La jugada que hace
el poeta magallánico Óscar Barrientos en El
barco de los esqueletos es tan ambiciosa como total: meter el océano y sus
historias en un librito de poco más de sesenta páginas. Dejando de lado las
exageraciones, lo que Barrientos emprende en
su última entrega no está tan alejado de ese marítimo objetivo. De corta
duración como ocurre con los libros de la colección Efímera de editorial
Pehuén, el poeta crea una narración que tiene como hilo conductor al navío mercante
escocés Marlborough, un barco que zarpó cargado de ovejas desde costas
neozelandesas en 1890 para evaporarse del mapa. Veintitrés años más tarde, el
perdido navío fue avistado en el mar de Punta Arenas, cubierto de moho y algas
verdes. La leyenda cuenta que su tripulación son esqueletos.
De este hecho fantasmagórico se hace
cargo Barrientos, quien no solamente revive la espeluznante leyenda, sino que
también aprovecha de disparar en varias direcciones, siempre teniendo al mar
como premisa. De esta forma, las páginas describen a la viril cofradía de la
Hermandad de la Costa, de la cual el autor es miembro, un grupo de marinos
aficionados que se reúnen a hablar del mar, a cantar, más bien, y evocar “la
dureza del océano y la proeza de gobernar los navíos”. Antes el autor habló de
ballenas blancas y más allá habla en detalle de cartas de navegación, de cómo
las más antiguas son una suerte de matrimonio entre la cartografía y el arte.
El lenguaje que utiliza el autor en
este libro es ampuloso y henchido de recovecos, por eso no es desacertado
apuntar que este libro en vez de leerse está incluso apto para ser declamado. Barrientos
se rebusca en el lenguaje de poeta de provincias y empapa a este breve volumen
de un ceremonioso barroquismo que transforma en volutas un tanto siuticonas
hasta las expresiones más simples, como cuando el escritor y sus cofrades de la
Hermandad de la Costa comparten unos tragos “A esta hora estamos todos
insuflados por los jubilosos alcoholes de la noche náutica”. Estas salidas de bucanero
cantarín abundan en el libro, quitándole velocidad. Tal como si un velero que
lleva firme rumbo se quedara sin viento. A fin de cuentas, Barrientos no puede
-ni tendría por qué- traicionar su vena de poeta, por lo que El barco de los esqueletos está
compuesto en su mayoría con la intensidad propia de la poesía, y también con
poesía hecha y derecha, “Pero, entonces, ¿qué es ahora el Marlborough?/ Es el
dialecto de lo cadavérico./ Es el diccionario de las palabras olvidadas./ Es el
silencio de la noche que lacera./ Es la tentación de la conjetura./ Es el
diseño del naufragio previsto desde antes que nacieras./ Es el camino de la
sombra que se funde en la marea./ Es El
triunfo de la muerte, de Peter Brueghel el Viejo, que hace muchos años
contemplé con veneración en el Museo del Prado”.
El libro remata con la
reconstrucción del avistamiento del Marlborough por parte de un barco inglés.
Con un lenguaje menos pasado de revoluciones, es la parte más lograda del libro.
Acá Barrientos habla del velero británico Johnson (en otros lugares consta como
Johnston) que se acercó al Marlborough en 1913 en aguas chilenas. Al abordar el
navío vagabundo, quienes se posaron en la cubierta se horrorizaron al ver que
la tripulación del Marlborough estaba en los huesos, literalmente. Envenenados,
muertos de hambre o de frío, Barrientos revisa las posibles causas de tan
funesto y mítico destino, y cierra estas páginas que rescatan del olvido a un
barco que fue tragado por el mar.
Óscar Barrientos
El
barco de los esqueletos
Pehuén, Santiago,
2014, 62 págs.
*Reseña publicada: http://bit.ly/esqueletosLUN
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