viernes, 24 de diciembre de 2010

Dígalo con música

No vamos a hacer acá un recuento de todo lo que el año bicentenario le trajo a Chile, pero sí bien podemos considerar como uno de los puntos altos del año editorial la edición en castellano de “Nocturnos”, el primer volumen de cuentos del escritor anglojaponés Kazuo Ishiguro (1960), luego de seis novelas que le han valido fama mundial, entre las cuales “Lo que queda del día” puntea por su aplaudida versión cinematográfica, en la que tal vez el mejor Anthony Hopkins encarna al siempre impertérrito y servicial mayordomo Stevens.
El diccionario nos dice que un nocturno es una “pieza de música vocal o instrumental, de melodía dulce, propia para recordar los sentimientos apacibles de una noche tranquila”. Así las cosas, Ishiguro (alguna vez guitarrista y miembro de un coro, él mismo) usa la música como eje de sus relatos, y tal como lo hace en sus novelas, acá la elegancia sensible acompasa los relatos, transformando este pequeño quinteto en una selecta pieza literaria, que se abre con “El cantante melódico”, en donde Tony Gardner, un viejo cantante americano viaja a Venecia con su esposa Lindy. Ahí Gardner contrata a Jan, un guitarrista polaco que no cabe en sí de orgullo, al ser seleccionado por un cantante que admiró en sus años de niñez en la Polonia comunista para cantarle una serenata a su esposa. Así Jan se transforma en el narrador de la historia (una voz que se mantiene pareja en todos los relatos), en la ya conocida modalidad que Ishiguro implantó en su novelística, con frecuentes flashbacks a episodios pasados que, reconstruidos en el presente, revelan mucho más de lo que se quería con el mero ejercicio de recordar.
Sin embargo, de todo el conjunto, la cumbre es “Come rain or come shine”, donde Ishiguro gira el conjunto con un humor, que se intensifica hasta el absurdo en “Nocturno”, protagonizada por un saxofonista abandonado por su esposa, es persuadido por su manager para que se someta a una cirugía estética que lo haga más “marketeable” y levante una carrera de capa caída. En esta historia reaparece Lindy Gardner, quien tal como el saxofonista, se recupera de un lifting en un lujoso hotel
Con antecedentes como “Lo que queda del día”, bien podría pensarse que “Nocturnos” transitaría por derroteros similares, navegando en una melancolía algo deslavada, en la que los pocos momentos de asueto o distracción harían pensar inevitablemente en los momentos perdidos, en las oportunidades desperdiciadas. Sorprendentemente, Ishiguro logra revertir cualquier posible estancamiento en una fórmula conocida introduciendo la farsa, el absurdo y el humor. Si bien hay relaciones que no se concretan, amores que no alcanzan a revivir ni siquiera al calor de las más melosas melodías, es la comedia lo que balancea este conjunto.
A primera vista, este conjunto puede parecer algo inexpresivo, quizás soso porque no hay un gran riesgo formal, pero como sucede con las buenas piezas musicales, las sucesivas escuchas terminan por instalar la melodía en la mente, y cada repaso regala elementos ocultos, notas inadvertidas que enriquecen a cada momento, como la samba de una nota, una secuencia de tonos similares, agridulces, siempre atrayentes. Como un eco. Como una canción querida en un loop imperturbable.


Kazuo Ishiguro
“Nocturnos. Cinco historias de música y crepúsculo”
Ed. Anagrama, Barcelona, 2010, 249 págs.


*Publicado originalmente en Revista Grifo N°20, diciembre de 2010

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