Varias
cosas se pueden decir de Gente mala,
el debut novelístico del periodista Juan Cristóbal Guarello. el libro se
inspira en el secuestro y muerte del pequeño Rodrigo Anfruns Papi, un niño de
seis años que desapareció el 3 de junio de 1979 y cuyo cadáver fue encontrado
once días después. El secuestro sacudió a todo un país. La muerte se le colgó a
otro menor que nada tuvo que ver. Con los años se supo que el pequeño Anfruns
Papi fue secuestrado por error, en el marco de una tenebrosa vendetta entre
generales de las FF.AA. De eso trata Gente
mala, el erróneo secuestro de un niño a fines de los setenta.
La
muerte del malogrado pequeño de corte príncipe valiente inoculó de miedo a un
país en el que la muerte y el asesinato eran un pecado, una aberración que
existía en el Chile tras bambalinas, y que estaba lejos de tocar el sacro
imperio de la tierna infancia. Para Guarello, una de las miles de personas que
hoy frisan los cincuenta y que eran niños en ese entonces, el crimen de Anfruns
significó el fin de la inocencia, la certeza de que ni siquiera los niños
estaban a salvo en ese infierno que era el Chile bajo la dictadura de Pinochet.
Gente mala es, en buena medida, la
redacción de ese miedo. A partir de esto último, su temática y su forma de
encararla, retrotrae la novela dictatorial. Si ya había una nueva arista que
autores como Alejandro Zambra o Nona Fernández estaban explorando, este libro
vuelve al punto de partida, a fojas cero, al escribir sin embelecos y sobre el
terror directo de las acciones más bajas de los que en ese tiempo deleznable
tenían el poder. No hay nostalgias infantiles, barrios residenciales, infancias
perdidas, padres o hijos.
Apenas
se empieza a revisar este libro, escrito con una prosa incontrastable y
vertiginosa, es posible comprender que la intención de Guarello es no solamente
exponer la maldad de los agentes de seguridad de la dictadura, sino a la vez
exponerlos en su brutal estupidez, sacar a la luz la zafiedad total de tipos
que tienen una moral de perros. De esta manera los agentes que protagonizan Gente mala no solamente son malos y
torpes, sino que también son hediondos, muy groseros, gordos, fuman demasiado, comen
cerdo y grasa como si fueran animales y huelen mal. Son, sin discusión, lo peor
de lo peor. La novela no tiene medias tintas, pero el autor elige cargarlas
mediante la táctica de asquear al lector en su construcción de la imaginería de
la represión. Bien podría señalarse que esta novela es un posible exorcismo de
los fantasmas infantiles de Guarello, pero que cuenta con una desproporcionada
vuelta de mano.
El
libro ha llamado la atención por su autor, un señalado rostro del periodismo
deportivo, por lo que en los últimos días hemos podido ver a Guarello en más de
algún lugar respondiendo preguntas sobre este libro, y también haciendo una
atinada advertencia: que este libro no es la verdad sobre el caso Anfruns, que
es ficción y no una investigación periodística, que no es ni será una
herramienta que contribuya al esclarecimiento del caso. Muy lejano de ser un testimonio o documento
que pueda servir para resolver este crimen o para que alguien que no ha hablado
tome coraje y lo haga, el libro es, en buenas cuentas, la puesta por escrito de
los temores y traumas del autor, redacción en la cual lo asqueroso está
presente en casi cada página; no lo moralmente repugnante, sino lo infectos que
pueden ser los productos corporales más básicos, excrementos, orina, flujos
menstruales, flatulencias, axilas malolientes, todos muy presentes en los
asesinos de la narración. Un ejemplo recurrente de esto es Edith, más conocida
como la Gorda Huichipirichi, una de las agentes, quien se encarga de cuidar al
pequeño Rodrigo en su cautiverio, “Varelita imaginó el sapo carnoso de la Gorda
con una toalla higiénica llena de sangre. Le dieron ganas de vomitar”. Lo fecal
está también harto presente, ya sea en las pletóricas defecaciones del seboso
Willy (cuesta encontrar en la literatura chilena un personaje más desprovisto
de humanidad y más despreciable) la suciedad del propio niño secuestrado, el
color “caca de guagua” del Simca 1000 en el que se movilizaban los agentes, o
la diarrea que se transluce en el pantalón del piyama del general Mena, luego
de una intimidante conversación telefónica con Pinochet. El hedor de las heces
solamente es superado por el que despiden los cadáveres desenterrados que
debían ser hechos desaparecer, en el marco de la operación “Retiro de
Televisores”, también aludida en esta novela.
