viernes, 5 de diciembre de 2014

Calentura de pecho



Hasta ahora, las apariciones del médico Beltrán Mena en el escenario libresco nacional eran acotadas y fructíferas, como sucedió con su celebrada novela Tubab, de 2009, y tres años después, cuando Mena fue investido como comisario de la caterva chilena que asistió a la Feria del Libro de Guadalajara. Muchos años antes fundó el periódico poético Noreste. Hoy Mena vuelve a asomarse a la superficie con su libro El rey de las bolitas, un conjunto de textos –acompañados de fotografías tomadas por el autor- desperdigados en distintos medios de comunicación, a saber El Mercurio, la revista Caras y el desaparecido Noreste, entre otros.
            Por estos días, el libro de Mena debe convivir con otros libros, como los de Roberto Merino y el argentino Pedro Mairal. En esta convivencia libresca, Mena aporta una diferencia, mientras Merino y Mairal garrapatean impresiones y efluvios en una libretita, con un Bic a medio consumir, Mena desenrolla los cinceles, le saca brillo al martillo y dispone el mármol de Carrara. En otras palabras, mientras Merino y Mairal son sencillos en sus referentes y fuentes temáticas, Mena opta por lo grande, lo absoluto, los magnos temas que han rondado a la humanidad desde siglos, o tal vez milenios. De esta manera, en las páginas de El rey de las bolitas se despliegan reflexiones de lo magno, sobre ríos, la vida, la muerte, el entusiasmo, Dios, el cuerpo, los héroes, los números.
            A partir de lo antedicho, bien se puede decir que en este libro pervive el espíritu poético del esfuerzo que se realizaba en Noreste, el rescate y la reflexión sobre “las noticias que siempre serán noticia”. Un brío poético que tiene como objetivo plantear nuevamente las grandes preguntas, rascar más allá de la superficie de lo cotidiano, resignificar lo de todos los días, querellarse de los flagelos actuales (tecnológicos, mayormente), subirse a un zodiac que navegue en los ríos profundos, pispar la metafísica alojada en un par de perros juguetones. Éste hálito permea en la escritura de estas columnas, compuestas con una prosa con franca intención de pintar cuadros vitales, el identikit del alma, “El carácter es el destino. El carácter es el contorno de nuestra isla, pero sólo pueden verlo los que navegan a nuestro alrededor, nunca nosotros, que nos limitamos a caminar por sus playas, encaramarnos a sus rocas, atrapas peces desde su orilla”.
            Tal empresa tiene algunos bemoles. En este caso, el más patente es el brote poco controlado de arbitrariedades: “Desplazarse será siempre un acto ridículo”, “Todo héroe es un hipótesis”, “El problema de la existencia de Dios es un asunto de la adolescencia”. La solemnidad de este libro también queda a la vista por la inclusión de un humor algo descafeinado, pero también tiene momentos de altura, como las páginas que dedica a Blaise Cendrars, curiosamente la única columna del libro que data del siglo pasado.
            Quitando y poniendo, El rey de las bolitas es un conjunto de prosas poéticas, una reunión de textos que interpelan un presente, un mundo, y todo lo que contiene. Mena es un rey, o al menos en sus escritos se comporta como un monarca generoso y sabio que ilumina los derroteros del destino, apuntando a los despistados lectores, a través de un lenguaje jamás vano, lo bueno y verdadero de todas las cosas. Un rey candoroso y poético que desnuda los males del mundo moderno a los incautos presas de celulares y computadores. Un rey que escribe para enseñar a todos sus súbditos despistados sobre cómo, de una vez por todas, sobrevivir a nuestra locura.
           
             
Beltrán Mena
El rey de las bolitas
Libros del Laurel, Santiago, 2014, 198 págs.

