El
guitarrista Claudio Narea informa en las primeras páginas de Los Prisioneros. Biografía de una amistad, que
su intención al escribir este libro es continuar Mi vida como prisionero, su autobiografía que, por una decisión
editorial, fue descatalogada en 2012. “Agregué también acontecimientos
posteriores a 2008 y reflexiones sobre nuestra extraña historia de música y
amistad”. El músico quedó disconforme con el proceso de edición de ese volumen,
por lo que este nuevo libro serviría como un desquite ante lo que en alguna
entrevista Narea calificó derechamente de “censura”.
Así nace este libro, en el que se nota a un autor decidido a dar noticia de todo
lo que tenga que ver con él, comenzando por hitos tan remotos como el primer
Narea que pisó suelo americano (cierto vasco llamado Martín de Narea), hasta
nuestros días. El arranque es, desde luego, San Miguel, la infancia y
escolaridad del guitarrista, época en la que traba contacto con quienes serían
sus compañeros musicales, Jorge González y Miguel Tapia. El libro transita por
caminos ya sabidos, la amistad con Tapia y González y los primeros pasos con
bandas como Los Pseudopillos y Los Vinchukas, donde primaba la chacota y la
improvisación antes que una propuesta musical seria. Sin embargo, los que más
ha hecho ruido de este libro poco tiene que ver con el rock, y sí mucho con
Jorge González, a saber, la revelación del triángulo amoroso que protagonizaron
con Narea y su esposa, así como la muy ripiosa relación que tuvieron ambos
amigos desde fines de los 80. En este sentido, se puede apuntar que el
subtítulo del libro es engañoso, pues antes que la biografía de una amistad, el
libro se centra en las peloteras con González, su locura y obsesiones.
El recurso estilístico predominante
en el libro es la descripción. Por lo tanto, no cabe pedirle artesanía, oficio
o un estilo narrativo, digamos, artístico. Como en un abultado reporte judicial
el autor no se guarda nada. He ahí el gran problema de este libro. Si en algunos
pasajes, Narea denuncia cómo Los Prisioneros eran postergados por motivos
políticos y también por cierto clasismo, también relata episodios bien
anodinos, como cuando lo detienen por error mientras conducía un Charade en La
Dehesa.
En esta incontinente narración,
Narea también expone a varias personas, empezando por su círculo cercano,
además de revelar un misterioso intercambio de correos electrónicos con un
personaje llamado Karolina Jolie (supuestamente Jorge González), dirigidos a su
segunda pareja, Nadia Stambuk, y aprovecha de repasar “Sudamerican Rockers” la
serie de TV que relata la historia del grupo. En un momento el autor cae en lo
insólito, como cuando ajusta cuentas con quienes comentaron Mi vida como prisionero, como el
escritor Alejandro Zambra -sindicado como fan de Jorge González por el autor-,
y la periodista Marisol García.
Los
Prisioneros. Biografía de una amistad está lejos de libros como Corazones rojos, del periodista Freddy
Stock, y se emparenta más con Exijo ser
un héroe, la perspectiva fan del
crítico Julio Osses, donde se incorporan relatos en primera persona del
escabroso quiebre de Los Prisioneros. Por su parte, esta entrega, antes que ser
una biografía acabada o definitiva de la banda de San Miguel, instala un muestrario
de desencuentros, rifirrafes, callejones sin salida, aseveraciones sin
comprobar y episodios sin mucho asunto, conformando el cuadro fatídico de
confusiones que sepultan este libro: biografía con dimes y diretes, verborragia
con veracidad y libertad de expresión, y, tal vez la peor, trabajo editorial
con censura.
Claudio
Narea
Los Prisioneros.
Biografía de una amistad
Thabang
Ediciones, Santiago, 2014, 320 págs.
*Reseña publicada: http://bit.ly/NareaLUN
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