace una entrega contundente, con el comodín Bolaño entre sus páginas.
El lenguaje es resuelto y la determinación de desbancar el canon criollo
también, pero la opción del autor de centrar todo el relato en sus conjeturas
sobreesfuerza a quien lee y diluye, en alguna medida, el mísero estado del arte
de la plaza, transformando el veneno, finalmente, más bien en somnífero.
Roberto Brodsky
“Veneno”
Ed. Mondadori, Santiago, 2012, 416 págs.