viernes, 25 de junio de 2010

Ni un verso de leso

El premiado poeta, columnista de matutino, ex editor literario y geólogo nacional Leonardo Sanhueza (Santiago, 1974) hace un buen tiempo tiene su nombre instalado en lo más alto del escalafón poético nacional. Ejemplo indesmentible de esto es el libro “Tres bóvedas” (que obtuvo en España el Premio Internacional de Poesía Rafael Alberti en 2001), que fue publicado por la prestigiosa editorial española de poesía Visor en 2003, y que es uno de los mejores poemarios de la década pasada. De ahí en adelante, Sanhueza ha descollado más en ámbitos como la crónica (como lo demuestra “Agua pera” su hilarante columnas publicada semanalmente en el diario Las Últimas Noticias) y recopilaciones de textos como la antinerudiana antología “El bacalao”.
Lo que hoy nos ilustra es “Leseras” (Ed. Tácitas, 2010), libro que reúne, según nos cuenta el autor en su prólogo, los poemas breves del vate romano Cayo Valerio Catulo (87 a.C. – 57 a.C.), autor latino de quien nos han llegado noticias fundamentalmente por Armando Uribe, y de quien se han hecho un sinfín de traducciones de sus traviesos y destemplados versos.
Al leer estas “Leseras” y apreciar el trabajo que realizó Leonardo Sanhueza , y el sentido de esta misma empresa, es casi automática la ligazón (también notada en otros comentarios) que este libro tiene con “Lear, rey & mendigo”, la monumental reescritura que Nicanor Parra hizo del Lear shakesperiano. Cierto es que hay diferencias tanto en el género y extensión de las obras de Catulo y de William Shakespeare, pero es insoslayable la evidencia de que el resultado en ambos proyectos fue digno de aplauso. Tal como Parra, Leonardo Sanhueza sale airoso de una apuesta tan peliaguda como lo es no sólo el refrescar un texto que ya ha pasado al naftalinoso apartado de los clásicos, sino que va más allá, pues Sanhueza, tal como Parra, se apropia de la escritura original, entregando versiones que ya tienen tanto ADN personal, que pueden ser tildadas como propias sin mayor empacho.
Lograr esto no requiere dominio de la lengua original o conocimiento de la obra, las formas literarias y circunstancias vitales del autor al momento de crear el texto que se trabaja, sino que requiere de un talento literario mayor para traspasar la aglomerada barrera temporal, y reasignar un valor y sentido nuevos a la obra, acorde con los tiempos que corren. Eso no es otra cosa que trabajo de autor, más que de traductor, que cuando es inepto traiciona el texto que trasvasija de lengua. El brillante súmmum de ese proceso son las cuecas en las que se transformaron algunos poemas de Catulo, es decir, de poesía de cenáculo latino, hay una evolución a palla popular criolla
Sin duda que estas “Leseras” serán uno de los importantes hitos editoriales del año del bicentenario, y mantienen a Leonardo Sanhueza como una de las voces cantantes de la poesía chilena.


Catulo
“Leseras. Versiones de Leonardo Sanhueza”

Ed. Tácitas, Santiago, 2010, 119 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 193, 25 de junio de 2010

viernes, 11 de junio de 2010

Ha nacido un guionista

El sureño escritor Marcelo Lillo se las ha arreglado en su novela “Este libro vale un cadáver” (Mondadori, 2010), para diluir todas las cualidades por las que fue celebrado en su libro de cuentos “El fumador y otros relatos”. Asimismo, nuestro hombre muestra una llamativa mutación en su escritura que nos permite establecer que el mercado de las teleseries se está perdiendo a un guionista de lujo, y que los canales de televisión deberán apuntar las grúas hacia la Región de Los Ríos para llegar a tiempo a la guerra de las teleseries 2011.
Se esperaba bastante de la novela de Lillo, especialmente después de que el crítico español Ignacio Echevarría bendijo al autor de “Gente que baila sola” con un generoso comentario. En esta tribuna, tras analizar muy auspiciosamente el primer libro de cuentos, y con menos entusiasmo el segundo, quedamos a la espera, a ver si el Marcelo Lillo de largo aliento podría romper este enojoso empate (Mundial, ad portas, qué mejor).
Vamos al texto. El libro (con un título no muy afortunado) cuenta la historia de un parco profesor, quien a boca de jarro se entera de que su hijo se ha suicidado. Empieza entonces el calvario de un padre que en el papel debiera sumirse en la tristeza por la muerte de Sebastián, el hijo. Sin embargo, lejos de deshacerse en lágrimas o hacer un conmovedor duelo, el padre entra en una suerte de estupor sin sentir mayor desconsuelo; comprensible a esas alturas, puesto que el texto nos pintaba una poco auspiciosa imagen del muchacho, que sólo se contactaba con su padre para esquilmarle cuanto billete tuviera encima e ir de vago por la vida.
En paralelo, el indolente maestro se las tiene que ver con su hermana, su amante, y, cómo no, con la madre del siniestrado chico, quienes a punta de reflexiones filosóficas de dudosa procedencia, logran romper el cascarón sentimental de nuestro héroe, que revela sus amargas circunstancias vitales y un arrepentimiento funesto por no haber hecho más para salvar a su pequeño. Pero hay más. Lillo hace volver desde el más allá a Sebastián, para tener un fantasmal vis-à-vis con su padre, cuyo resultado es que, a fin de cuentas el muchacho no era malo, sino que su fatal desenlace fue de entera responsabilidad de su amargo padre.
Como se dijo antes, el mundo de las telenovelas espera con los brazos abiertos a Marcelo Lillo, quien no le hace asco a temas espinudos como la muerte o la culpa, es dado a las frases para el bronce y los efectismos, y porque sus diálogos, floridos, altisonantes y en la volada profunda, hacen harto ruido en una novela, pero en el horario prime estarían en su salsa. Cuento aparte, seguramente desde España, como ya se ha hecho costumbre, va a llegar el paipazo a la ciega y obtusa crítica literaria local por haber despreciado a un nuevo diamante en bruto de las letras castellanas. En fin, esos son sapos de otro pozo.

Marcelo Lillo
“Este libro vale un cadáver”
Ed. Mondadori, Santiago, 2010, 143 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 192, 11 de junio de 2010