*Reseña publicada: http://bit.ly/BolitasLUN

viernes, 21 de noviembre de 2014

La voz de un pueblo



Decía Gabriela Mistral de los mapuches: “Ellos fueron despojados, pero son la Vieja Patria”, un sentimiento parecido aloja en su seno el activista y periodista Pedro Cayuqueo, uno de los portavoces más conspicuos de esa Araucanía “que ni vemos ni mentamos”. Dueño de un estilo distintivo de escritura, abundante en brío, puntos seguidos y ciertas muletillas, Cayuqueo ha conquistado un lugar en la intelectualidad chilena, poniendo en la palestra, a través de columnas en prensa, la actualidad, las demandas y deudas pendientes que existen con ese mundo ubicado al sur del Biobío. Esas columnas de prensa son el insumo principal de los libros que ha publicado el autor, y, por cierto, de su última entrega Esa ruca llamada Chile.
            Aún cuando el libro contenga un subtítulo que califica estos textos como crónicas, en estricto rigor no lo son, son columnas publicadas en La Tercera, The Clinic y el periódico Azkintuwe -fundado por el propio Cayuqueo-, que abarcan el espacio temporal entre septiembre de 2012 y julio de 2014, desde las postrimerías del gobierno de Sebastián Piñera, las elecciones de 2013 y el primer año de la nueva administración de Michelle Bachelet.
            La temática del libro tampoco es difícil de adivinar, los avatares tanto históricos como contemporáneos de los mapuches, derroteros estampillados por la violencia y la represión policial, así como la incomprensión e ignorancias chilenas sobre lo mapuche, y el miedo de parte de los wingka hacia quienes forman parte de un pueblo que, según cifras del cuestionado censo 2012, ascendería a más de un millón y medio de personas. Así las cosas, este libro entrega herramientas suficientes como para paliar ese lamentable estado del arte, en específico lo que se refiere a la desinformación y la inopia que reinan en el Chile actual respecto de la cuestión mapuche.
            Cayuqueo echa luces y hace un servicio al mantener no solamente visibles las cuestiones urgentes, sino también al desmentir ese entramado informativo que tiene a la Araucanía como un Afganistán donde el terrorismo, como los canelos, sería parte del paisaje. Además de desnudar las infamias que rodean todo el affaire mapuche,  Cayuqueo repasa episodios no ubicados en el Wallmapu, a saber el contubernio homofóbico entre el periodista Andrés Caniulef y el actor Daniel Alcaíno, o el orgullo de raza del futbolista Jean Beausejour Coliqueo, o el recuerdo que hace el autor de Pascual Pichún y Nicolasa Quintremán, textos que matizan el reporte de la obscenidad de los gobiernos de Sebastián Piñera y Michelle Bachelet, los que, según el autor, han contribuido a la militarización y criminalización de la Araucanía en el caso de Piñera, mientras que al hablar de la actual mandataria, Cayuqueo no trepida en señalar que sus manos están manchadas de sangre por muertes como la de Matías Catrileo.
            El análisis que hace el autor y las soluciones que postula tienen un destino poco feliz. Esto porque los problemas están tan enquistados en la historia y lo necesario para resolverlos exige un cambio cultural y una voluntad política monumental de parte de los involucrados.   De todas formas Esa ruca llamada Chile revela problemas, pero también deja sueños y esperanzas, “Que el diálogo y la necesaria reparación histórica den paso a una comunidad regional integrada, donde lo mapuche no sea un lastre ni lo foráneo una amenaza para la cultura local. Que los colonos salgan de sus guetos. Que los mapuches aprendamos a otorgar al otro aquel respeto que tanto demandamos para los nuestros. Llamados estamos a convivir. Y a construir comunidad juntos”.

Pedro Cayuqueo
Esa ruca llamada Chile y otras crónicas mapuches
Catalonia, Santiago, 2014, 230 págs.

