La
última entrega del escritor español Enrique Vila-Matas, Aire de Dylan (Seix Barral, 2012), ciertamente conserva una cantidad razonable del ADN del autor de
libros tan célebres como Bartleby y
compañía y El mal de Montano. De
esta forma es posible detectar los habituales tributos a sus autores de cabecera,
como Robert Walser, en la figura de un botones de hotel (oficio que quería
emprender el propio Walser), en medio de una historia manifiestamente dedicada
al fracaso.
El
libro cuenta la historia de un escritor (el propio Vila-Matas), que participa
en un congreso dedicado al tema del fracaso. En este cónclave encuentra a
Vilnius, un publicista y cineasta de capa caída, que se parece a Bob Dylan y es
hijo y antítesis de Juan Lancastre, escritor comedido y laborioso, muerto poco
antes. Vilnius tiene como propósito fracasar como nunca nadie lo ha hecho
antes, y así dar cumplimiento a su deseo de transformarse en un Oblomov, en
otras palabras, un personaje a quien se la va la vida haciendo absolutamente
nada. De todas formas, Vilnius tiene en mente construir un archivo sobre el
fracaso y vive perseguido –aquí la cabriola shakespierana- por su padre muerto,
quien se infiltra en sus pensamientos. La historia se centra en Vilnius, que
tiene una familia, desde luego muy insólita, donde hay una madre amoral cuyo
amante asesinó al padre de Vilnius, Juan Lancastre, y también una enamorada,
Débora, con quien Vilnius se determina a tener una existencia infraleve, sin tener
nunca más de una idea por día, entre otras historias que pueblan el texto.
Para
no perder el hilo de lo antedicho, la literatura de Enrique Vila-Matas tiene
procedimientos que ya a estas alturas son del dominio público, o al menos están
a la mano del público lector; esto es que cada libro del autor catalán funciona
como un kit en el que se incluyen laberintos misteriosos, pistas falsas, juegos
de espejos, la impostura, más de un cul-de-sac,
referencias literarias, padres e hijos, límites genéricos borroneados entre
novela y ensayo, entre otras marcas conocidas. Este esquema, encantador en los
primeros años de carrera del autor y cautivante en su cúspide (Bartleby…) ha perdido potencia con el
enjuague de los años. Es cierto, se sigue leyendo a Vila-Matas, tal vez por una
rara fascinación que provoca el catálogo de excentricidades que constituye el
grueso de su obra narrativa, pero como también pasa con Paul Auster y la
compulsión por el azar y la coincidencia, el desgaste que se ve en Aire de Dylan da cuenta de un autor que,
para ponerlo en términos propiamente vilamatianos, se ha vuelto cada vez menos
portátil, o al menos da esa impresión.
En
esta pasada, a Vila-Matas se la pasó la mano con el cilantro ficcional (Hamlet,
Scott Fitzgerald, los oblomov, el teatro, el fracaso, la autobiografía, lo
posmoderno, citas constantes, Bob Dylan, etc.), tejió un tapiz que se disparó
en más direcciones de las deseadas, generando un libro que tiene un sobrepeso
notorio, y que, por tanto, en comparación con sus libros anteriores, ha perdido
vigor y tonicidad. Si en el pasado la ficción asistía al ensayo en una medida
más que balanceada, las tintas cargadas de Aire
de Dylan hacen que hoy a esa operación se le noten mucho los hilos de las
costuras, llevando más lejos de lo recomendado la habilidad que tiene el autor
de pergeñar escuelas apócrifas, academias de lo anodino y corrientes
emparentadas con el sinsentido. A ello sumamos a que Vila-Matas introduce
también el elemento de utilería más común de la narrativa castellana con aires
de progreso, un texto perdido (o que existe sólo de oídas), en este caso, la
autobiografía de Juan Lancastre.

Puestos
ambos textos en contraste, no es nada descabellado optar por el relato antes
que por la novela. Es más, el parangón de ambas piezas literarias da pistas
claras respecto de cuántas páginas le sobran a Aire de Dylan, o al menos cuán cargadas estaban las tintas de Vila
Matas cuando la escribió. En un
momento de Chet Baker… Vila-Matas
dice: “Si yo fuera un narrador, tendría un programa literario que pasaría por
romper la monotonía de tanta repetición y muerte y por esforzarme en la
búsqueda de la originalidad en cada momento”; al menos Enrique Vila-Matas lo
hace de nuevo, utiliza por igual dos géneros literarios para entregar un
mensaje similar, conservando una coherencia en su obra, aún cuando el elástico
de la misma ha quedado, tras Aire de
Dylan, peligrosamente tenso.
Enrique Vila-Matas
“Aire de Dylan”
Ed. Seix Barral,
Buenos Aires, 2012, 327 págs.
Enrique Vila-Matas
“Chet Baker piensa en
su arte. Relatos selectos”
Ed. Debolsillo,
Barcelona, 2011, 349 págs.
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