Que el castellano es
un idioma dinámico y que está en constante cambio no es nada nuevo. Es hasta un
lugar común. Pero encontrarse de frente con el proceso, en literatura al menos,
no es algo que pase colado. Al contrario, es secretamente llamativo, seductor
en su extraña dinámica, la que se puede evidenciar en la obra del escritor
Junot Díaz (Santo Domingo, 1968), que hace unos pocos años obtuvo fama mundial
con su novela La maravillosa vida breve
de Óscar Wao, que le valió a Díaz premios a granel, entre ellos el Pulitzer
en 2008.
En República
Dominicana la lengua castellana ha evolucionado de forma clara, al punto que es
posible distinguir al español dominicano como un dialecto, que se ha nutrido
antes de lenguas africanas presentes en la isla, así que como del contacto con
el inglés y otras variantes. Pero antes de conducir hacia un terreno agreste
como es el lingüístico, volvamos a lo literario, en este caso a Junot Díaz y su
libro de cuentos Así es como la pierdes
(Mondadori, 2013).
En esta ocasión
Díaz, un dominicano que a los seis años emigró a Nueva Jersey, retoma la vida
de Yunior de las Casas (presente en Óscar
Wao y en el libro Los boys), el
desventurado nerd del gueto, que en esta colección de cuentos ha crecido y
devenido en profesor universitario, con una vida amorosa plagada de baches y partidas
falsas con la que debe cargar todos los días. El recuento de los amores de
Yunior transcurre en escenarios diversos. De Nueva Jersey pasamos a Harvard y
de ahí a República Dominicana, un país que desde el inicio -el cuento “El sol,
la luna y las estrellas”- Díaz mira con desconfianza sardónica. Acá el autor
describe un resort dominicano al que asisten Yunior y su pareja, con el
propósito de salvar una moribunda relación. El complejo vacacional se le
aparece como una fortaleza amurallada al protagonista, al tiempo que nota cómo
sus compañeros de balneario pertenecen a la clase privilegiada o a europeos
pálidos como galletas de agua, que no han pasado las penurias del protagonista,
habituado la pobreza desde pequeño, en un país lleno de “ranchitos y llaves sin
agua”. Uno de los rasgos más atildados de estos cuentos y de la literatura de
Junot Díaz es poner de relieve la pobreza de su país natal y el desacomodo constante
que implica ser un inmigrante de esa isla de miseria en el epicentro del
imperio, que promete prosperidad, pero no la otorga fácilmente a aquellos que
carecen de redes de apoyo, aún cuando escapen de una isla (incluimos acá a
Haití) donde no sólo la pobreza aguijonea a sus habitantes, sino también la
historia dominicana, marinada de sangre por la dictadura de Trujillo. La
identidad y el sentido de pertenencia se ponen, al menos, en perspectiva.
Tal como las
historias cambian de escenario, el autor también maneja los tiempos
elásticamente. Desde el presente se viaja al pasado, se refresca como un
elemento inseparable del hoy. El Yunior adulto nunca desmerece al niño que fue
y que tiene una diáspora en el cuerpo. Este niño se muestra en “Invierno”, cuento
en el que un padre dominicano –Papi- trae a su mujer e hijos (acá reaparece
Rafa, hermano de Yunior, pero con un reverso amargo al de Los boys) a vivir junto a él a Nueva Jersey, a un departamento
chico en donde la familia es prisionera en medio de un paraíso de nieve que los
niños solamente pueden ver desde la ventana. Acá se muestra un poco de qué va Junot
Díaz en estos cuentos. Yunior crece, luchando contra un entorno que se comunica
en un idioma que no conoce, mientras empieza a conocer la infidelidad de la
mano de su padre. Yunior intuye lo que pasa, pero deja flotando el asunto,
hasta que todo se resuelve con la salida del departamento –otra diáspora- y el
abandono a Papi, “Mami lloraba pero nos hicimos los que no nos habíamos dado
cuenta. Les tiramos bolas de nieve a los carros que venían resbalándose y, una
vez, me quité el gorro para ver cómo se sentían los copos de nieve al caer en
mi dura y fría cabeza pelada”.
Pero este conjunto
de cuentos está unido por un factor más manifiesto: el amor, o más
específicamente las diversas ocasiones en que el multifacético Yunior lo pierde,
luego de engañar a cada mujer con la que convive. Llama la atención la
violencia con la que el protagonista lidia con las mujeres. La fuerza narrativa
que poseen estos cuentos es también ese exceso. Delicadezas aparte, Díaz utiliza
el léxico rabioso en pos de reproducir un discurso aprendido e incorporado en
la aspereza del gueto y de su entorno familiar, que lucha por hacerse un lugar
en la tierra prometida estadounidense, donde los dominicanos ocupan, junto con
otras minorías, un lugar harto secundario. Tal vez acá surja la vigorosa figura
latina del macho dominante, pero el antídoto amargo de cada episodio de absolutismo
masculino es la soledad y la amargura del Yunior adulto, que se le comunica a
quien lee de forma directa, sin exotismos del orden la vida loca, o torpes rotondas melodramáticas, sino con afilado slang y agudeza.
Nota aparte es el
cuento “Otra vida, otra vez”, donde la voz cambia, el ritmo se atenúa, el registro
se amplía, y es una mujer la que cuenta la historia, Yasmin, quien trabaja en
la lavandería de un hospital. “Uso guantes para separar las montañas de
sábanas. Las sucias las traen las camilleras, todas morenas. Nunca veo a los
enfermos; me visitan a través de las manchas y las marcas que dejan en las
sábanas, un alfabeto de dolor y muerte”. Acá se ve cómo la promesa de
prosperidad se reduce poco más que a un
“sueldo americano, pero un trabajo de burro”.
Volviendo a lo
idiomático, vale hacer una mención a la traducción castellana de este libro, un
enérgico cambio a las lamentables versiones españolas que le han hecho tanto
daño a la literatura de esta parte del mundo. En esta ocasión la tarea era
exigente, no era solamente traducir del inglés, sino que estaba la exigencia de
no perder todo un entramado de significados, casi un tercer idioma, animado con
un ritmo singularísimo. Un ejemplo de esto es “Guía de amor para infieles”, un tour de force en segunda persona
(presente en cuatro de los relatos del libro) que comprime y conformar una
suerte de big picture de los cinco años que siguen a un quiebre por infidelidad.
Los trascendencias
de este libro exceden el mero catastro de tropezones amorosos. La versatilidad
de Junot Díaz permite vislumbrar un entramado harto más complejo que el mero
mal palmarés amoroso de un latino en EE.UU. Por el contrario, Díaz abre un
forado donde se puede atisbar el desarrollo cultural de un grupo étnico. Así de
complejo. Claro, el autor ya pone suficiente en nuestro plato al aportar los
ingredientes para pensar en cuestiones como la fidelidad, la sexualidad, la
obsesión, la intimidad, el matrimonio y la constitución de una familia. Pero
Junot Díaz abre un campo importante, pues está conformando el relato de una
cultura, la dimensión literaria de un grupo humano, apremiado por
circunstancias terribles, una historia en desarrollo y un futuro incierto.
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