*Reseña publicada: http://bit.ly/CayuqueoLUN

domingo, 16 de noviembre de 2014

El autor ha muerto


No es un misterio que la figura del argentino Patricio Pron es una de las primeras que viene a la mente al hablar de la mejor narrativa latinoamericana contemporánea. Dominador del cuento y también de la novela, en esta ocasión el autor revela ampliamente algo que se dejaba entrever en su obra de ficción: su erudición. Solamente un autor de amplia preparación, con un bagaje nada despreciable de lecturas, es capaz de embarcarse en una empresa tan atractiva como exigente como la de describir en detalle la no literatura, los no libros. Eso es El libro tachado, un almanaque completo sobre los libros que nunca llegaron a ser, las literaturas silenciadas, censuradas, confiscadas, perdidas, pergeñadas por máquinas, por la locura de sus autores, etcétera.
El volumen opera de formas profundas e insospechadas. No solamente es un muestrario, un inventario, una revisión de la casuística contra natura –por decirlo de algún modo- de las prácticas literarias, editoriales o autorales, sino que Pron logra cuestionar la figura del autor. Esto no es un ejercicio nuevo –el autor en su propio libro describe cierto descrédito de esta figura- pero a través de las notas que el autor compone, no solamente revisa un reverso atractivo de la historia de la literatura, sino que pone en perspectiva la centralidad del autor, su imperio. De ahí que el título del libro pueda sonar algo engañoso, pues no se ataca el libro como objeto exclusivamente, sino que más la figura del autor, su desmitificación, el despojo de su impronta romántica. Y por si ello no fuera suficiente, Pron se encuentra en algún momento poniendo frente a frente la verdad y la mentira, cuando habla de falsificaciones.
Pron enumera prácticas como la creación colectiva, el juego literario, el collage, el plagio, la censura política, la apropiación de textos por parte de terceros. En este libro hay erudición –por momentos, las enormes notas a pie de página recuerdan a David Foster Wallace-, pero también hay una cautivante revisión de casos en los cuales el autor decide callar para siempre, casos que pueden ser conocidos como los de Rimbaud o Salinger.
El volumen cierra con un repaso la actualidad de la industria del libro, sus crisis, más específicamente. Este momento crítico se jalona en la menor capacidad adquisitiva que tienen las personas y el consecuente decenso de la compra de libros y, luego, de la lectura; y también la irrupción de la literatura en digital, que ha minado el poderío de editoriales, comentaristas e intelectuales. Todo esto pone de manifiesto una voluntad del autor argentino, la de hacer visible la viabilidad de estudiar y valorar la literatura, pero desprovista de la figura del escritor, al tiempo que subvierte la muerte del autor anunciada por Roland Barthes, e instala en su puesto a la tecnología como el desbarajuste más influyente a la hora de preguntarse por el lugar de los escritores hoy en día.
Patricio Pron entrega un volumen multifacético, estimulante, y versátil, que aborda un cúmulo de ideas y cuestiones, al tiempo que revive historias coloridas y extrañas de libros y escritores, e invita a reflexionar, desde una atalaya fresca, sobre la literatura.        


Patricio Pron
El libro tachado
Turner, Madrid, 2014, 305 págs.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Artísticos lamentos



El guitarrista Claudio Narea informa en las primeras páginas de Los Prisioneros. Biografía de una amistad, que su intención al escribir este libro es continuar Mi vida como prisionero, su autobiografía que, por una decisión editorial, fue descatalogada en 2012. “Agregué también acontecimientos posteriores a 2008 y reflexiones sobre nuestra extraña historia de música y amistad”. El músico quedó disconforme con el proceso de edición de ese volumen, por lo que este nuevo libro serviría como un desquite ante lo que en alguna entrevista Narea calificó derechamente de “censura”.
            Así nace este libro, en el que se nota a un autor decidido a dar noticia de todo lo que tenga que ver con él, comenzando por hitos tan remotos como el primer Narea que pisó suelo americano (cierto vasco llamado Martín de Narea), hasta nuestros días. El arranque es, desde luego, San Miguel, la infancia y escolaridad del guitarrista, época en la que traba contacto con quienes serían sus compañeros musicales, Jorge González y Miguel Tapia. El libro transita por caminos ya sabidos, la amistad con Tapia y González y los primeros pasos con bandas como Los Pseudopillos y Los Vinchukas, donde primaba la chacota y la improvisación antes que una propuesta musical seria. Sin embargo, los que más ha hecho ruido de este libro poco tiene que ver con el rock, y sí mucho con Jorge González, a saber, la revelación del triángulo amoroso que protagonizaron con Narea y su esposa, así como la muy ripiosa relación que tuvieron ambos amigos desde fines de los 80. En este sentido, se puede apuntar que el subtítulo del libro es engañoso, pues antes que la biografía de una amistad, el libro se centra en las peloteras con González, su locura y obsesiones.
            El recurso estilístico predominante en el libro es la descripción. Por lo tanto, no cabe pedirle artesanía, oficio o un estilo narrativo, digamos, artístico. Como en un abultado reporte judicial el autor no se guarda nada. He ahí el gran problema de este libro. Si en algunos pasajes, Narea denuncia cómo Los Prisioneros eran postergados por motivos políticos y también por cierto clasismo, también relata episodios bien anodinos, como cuando lo detienen por error mientras conducía un Charade en La Dehesa.
            En esta incontinente narración, Narea también expone a varias personas, empezando por su círculo cercano, además de revelar un misterioso intercambio de correos electrónicos con un personaje llamado Karolina Jolie (supuestamente Jorge González), dirigidos a su segunda pareja, Nadia Stambuk, y aprovecha de repasar “Sudamerican Rockers” la serie de TV que relata la historia del grupo. En un momento el autor cae en lo insólito, como cuando ajusta cuentas con quienes comentaron Mi vida como prisionero, como el escritor Alejandro Zambra -sindicado como fan de Jorge González por el autor-, y la periodista Marisol García.
            Los Prisioneros. Biografía de una amistad está lejos de libros como Corazones rojos, del periodista Freddy Stock, y se emparenta más con Exijo ser un héroe, la perspectiva fan del crítico Julio Osses, donde se incorporan relatos en primera persona del escabroso quiebre de Los Prisioneros. Por su parte, esta entrega, antes que ser una biografía acabada o definitiva de la banda de San Miguel, instala un muestrario de desencuentros, rifirrafes, callejones sin salida, aseveraciones sin comprobar y episodios sin mucho asunto, conformando el cuadro fatídico de confusiones que sepultan este libro: biografía con dimes y diretes, verborragia con veracidad y libertad de expresión, y, tal vez la peor, trabajo editorial con censura.


