domingo, 26 de octubre de 2014

La fiesta de los hijos



Son días en los cuales los hijos de nuestros políticos hacen noticia. Desde las debatibles mise en scènes de los retoños de Michelle Bachelet y Carolina Tohá sobre la pista de baile en la inauguración de las ramadas dieciocheras –y antes esa imperecedera postal de la anticueca que brindó Ricardo Lagos Weber-, hasta el obscena impunidad de Martín Larraín Hurtado. “De la cuna presidencial sale cualquier cosa, salvo estrellas inapagables”, apunta el poeta, narrador y columnista Leonardo Sanhueza en las primeras páginas de la crónica El hijo del presidente. Pero a fines del siglo XIX Chile tuvo la fortuna de contar con Pedro Balmaceda Toro, hijo de José Manuel Balmaceda, una estrella que sí brilló, aunque la intensidad de su fulgor fue tal que se gastó temprano, dado su cuerpo contrahecho.
            El breve volumen se centra en la relación intensa que sostuvieron dos talentos literarios e intelectuales de esos años, Pedro Balmaceda y el poeta nicaragüense Rubén Darío, quien desembarcó en Chile con 19 años y con una mano por delante y otra por detrás. Gracias a una recomendación, Darío obtuvo un trabajo como reportero en el diario La Época, que le permitió repeler un poco la miseria. El libro tiene como eje central la relación entre Darío y Balmaceda, una unión casi celestial, en el fin del mundo, entre dos potenciales pesos pesados de las letras castellanas. El primero de ellos se concretó a todo dar, mientras que el segundo no pudo llegar lejos, porque su salud truncó ese destino soñado.
            Como podría esperarse, Sanhueza opta por describir a Balmaceda desde la literatura. Un ejemplo de esto es cuando describe al protagonista de la crónica parangonándolo con Ireneo Funes, el memorioso personaje de Borges, montando un juego literario de prodigioso parecido con la realidad, “Y, si leer es elegir, a Pedro le correspondió justamente ese destino: ser el lector absoluto, que se mueve a sus anchas por los amplios pasillos de la biblioteca, con un fervor literario que lo llevaba a ser un adelantado”. Almas afines, desde que Pedro y Darío se conocieron sellaron una amistad que se convirtió también en una colaboración mutua, lo que en el caso de Darío redundó en la publicación de dos libros, Abrojos y Azul…, este último libro una bisagra en la literatura latinoamericana. Mientras la estrella de Darío iba en alza, la quebrantada salud de Balmaceda le daba la percepción de tener los días contados. En ese poco tiempo, Pedro logró alzarse como una voz intelectual y como el primer periodista cultural de entonces.
            Los caminos se separan finalmente cuando Balmaceda empieza a vislumbrar la finitud de sus días en la tierra, mientras que Darío deviene en un dandy incurable. Un último encuentro aligeró la distancia por un momento, pero el fin de la amistad era inevitable. Con un lenguaje colorido a la manera de la época, Sanhueza a la vez desenrolla la historia de una camaradería y galvaniza la biografía de un personaje eclipsado por el olvido de los siglos: tal vez el mejor hijo de presidente que jamás haya tenido Chile. Al menos el que mejor escribió.

Leonardo Sanhueza
El hijo del presidente
Pehuén, Santiago, 2014, 62 págs.

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