martes, 19 de marzo de 2013

Ya lo leímos



La última arremetida editorial del escritor y regente de The Clinic, Patricio Fernández Chadwick (Santiago, 1969) fue una novela titulada Los nenes, que pasó con más pena que gloria por las librerías chilenas, aún cuando venía con la chapita campeona de haber sido editado por el sello Anagrama, el favorito de los regalones lectores de la plaza. Fernández, mal que mal, se inscribió en ese encopetado catálogo, pero con un faux pas. Hoy la última novedad del director espiritual del semanario que está “firme junto al pueblo” es La calle me distrajo, un libro que ya en su mera portada empieza con la publicidad engañosa, pues incluye el subtítulo “Diarios 2009-2012”, cuando basta empezar a leer para darse cuenta de que los textos no corresponden a ese género, sino que responden a propósitos y tonos muy alejados a los que caracterizan, habitualmente, la escritura de un dario.
Ya el lector podrá haber colegido que este libro se tratará de Patricio Fernández, de su visión del mundo, o bien su visión de, al menos, algunos temas de interés general, lo que no implica ningún inconveniente mayor, aunque este ejercicio implique una forma solapada de autocanonizarse. Con todo, más allá del acto de vanidad que implica el que una figura semipública entregue, en vida, las entradas de un supuesto diario de vida, la redacción de Fernández es suelta, con ritmo, no se queda atrapada en solipsismos.
            La lectura de las “entradas” de este libro dejan bien en claro el carácter de este libro. Primeramente que de diario tienen poco, o en rigor nada, a menos que Fernández tenga por costumbre redactar los borradores de sus editoriales en una agenda. He ahí una rueda de carreta con la que el lector debe comulgar. En buenas cuentas, este libro se presenta como un fricasé de textos del autor, donde lo que más abunda son escritos en tono de editorial periodístico sobre los acontecimientos que jalonaron el acontecer nacional en los últimos años, a saber, la elección presidencial que llevó a Sebastián Piñera al poder, el terremoto y maremoto del 27 de febrero de 2010, el rescate de los 33 mineros de la mina San José, y las marchas estudiantiles, entre otros sucesos. Todo esto salpimentado con alguna que otra anécdota triple equis, unos desabridos versos de ocasión (tal vez buscando imitar la exitosa operación de Alberto Fuguet en Missing), uno que otro orgulloso retrato paternofilial, y una mini historia del origen de The Clinic. Es claro que el ponerle “diarios” a esta antología de editoriales obedece a la búsqueda del término más elástico que se pueda encontrar en literatura para denominar un conjunto que se dispara para todos lados. El elástico, tarde o temprano, igual se rompe, y eso ha sucedido en este libro-yogur, con fecha de caducidad.
            A años luz de la intimidad del diario de vida, como se señaló, lo que Fernández logra es acercarse a un producto periodístico. En los momentos más radiantes de la lectura, es posible oler la cercanía a la novedad de la crónica, pero al poco andar, esa esperanza se desvanece, puesto que el autor finalmente redacta lo que mejor sabe hacer: editoriales, ese producto periodístico quejón por antonomasia y siempre dado a la arbitrariedad y al guascazo moral.
Así este libro se transforma en un largo, predecible y por momentos letárgico popurrí de editoriales, con temas archimanoseados. ¿Puede haber algo más soporífero que repasar una elección presidencial como la que ocurrió en Chile en 2009?, ¿hay algo más latoso que revivir, de nuevo, la odisea de los mineros del yacimiento San José? A priori, podría ser que no, pero sucede que Fernández no pone nada nuevo sobre la mesa (un pecado en una sociedad  ultra bombardeada de información), simplemente pasa revista y entrega sus opiniones, bien allegadas al ala de la corrección política, y empapadas en esa camanchaca difusa llamada liberalismo, esa neblina informe que son los valores liberales, que muchos podrían invocar, pero pocos definir al detalle.
            Tampoco es descabellado postular que este escrutinio de actualidad nacional tenga, también, pretensiones internacionales, especialmente cuando este libro es editado por un sello multinacional. Ronda la idea de que Fernández está escribiendo un libro para exponer en el exterior como son las cosas en este peregrino rincón del mundo, como un Sernatur literario, un “always surprising”, pero inclinado más bien al cliché. Así vemos que el autor cae en la gimnasia de describir “lo nacional”, el malabar para bosquejar el identikit de Chile, pero con la acuciosidad y la profundidad no mucho mayores que las que se dan en una tertulia cervecera. En este sentido, el análisis político de Fernández es tibio. Lo más ácido que le censura el autor a la clase política local es que “le falta calle”. Cero sorpresa.
            En un país en el que el columnismo liviano y de cartulina (que campea de lo lindo en  las premiaciones periodísticas “de excelencia”), anestesiado del todo de sentido crítico, es grito y plata, la revisión que hace Patricio Fernández Chadwick de lo que hemos visto y leído una y otra y otra vez despierta el bostezo antes que otra cosa. Estos mal llamados, contrahechos e impostados “diarios” no se salen del parvo loop opinológico chileno. Prueba de ello es que en un momento del libro, el autor se despacha cavilaciones de este calibre: “Es rara la palabra «gabinete». Tiene un algo bajo y penca, vulgarón (sic), casi grosero, como muchas palabras que terminan en «ete»: churrete, catete, moflete”. Más allá, delinea algunas características de la mujer chilena: “La chilena es vivaracha por excelencia. No le cuesta embaucar a eminencias masculinas de nivel internacional”. Nobleza obliga señalar que no todos los errores corresponden al autor, la editorial también tiene su parte al no ser lo suficientemente avizora con las pifias. Por ejemplo, en un momento el autor señala: “La ley que regula la utilización ciudadana de los espacios públicos proviene de los tiempos de Pinochet. Los gobiernos posteriores nunca la cambiaron, a pesar de su origen e inspiración antidemocráticos”. Antes, un cacofónico neologismo: “comprensibilidad”, para caracterizar la obra de Nicanor Parra.
            No mucho más se puede decir de este libro pretencioso y engañoso. Ni siquiera entrar a detallar la ligazón entre el autor y el regente de la editorial que lo publica. Ahora, no es desacertado decir que Patricio Fernández tiene pretensiones, esperemos que en el futuro las concrete en algo que siquiera valga la pena leer, que aspire de forma válida a la posteridad.


Patricio Fernández
“La calle me distrajo. Diarios 2009-2012”
Ed. Mondadori, Santiago, 2012, 239 págs.

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