Como
se ve, el autor no es muy elegante para generar efectos, pero llega a ser
machacona la insistencia de caer en la inmundicia para exaltar la trama, sin
contar el hecho de que Guarello pone en boca de sus personajes una inusitada
cantidad de groserías. Es otro método para exponer la animalidad de los agentes
de la CNI, no la crudeza de sus actos, sino la bestialidad tarada y cotidiana
que despliegan en estas páginas. Acá hay cierta relación entre el lenguaje que
Guarello utiliza en sus columnas deportivas, que se construyen de expresiones
coloquiales, salidas harto coloridas, a menudo algo folclóricas, pero efectivas
para la denuncia y el alfilerazo. El oído prodigioso que el autor pone al
servicio de sus punzantes columnas se pasa algo de rosca en esta novela. Acá se
agregan puteadas y ramplonerías a granel (es el vocabulario de los personajes,
el único que conocen), que se aliñan con la majadera manía del autor de nombrar
marcas, tiendas, programas de televisión y personajes de la época, en lo que
constituye un recordatorio a menudo cargante de que la acción transcurre en
1979. Así los personajes no pueden simplemente fumar, sino que tienen que fumar
Hilton o Cabañas. No pueden tomar cerveza, sino que tienen que tomar Bavaria o
Cóndor. No pueden aplicarse desodorante no más, tienen que echarse 8x4, leer
revista Bravo, ver televisión en un
viejo Antú o Bolocco, un suntuoso Trinitron o un aspiracional Tatum Dynamic.
Con todo, Guarello hace un repaso un poco menos atosigante de ciertas lecturas
de la época, sin libertad de expresión. Morris West, Dominique Lapierre y Larry
Collins son los libros que se leen, los que no están prohibidos.
La
prosa de Guarello es veloz, qué duda cabe. En las mismas entrevistas por esta
novela, el periodista ha señalado que redactó la novela en diez días. Esa velocidad
se nota, puesto que el libro es un flujo constante de episodios que mantiene la
novela arriba, a un ritmo que no decae en ningún momento, tal vez poniendo en
evidencia lo que el autor ha señalado por ahí, que este relato era algo atravesado
y que tenía que sacarlo afuera. Vomitarlo si es preciso. Gente mala es, por descontado, un libro de acción, nunca de
reflexión. La cascada de episodios sucesiva así lo indica, y el propósito
primigenio del libro (describir el horror del caso Anfruns) así lo estipula y
no deja lugar a otra cosa. Novela en exceso masculina, las mujeres acá lo pasan
mal. Se puede entender que los trogloditas que protagonizan la historia le dan
carácter machista al libro, pero la cosa se sale de control de manos del autor.
La pobre Gorda Huichipirichi es el extremo de esa tendencia, que también se
grafica en las prostitutas (siempre mentadas como “maracas”) que los cenetas frecuentan en el Foxy, en las
esposas adorno de los generales, incluida la que a la sazón era la primera dama,
o en las referencias a los genitales femeninos, siempre sapos o zorras, sin
distinción, ya sean de la Gorda Huichipirichi o los de Carolina de Mónaco.
Gente mala es una historia
conocida que se vuelve a contar. Una tragedia griega, inexorable y recalentada,
no muy novedosa ni innovadora en el departamento de literatura de la dictadura,
pero que en esta pasada se carga al asco, buscando no la reprobación del lector
del crimen cometido por los asesinos, sino derechamente la arcada al ser
retratados en lo más repugnante, no a partir de su falta de moral, sino de su
animalidad, su ausencia de civilidad. Cosas que en realidad no hacen falta para
aclarar lo que realmente pasó y que subrayan con excesiva suciedad la conocida perversidad
de aquellos que, desde el gobierno, sembraron el mal y la muerte en Chile.
Juan Cristóbal
Guarello
Gente
mala
Ediciones B,
Santiago, 2014, 216 págs.