Claudio Narea
Los Prisioneros. Biografía de una amistad
Thabang Ediciones, Santiago, 2014, 320 págs.

*Reseña publicada: http://bit.ly/NareaLUN

domingo, 26 de octubre de 2014

La fiesta de los hijos



Son días en los cuales los hijos de nuestros políticos hacen noticia. Desde las debatibles mise en scènes de los retoños de Michelle Bachelet y Carolina Tohá sobre la pista de baile en la inauguración de las ramadas dieciocheras –y antes esa imperecedera postal de la anticueca que brindó Ricardo Lagos Weber-, hasta el obscena impunidad de Martín Larraín Hurtado. “De la cuna presidencial sale cualquier cosa, salvo estrellas inapagables”, apunta el poeta, narrador y columnista Leonardo Sanhueza en las primeras páginas de la crónica El hijo del presidente. Pero a fines del siglo XIX Chile tuvo la fortuna de contar con Pedro Balmaceda Toro, hijo de José Manuel Balmaceda, una estrella que sí brilló, aunque la intensidad de su fulgor fue tal que se gastó temprano, dado su cuerpo contrahecho.
            El breve volumen se centra en la relación intensa que sostuvieron dos talentos literarios e intelectuales de esos años, Pedro Balmaceda y el poeta nicaragüense Rubén Darío, quien desembarcó en Chile con 19 años y con una mano por delante y otra por detrás. Gracias a una recomendación, Darío obtuvo un trabajo como reportero en el diario La Época, que le permitió repeler un poco la miseria. El libro tiene como eje central la relación entre Darío y Balmaceda, una unión casi celestial, en el fin del mundo, entre dos potenciales pesos pesados de las letras castellanas. El primero de ellos se concretó a todo dar, mientras que el segundo no pudo llegar lejos, porque su salud truncó ese destino soñado.
            Como podría esperarse, Sanhueza opta por describir a Balmaceda desde la literatura. Un ejemplo de esto es cuando describe al protagonista de la crónica parangonándolo con Ireneo Funes, el memorioso personaje de Borges, montando un juego literario de prodigioso parecido con la realidad, “Y, si leer es elegir, a Pedro le correspondió justamente ese destino: ser el lector absoluto, que se mueve a sus anchas por los amplios pasillos de la biblioteca, con un fervor literario que lo llevaba a ser un adelantado”. Almas afines, desde que Pedro y Darío se conocieron sellaron una amistad que se convirtió también en una colaboración mutua, lo que en el caso de Darío redundó en la publicación de dos libros, Abrojos y Azul…, este último libro una bisagra en la literatura latinoamericana. Mientras la estrella de Darío iba en alza, la quebrantada salud de Balmaceda le daba la percepción de tener los días contados. En ese poco tiempo, Pedro logró alzarse como una voz intelectual y como el primer periodista cultural de entonces.
            Los caminos se separan finalmente cuando Balmaceda empieza a vislumbrar la finitud de sus días en la tierra, mientras que Darío deviene en un dandy incurable. Un último encuentro aligeró la distancia por un momento, pero el fin de la amistad era inevitable. Con un lenguaje colorido a la manera de la época, Sanhueza a la vez desenrolla la historia de una camaradería y galvaniza la biografía de un personaje eclipsado por el olvido de los siglos: tal vez el mejor hijo de presidente que jamás haya tenido Chile. Al menos el que mejor escribió.

Leonardo Sanhueza
El hijo del presidente
Pehuén, Santiago, 2014, 62 págs.