
Así las cosas -y malicia aparte-, Délano, novelista y cuentista prolífico, nos entrega unas memorias en tono tierno, inocente. Nos describe su primer beso, sus correrías de niño en las calles de Nueva York (ciudad de la que se abusa para ponerla como “gancho” de este libro), sus juegos con el tío Pablo, sus pillerías con José Luis Rosasco en Quintero, su descubrimiento epifánico del mundo de la escritura, su vida en China como traductor, entre otro hitos de su existencia, incluyendo un solapado reconocimiento de su alcoholismo, y el rampante racismo de Lola Falcón, madre de Poli Délano.
Sin embargo, y a pesar de que la vida de Délano ha sido bastante movidita, estas memorias simplemente no logran agarrar vuelo. Todo esto se explica por una cuestión de estilo, y en menor medida por un tema de contenidos, de lo contado. La primera de las cortapisas es palmaria. Poli Délano escribe con un tono que semeja a un LP, cuando el lector actual está ya acostumbrado al MP3. Cuando la narrativa actual en castellano ha tenido éxodos y atravesado desiertos completos, Poli Délano aún se encuentra picando piedra en Egipto.
Un tono correcto pero de sabor añejo. Un tono que además toma innecesarios tintes didácticos, como lo ejemplifica el pasaje en el que el autor explica quién es Joseph McCarthy, y cuál fue el gran “legado” de ese senador norteamericano en los años 50, explicado por Délano como si nadie conociera lo que sucedió. Hay que aclarar que no molesta la explicación, sino la frescura y ritmo que le resta al relato. Y lo segundo, lo contado. Leer a autores como Poli Délano. José Luis Rosasco o José Miguel Varas es, en cuanto a coyunturas vividas y escritas, casi leer al mismo escritor. Relatos similares de un tiempo que se fue, y que nadie parece echar mucho de menos. Son satélites que giran alrededor del mismo sol, Pablo Neruda, un poeta del que, probablemente, se ha escrito todo (“hasta sus calzoncillos”), en todas las modalidades, en todos los géneros literarios. Una canción demasiado conocida, y que se va a seguir escuchando, mientras sigan vivos todos los que se arrimaron al gran y florido árbol nerudiano, y que se cobijaron en su sombra de caracolas, comunismo proscrito y whisky.
El último gran episodio del libro es el nacimiento de Bárbara, hija de Poli, dando a entender que habrá un nuevo tomo de memorias, puesto que aún no se contó nada del golpe de Estado y todos los años posteriores hasta nuestros días. Pues quizás, editorialmente hablando, lo mejor debió haber sido finiquitar todo esto de una sola patada (con una tipografía más pequeña no habría habido problema). Si estas memorias de un escritor que ha tenido presencia en la literatura nacional más por constancia que por una pluma de calidad distintiva y de alcances a nivel de lengua castellana se han mostrado poco excitantes, es bien poco probable que una continuación logre una performance razonable. Pero más allá de todo eso, se puede ver que esta edición funciona como esos relojes de oro que se le solía regalar a los funcionarios que han cumplido luengas décadas de servicio. Vale entonces como registro y como un homenaje material y rápido para decir “gracias, buena suerte, y que te vaya bien”. Mención honrosa al esfuerzo, medalla de consuelo, galvano recordatorio de una labor literaria persistente, y que ve su gran mérito casi exclusivamente en esa constancia tozuda.
Poli Délano
“Memorias neoyorquinas”
Ed. Seix Barral, Santiago, 2009, 201 págs.
*Publicado originalmente en El Periodista N° 179, 10 de octubre de 2009
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