Alejandro Zambra ha sido encajado en aquello que se ha dado en motejar como “la
literatura de los hijos”. Se le otorgado la jineta de capitán en un equipo de narradores de lo
breve, de lo íntimo, de lo económico en el lenguaje, de una mirada enfocada en
la clase media (“un problema para escribir literatura latinoamericana”, afirma
el autor), donde también juegan Diego Zúñiga, Kato Ramone y Alejandra
Costamagna entre otros. Lo cierto es que su última entrega –la cuarta-, el
conjunto de cuentos Mis documentos, habla
de padres y de hijos, pero también de computadores, gatos perdidos, perros,
inspectores de colegio, fumadores y cigarrillos (temática predilecta del
autor), series de TV, de Colo-Colo, de gente que se queda sin nada en otro
continente, de asaltos. Esta variedad
de temas permite confirmar que el autor ha estirado el aliento de sus libros,
que –se decía- se podían agotar en un trayecto Santiago-Viña del Mar o en un
recorrido completo de la línea 5 del Metro. Los obstinados de la duración ahora
podrían llegar al menos hasta Talca con el libro inacabado.
Mis documentos, que logró atropellar
por los palos en los listados de mejores libros del 2013, confirma que el
sólido proyecto literario de Zambra es capaz de superarse en cada entrega,
manteniendo puentes con sus libros previos, marcas distintivas, llenos y
vacíos, texturas, atmósferas y actitudes, como la melancolía, la soledad, la inhabilidad
de edificar una relación amorosa que supere la fugacidad o la precariedad.
El
libro consta de once relatos y está dividido en tres partes, donde la primera
parece ser la continuación de su anterior libro Formas de volver a casa. Son relatos de living, de barrio, de
familia, de hijos que empiezan a leer. La segunda parte toma bríos y abre con
“Instituto Nacional”, un relato descarnado de esa basílica de la educación
chilena que más se asemeja al infierno estudiantil. En “Yo fumaba muy bien”,
más allá de por qué fumar o no, el autor despliega una honestidad tan drástica
como respetable, que deja atrás los discursos callados, en sordina, de una
generación en dictadura que empezaba a sacar la voz: “Lo que pasa es que soy
cobarde y ambicioso. Soy tan cobarde que quiero vivir más. Qué cosa más
absurda, realmente: querer vivir más. Como si fuera, por ejemplo, feliz”.
En
la tercera parte del libro Zambra se enfoca en las relaciones amorosas, en
vidas prestadas, simuladas. También contiene esta parte las mejores piezas del
volumen, como “Vida de familia”, donde un cuarentón sin mucho asunto se le
encarga cuidar una casa que enfrasca la vida que él tal vez soñó vivir. Otra
cumbre es “Hacer memoria”, donde el autor es consciente de su destreza técnica
y el dominio de facultades, desarmando los procedimientos literarios en el relato
de una chica que mata a su padre que antes la ha violado.
Si en Formas de volver a casa, Alejandro Zambra deslizó mundos posibles,
escenografías por dibujar, en Mis
documentos las ha dibujado en propiedad, con trazos claros, bien cargados en
más de una ocasión. Zambra estampa la dimensión literaria de una clase que ama,
sufre, estudia, recuerda, se separa, tiene mascotas, las pierde. Una clase que,
sin más, vive, y entiende que quiere recordar.
Alejandro Zambra
Mis
documentos
Anagrama,
Barcelona, 2013, 205 págs.
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