viernes, 3 de julio de 2009

La regularidad del poeta

Hace algunos meses, el poeta nacional Andrés Morales (Santiago, 1962) hizo noticia en medio de ese polémico episodio que fue el viaje de la Presidenta Michelle Bachelet a Cuba. En la ocasión, la Casa de las Américas solicitó –en el marco de la Feria del Libro en la que Chile fue el país homenajeado- al presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), Reynaldo Lacámara, la confección de una antología de poesía chilena. Lacámara, a su vez, encomendó la labor a Morales, ganador del Premio Pablo Neruda de poesía en 2001, señero académico y miembro de la Academia Chilena de la Lengua, con solamente tres meses de plazo para completar la titánica labor. Andrés Morales cumplió, pero cuando se aprestaba a viajar a la isla, fue bajado del avión, a punta de metralleta, afirmándose que Morales no estaba en condiciones de viajar, debido a que, según versión del propio poeta, llevaba algunos kilos de sobrepeso de equipaje, que serían libros. El poeta tuvo que quedarse en Chile, mientras que en Cuba su trabajo era leído in absentia del autor, que, por supuesto, se quedó sin recibir los merecidos créditos por su labor, créditos que sí se llevó el presidente de la SECH, Reynaldo Lacámara, relegando a Morales a un triste y poco honroso segundo plano. Cundió la indignación en el medio poético local (tanto por el trato dado a Morales en el aeropuerto, así como por el que Lacámara se llevara en Cuba laureles que no le correspondían enteramente), se escribieron inmediatos espaldarazos a Morales, se prometieron investigaciones que llegarían hasta las últimas consecuencias, pero del hecho, mucho más no se supo.
Hoy Andrés Morales (a quien, muy probablemente, jamás se le ha visto sin estar ataviado con impecables traje y corbata) ha dejado bien atrás esos amargos tragos, y vuelve a estar en la palestra –con mucho menos ruido, por cierto- por la publicación de su decimoséptimo poemario, “Los cantos de la Sibilia” (Universitaria, 2009), libro que, previo al bochornoso impasse cubano, obtuvo en 2007 el Primer Premio en el concurso “La porte des poètes” en París. El hecho de que Andrés Morales publique un libro de poesía ya no es, a estas alturas, ninguna novedad. Esto no porque la aparición de una nueva obra de este poeta no sea algo de suyo destacable, sino porque lo hace con una regularidad de relojería suiza, que no deja espacio a otra reflexión más que su trabajo escritural ha sido tremendamente metódico y comedido, y que ha sabido mantener un encomiable compás a lo largo de casi tres décadas.
Andrés Morales es un autor apegado a las formas clásicas de la poesía, tanto en forma, así como en cuanto a temática, en buena medida. Morales construye y reconstruye los ritmos que siempre ha utilizado en sus libros pasados, el poeta no reinicia, sino que continúa un trabajo que pareciera no haberse interrumpido en décadas, y al que parece que le quedan decenios más por delante; todo ello echando mano a épocas de esplendor en la historia de la humanidad y el arte. La antigüedad clásica, la obra de Mozart, la Generación del 27, todo puesto en servicio al tejido de un vasto entramado operático, que jalone un enfoque de una actualidad personal y global, de un mundo interno y de unas circunstancias difíciles para el ser humano. Lo anterior se traduce en poemas certeros y exactos como el siguiente: “Todo lo demás se hunde acribillado/ con la mordaza cruel de la verdad torcida.// Todo lo demás arruina el escenario/ mientras la paz desciende hipócrita, feroz.”, circunstancias difíciles, heridas profundas en la biografía nacional, como el poema “Pretérito presente”, que tiene como epígrafe el año fatal de la historia de Chile, 1973, “Colgados, electrizados,/ ¿muertos?/ con toda la alegría del ayer// Colgados,/ amordazados siempre/ gritando por el hoy:/ no por mañana”.
Andrés Morales no dejará de escribir ni de trabajar por la poesía castellana, no dejará de hacerlo porque es en la palabra donde salda una deuda interminable con el mundo en zozobra permanente, en locura incurable y donde, de vez en cuando, las circunstancias obligan al poeta a utilizar ritmo y lenguaje para nombrar y significar el día a día. Por ejemplo, en esta pasada, Morales rinde homenaje a sus compañeros de ruta poética que ya no están, como Stella Díaz Varín, Eliana Navarro y el aún recordado Gonzalo Millán. Los muertos de ayer y de hoy. Y todo mediante el lenguaje, el decir, las palabras. El poema “Lenguaje” (con el que cerraremos este comentario) ilustra con elocuencia este malestar permanente de Morales, este motor de su obra, de su vida: “Tanta confusión en las palabras,/ tanta Torre de Babel y tanto grito/ perdido, en medio de la plaza/ o a oscuras en la casa a medianoche.// Tantas cosas que se dicen desdiciendo/ repetidas, infinitamente, siempre/ o nunca, para entonces, ad aeternum,/ vacío de la voz y la grafía.// No me sirve este lenguaje mutilado:// Sólo el gesto, la tibieza, algún abrazo”.


Andrés Morales
“Los cantos de la Sibila”

Ed. Universitaria, Santiago, 2009, 111 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 174, 3 de julio de 2009

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