Para John Maxwell
Coetzee el año 2013 fue particularmente laborioso. Si con la edición de Escenas de una vida de provincias, su
autobiografía condensada, ya se inscribió con uno de los mejores libros del año
en el mundo, su nueva novela, La infancia
de Jesús, no se queda chica. La historia arranca en Novilla, una ciudad de
ubicación indeterminada, a la que llegan Simón y un niño huérfano a su cargo,
David, desde el campamento de Belstar. Simón y David no tienen familia o pasado
–como si volvieran de la amnesia-, y el primero se ha fijado como objetivo
encontrar a los padres de David, sin ni una gota de información al respecto. Ambos se insertan en la
sociedad, Simón encuentra trabajo como estibador y una vivienda que compartir
con el niño. En un momento aparece Inés, la supuesta madre de David. Ambos, con
Simón conforman un dislocado grupo familiar, que, hacia el final del libro, se
embarcan en busca de una nueva vida, juntos.
En esta ocasión, el
Nobel sudafricano retorna al ejercicio alegórico que desplegó antes en libros
como Esperando a los bárbaros,
retorna a un universo que coquetea con lo kafkiano, partiendo desde el magnético
título que confunde, dado que ningún personaje del libro se llama Jesús, y
aunque hay algunos guiños cristianos, no son suficientes como para encasillar
este libro como una parábola del todo dedicada a Jesucristo.
Una tangente por la
cual sería fácil escapar al referirse a esta novela es que plantea más
preguntas que respuestas. Sin ser lo antedicho inexacto, esto da cuenta –amén
de cierta flojera en algunas interpretaciones- de la desafiante complejidad de
este libro. Alegoría o parodia cristiana, relato futurista, distopía en
castellano, todos estos escenarios posibles se despliegan a partir de un relato
de prodigiosa sencillez (donde los diálogos imprimen velocidad al texto), mas capaz
de alojar broncas éticas y filosóficas, y en el que el hilo conductor parece
ser la incapacidad de encajar del todo. Simón no logra conectar con una
sociedad donde el transporte y los partidos de fútbol son gratis, pero la vida
transcurre macilenta, sin un solo atisbo de entusiasmo y donde el único valor colectivo
parece ser la caridad. Por su parte, David (un personaje impenetrable y odioso
en más de un momento) no logra encajar en la escuela, rebelándose ante
cualquier clase de autoridad, y se obsesiona con una versión ilustrada de El Quijote, no de Cervantes, sino de Cide
Hamete Benengeli, su autor apócrifo, aportando a la cazuela de este libro, por
si fuera poca sustancia, una papa metaficcional.
La
infancia de Jesús
es un libro que se deslinda de la obra anterior de J. M. Coetzee. Deja atrás la
realista revisión sudafricana, la crítica al apartheid, esa biográfica tensión
entre lo rural y lo urbano. También se desvía de una ficción más experimental
que se reflejó en entregas como Diario de
un mal año. Un libro mutante al que quizás haya que acercarse sin muchas
expectativas, o al menos sin la soñadora idea de que se podrá resolver del
todo. A eso aspirará el aparato crítico en algún tiempo más. Mientras tanto,
constituye una lectura nueva y hasta bartonfinkiana, de un autor imprescindible.
J. M. Coetzee
“La infancia de Jesús”
Mondadori, Santiago, 2013, 271
págs.