En
Notas de un ventrílocuo (Alfaguara,
2013), Germán Marín se pone a tono con
los tiempos que corren. No es que se insinúe que Marín, uno de los
mejores narradores chilenos que van quedando, se haya estancado en un pozo de
anacronismo desabrido, sino que también ha ensayado un formato que está en boga
por estos días; el dietario, la libreta de apuntes.
Bajo el superficial juego de la
ventriloquía, Marín propone un pacto de lectura distinto, un new deal de la otredad a partir del cual
nos presenta sus notas sueltas, su conjunto de apartados y el lector condona la
fragmentación, el popurrí temático, las digresiones. Así, estas notas chapotean
en la crónica urbana, el comentario libresco, el cine, la reflexión íntima, la
apostilla sobre los tiempos que corren. La libreta –cuyo escaso valor literario
siempre es advertido por los escritores, como sucede también con Mario Levrero-
permite esa versatilidad temática y temporal, ante la que no hay que rendir
muchas cuentas, y Marín la aprovecha bien, validando la entrega de impresiones
sueltas. Por momentos este libro se acerca a Todo Santiago, de Roberto Merino, puesto que el autor habla de un
tiempo que se fue, en un lenguaje que casi ya no existe, haciendo en más de una
ocasión arqueología santiaguina. El ventrílocuo recuerda diversos teatros
desaparecidos, esquinas mutadas, boîtes legendarias.
Dicho lo anterior, este libro de
notas al azar tiene un rendimiento desigual. Hay apartados breves que no llevan
a mucho, en las que se transparenta la hartura del ventrílocuo. Por ejemplo:
“El cura de la parroquia también podía ser un ventrílocuo, recogido detrás de
la rejilla del confesionario, apuntando las palabras que soltaba el penitente”;
cierta tendencia al aleccionamiento o al aforismo: “Invertiré cierta afirmación
usada: las mentiras quedan, los mentirosos desaparecen”. Pero estamos hablando
de un libro de Germán Marín, donde también hay bastantes pasajes que valen la
pena, especialmente aquellos en los que el autor tiene a bien reflexionar sobre
su propio oficio, esto es el de escritor, o recuerda a sus compañeros de ruta.
En perfecta concordancia con los
días que corren, 40 años han pasado desde que Marín debutó en la escena
editorial chilena con Fuegos artificiales
(editado por Quimantú, sello aniquilado por la dictadura también hace
cuatro décadas), por lo que no parece
inadecuado que el autor marque su propia efeméride con un libro cargado de
memoria.
Germán
Marín
“Notas
de un ventrílocuo”
Ed.
Alfaguara, Santiago, 2013, 143 págs.
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